Uno de los mejores escritores
de mi generación y uno de los
hombres más puros de México
Octavio Paz
En Bajo el volcán, de Malcolm Lowry,
una novela que José Revueltas leyó
con fervor, se puede leer: “¿Qué era
la vida sino un eterno combate y el paso
por el mundo de un extraño? También la
revolución ruge en la ‘tierra caliente’ del
alma de cada hombre, no hay paz que
deje de pagar pleno tributo al infierno”.
Comienzo citando al gran escritor inglés
porque sus palabras le vienen bien
a Revueltas. El eterno combate del escritor
comienza en noviembre de 1929 a los
quince años de edad –recordemos que Revueltas
nace el 20 de noviembre de 1914
en Durango- cuando lo toman prisionero
en un mitin en el zócalo por primera vez,
acusado de rebelión, sedición y motín, y
lo internan en la correccional, lo liberan
bajo fi anza después de seis meses.
De esta época debe provenir su primera
“acción como comunista, que narra
otro personaje esencial, Benita Galeana,
ella dice que un muchachito, “el
tal Revueltitas” la fue a ver para decirle
que quería ser comunista, Benita Galeana
le pregunta a boca de jarro si está
dispuesto a todo, Revueltas responde
que sí. “Pues nos vamos
a apedrear la Embajada
Americana”. Y el muchachito
y la militante se fueron
a cumplir su primera
acción revolucionaria con
éxito rotundo, no los agarraron.
Así que esto fue
anterior a su reclusión en
la correccional.
Su último encarcelamiento
fue a raíz de su
participación en 1968.
En “El Palacio Negro de
Lecumberri” se pone a
escribir pàginas entrañables:
el texto de su defensa
ante el juez Ferrer
Mc Gregor recientemente
publicada por Raúl Alvarez
Garín; sus textos estremecedores
a propósito
del asalto que sufren los
presos políticos a manos
de los presos comunes,
patrocinados éstos por
las autoridades del Penal,
también son víctimas de
esta acción canallesca los
familiares de los presos
políticos, que ya iban de
salida pero que son encerrados
en la más completa
de las incertidumbres; y
desde luego, coronando
no sólo sus escritos de prisión
sino toda su obra literaria,
escribe El Apando,
una pequeña obra maestra
en la que expone la
cárcel adentro de la cárcel
y sus personajes son sus
miserables que llegan al
apando “el lado moridor”
en uno de sus aspectos más turbios” a
la siniestra celda de castigo, tan tristemente
célebre para los que habitaron
Lecumberri. Así, de manera magistral,
Revueltas, achacoso y enfermo, se despide
de la literatura, pero no deja de tomar
parte en la vida política del país.
Hasta ahora he ofrecido a ustedes algunos
aspectos relevantes de la historia
del escritor al que hoy rendimos homenaje,
pero, ¿cómo intentar una síntesis
omniabarcante? En mi concepto, lo logra,
y de manera admirable, el gran periodista
y escritor José Alvarado (a quien
por cierto las oligarquías neolonesas y el
gobierno no le permiten sino ser un rector
de unos cuantos meses en la universidad
de Nuevo León). He aquí la siguiente
visión sintética del escritor Revueltas:
“La vida de José Revueltas es la más
accidentada de todos los escritores
mexicanos contemporáneos. Conoce la
miseria y, en horas fugaces la opulencia;
pasa adolescente, por las cárceles correccionales,
víctima de la persecución
política y, joven, por toda clase de prisiones,
debido a idénticos motivos, desde
la sucia celda en un poblacho hasta
las más siniestras clausuras de las penitenciarías.
Sufre dos veces confinamiento
en las Islas Marías acusado de subversión.
Habita en barrios miserables y es
huésped en arrabales de hampa y de
vicio. Milita varios años en el Partido
Comunista y es expulsado por sus puntos
de vista. Se le arroja hasta de instituciones
fundadas por él mismo. Viaja por
todo el país en vagones de segunda, a
pie o en ómnibus paupérrimo. En una
estación de ferrocarril le roban la maleta
con el original de su primer libro, El
Quebranto, perdido acaso para siempre,
es proscrito y vilipendiado, recibe ofensas
y humillaciones.
Recorre el mundo,
en parte como pasajero
clandestino, en parte
como escritor aventurero.
Penetra en el
mundo del cine, ofrece
lecciones, pronuncia
discursos, desempeña
humildes tareas burocráticas.
Escribe, escribe,
escribe”.
Revueltas es un
hombre que aún en las
peores circunstancias
siempre tiene a mano
su pluma y unas hojas
para escribir algunas de
las mejores páginas de
la literatura mexicana,
periodismo incluido,
sino el testimonio de
“el paso por el mundo
de un extraño”. ¿Por
qué un extraño? porque
quizá fue el escritor
más ninguneado de
México, el más “extraño
para sus propios colegas.
Esto me lleva de
la mano para explicar
un rasgo sobresaliente
de su personalidad, su
heterodoxia: tanto en
política como en literatura
su posición fue
en cierto sentido la reservada
a los solitarios
que abren caminos defendiéndola
hasta sus
últimas consecuencias.
Cuando el fuego graneado
arrecia, escribe:
“Estoy dispuesto a combatir,
desnudo y sin espada”. Eso explica
que en el año de 1950, cuando publica
Los días terrenales, otros heterodoxos
sean los únicos que defienden su novela,
me refiero a Salvador Novo y a Xavier
Villaurrutia, quienes ven en ella nada
menos que una novela moderna.
¿Quiénes la emprenden contra la novela
y por supuesto contra el autor? Los
ortodoxos, los que no ven sino al proletariado
victorioso guiado por el Partido
Comunista Mexicano y le reprochan
que exhiba las lacras de la sociedad, el
lumpen proletariado. Pero Revueltas se
refiere a los marginales en todas sus formas,
no sólo por ser, como recuerda José
Alvarado, viejos conocidos suyos, sino
porque su malicia literaria, y política, le
indican que en estos seres la sociedad se
mira sin reconocerse en sus formas más
extremas, desesperadas y hasta grotescas;
son seres cuyo desamparo los hace
vivir, como el propio Revueltas, en el filo
de la navaja, siempre dispuestos a morirse
en la raya. Son los hombres del alba de
otro compañero y amigo de Revueltas,
nacido también en 1914, el gran poeta
Efraín Huerta, los hombres del alba, nos
dice, son “los que gritan, aúllan como lobos
/ con las patas heladas.
Los hombres más abandonados, / más
locos, más valientes: / los más puros.
Así, su densidad dramática alcanza
profundidades que acaso no existan
en ningún otro estrato de la sociedad,
al menos no para Revueltas, quien en
este punto no distingue entre literatura
y política, tan es así que estos seres de
los arrabales tienen su némesis, y también
en cierto sentido su espejo, en los
dirigentes políticos comunistas que Revueltas
recrea, lo dijo expresamente, de
la propia realidad. Pero tanto los marginales,
el “lado moridor”, como los de la
dirigencia política resultan convincentes
y expresan momentos esenciales de
la vida de nuestro país.
Pero no nos engañemos, tanto Revueltas
como algunos de sus detractores
sufren con un valor a toda prueba la
represión de Calles y del Maximato. Se
les podrá acusar de las peores inconsistencias,
pero admiran su valor, y esta
admiración es recíproca, porque todos
saben que el enemigo es el esta
do mexicano, al que Revueltas
critica en libros, ensayos
y su propia obra novelística.
Para ejemplifi car el respeto que
a veces iba más allá que el del valor
personal, hallamos al propio Valentín
Campa, quien en Mi testimonio,
dedica un apartado a Revueltas, y
después de mostrar lo que a su juicio
son las luces y las sombras del
escritor, termina diciendo:
“Siempre, aún en las contradicciones
más fuertes, Revueltas
y yo nos mantuvimos en un plano
de admiración y de respeto.
Esto no lo entienden algunos
fariseos de la izquierda. En junio
de 1962, Revueltas me envió a la
prisión un ejemplar de su libro
recién editado, Ensayo sobre un
proletariado sin cabeza, con la siguiente
dedicatoria:
‘Al gran luchador Valentín Campa,
a quien, por encima de diferencias
políticas, consideraré siempre
como un héroe indiscutible de la
clase obrera de nuestro país’.
Es una opinión no merecida,
pero que yo tengo en gran estima,
la transcribo sólo para refutar
a los que nunca entendieron la
estimación y el respeto que hubo
siempre entre Revueltas y yo”.
Si José Revueltas hubiera sido
sólo un escritor, habría pasado
a la posteridad de todas maneras;
como periodista lo fue de los
grandes, ahí está, entre otros reportajes,
“Un sudario negro sobre
el paisaje” que es la visión del Paricutín
cuando hizo erupción, para
ilustrar su grandeza; si hubiera
sido sólo un preso comunista desde
muy jovencito, se le recordaría.
Pero es la unidad, superior a la simple
suma de sus atributos, la que
hace su grandeza y lo convierte en
uno de los personajes más entrañables
de la cultura mexicana.
En una de las cuerdas a las Islas
Marías, Revueltas y sus compañeros
se encuentran con que
un grupo de mujeres sinarquistas
caminan junto a ellos y sufrirán
el mismo destino. No podían
existir visiones más opuestas, ni
ideas más alejadas, sin embargo
se establece de inmediato la solidaridad
más intensa: la que nace
de personas que, por encima de
todo, son seres humanos compartiendo
injusticias.
José Revueltas muere el 14 de
abril de 1976 y su entierro fue digno
de él, tumultuario y con broncas,
pues resulta que el presidente
Echeverría no fue capaz de
pagar los gastos del Hospital de
Nutrición, donde nuestro escritor
fallece. Pero si fue capaz de enviar
emisarios al entierro a los que corrió
con un rostro de entre profeta
bíblico y guerrillero remontado,
Martín Dosal Jottar, compañero
de celda de Revueltas.
Si el escritor hubiera podido
contemplar la escena quizá hubiera
dicho: “Tenía razón el hermano
mayor Lowry: “¿Qué era la
vida sino un eterno combate y el
paso por el mundo de un extraño?
Y hubiera… ¿Qué hubiera hecho?
Se hubiera quedado hasta el final
para dar testimonio, y por escrito.
México, D. F., a 10
de noviembre de 2008.
Publicado en El correo del sur, La Jornada el 15 de febrero de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
jueves, 8 de octubre de 2009
Revueltas y el alcohol
Por Roberto Escudero
En un texto apasionado y entrañable, que lleva por título "Apuntes para una semblanza de Silvestre", escrito como introducción a un pequeño volumen: Cartas íntimas y escritos de Silvestre Revueltas (SEP, 1966), el escritor José Revueltas narra una visión intempestiva a su hermano Silvestre quien ensayaba en el foro de Bellas Artes. Mientras lo contemplaba de frente, sin que el gran músico se haya percatado de su presencia, José Revueltas hacia una serie de reflexiones muy emocionadas sobre su hermano. Termina el ensayo y al encontrarse ambos, José, quien entonces tenía forzosamente menos de 26 años, puesto que él nace en diciembre de 1914 y su hermano Silvestre muere en octubre de 1940, entrega al músico un breve artículo, éste lo lee y hace comentarios más o menos ambiguos al respecto. Lo acontecido después es narrado por el propio José:
“En aquella ocasión, después de esto, había guardado un largo silencio incómodo, en que parecía librar una lucha entre sus deseos de decirme algo más y la resistencia que encontraba para decírmelo. `Bueno –añadió por fin con esfuerzo-, espero que cuando menos no bebas’.
“Ponía de relieve la preocupación que más lo inquietaba: no beber, apartarse- y apartar a los demás- de esa maldición que tan cruelmente se le había impuesto. Trataba de indagar que respecto a mí, con una especie de angustia y una cierta vergüenza intranquila, la vergüenza filial del padre que aborda un asunto espinoso ante su hijo. ¿O es qué tú también bebes? (Subrayado de José Revueltas), terminó por preguntarme con mucho trabajo, aunque más bien en un tono afirmativo. En seguida hizo con las manos un vivo movimiento para indicar que no le contestara. No dije una palabra” (Páginas 16 y 17). El relieve que adquieren las palabras del músico, o mejor dicho, los tres relieves que son, a mi juicio, suposición y su interpretación ante y del alcoholismo, consisten en, por un lado, la dificultad de hablar sobre el tema, que se expresa con claridad en el primer párrafo transcrito; por otro lado, está el hecho ciertamente fatal de que el alcoholismo no es una elección producto o constitutiva de la libertad, sino más bien una condena, algo de lo que difícilmente la víctima puede escapar, y sin embargo ese sería el tercer relieve, quiere no beber, ese sería su mayor logro si es que se ofrecieran las condiciones para dejar de beber. Así se desprenden estos otros aspectos del segundo párrafo.
Por lo que otorga a la escena y a las palabras de Silvestre Revueltas –un alcohólico aún más consumado que José, si es que esto puede decirse-, toda su densidad dramática, derivada de su intensidad vital, es que está hablando ni más ni menos, “maldición”, no con un hijo de vecino, sino con su propio hermana, al que lo ligaba un amor verdaderamente entrañable.
Uno de mis recuerdos más nítidos de José Revueltas, es precisamente el hecho de que de ningún ser humano hablaba con tanta emoción, con tanta vehemencia-ni siquiera de sus padres-, como de su hermano Silvestre.
¿Pero cuál es la relación del propio José Revueltas con el alcohol?. La respuesta sigue estando, si nos atenemos a una información puramente libresca, en la semblanza a la que estamos haciendo alusión, porque las palabras de Silvestre son una por una, letra por letra, compartidas por su hermano, quien hasta ahora es, al mismo tiempo, el destinatario de las mismas.
Pero la concepción y la compresión del propio José Revueltas, va más allá de lo hasta ahora explicado, nuestro novelista se explaya en agudas observaciones a propósito del genio de Silvestre su hermano, al que también debe aceptar como una condena sin remisión posible, y se detiene en explicación de algunas de las características más destacadas de la música de su hermano, en las que desde luego no podemos detenernos aquí, pero subsiste el hecho atroz de que Silvestre pagará muy caro su genio, entre otras cosas con la cadena perpetua –no querida en verdad, como ya vimos- del alcoholismo, sin embargo José sabe que debido a esta decepción y este análisis les van a caer a palos a ambos:
“Ya me parece oír la voz de los fariseos señalando con su índice de fuego, de fuego artificial y fatuo: ‘Todo eso no es sino para justificar los vicios de Silvestre. ¿De qué le servía su genio si bebía, si era un borracho que frustraba su vida y su obra hundiéndose en el alcohol? ¡Mírenlo ahí en las tabernas, con el espíritu roto! ¡Mírenlo por las calles, grotesco y risible como un rey de…!’”
Pero la posición de José Revueltas ante el alcohol es mucho más contradictoria y profunda de lo que se ha dicho hasta aquí. Y reviste el enorme valor de ser la posición de un hombre alcohólico, de un hombre que muy seguido se “ilusionaba” (así platicó Revueltas que sus hermanas le comunicaban que Silvestre o el pintor Fermín andaban bebiendo: Silvestre (o Fermín, o ambos) ya anda “ilusionado”).
Además del hecho de que José Revueltas jamás hubiera tomado ante el alcohol una actitud puritana, como si el alcohol (o el alcohólico) fuera la presencia misma del diablo, existe una realidad, creo yo, absolutamente verificable, no todo en la vida del alcohólico es desgracia, sumisión o condena ante el licor, éste también es uno como dispositivo que tensa las potencias creadoras del hombre. Fernando Savater (Ética como amor propio, Conaculta, 1991, P.288) explica muy bien cómo las drogas, y entre ellas el alcohol, ocupan un lugar muy destacado, por su puesto, implican este aspecto, que generalmente evaden las buenas conciencias: “Es decir, que no se habla de lo realmente importante en la cuestión de las drogas: sus posibilidades como fuente de placer o derivativa del dolor, como estimuladoras de la introspección y del conocimiento, en una palabra, sus aspectos de auxiliares válidos para la vida humana, en cuyo concepto han sido consumidas durante milenios, son consumidas hoy y lo seguirán siendo” . (subrayado del autor)
El problema consiste en que muchos seres humanos, no sé por qué y no creo que nadie lo sepa, pagan un tributo demasiado caro por esa providencia creadora que el alcohol les proporciona, y en última instancia ese tributo es la propia vida, así de sencillo y de terrible se presenta el problema. Pero antes de la muerte, la víctima propiciatoria sufre una serie de padecimientos y transtornos morales, mentales y emocionales que ya nada tienen que ver con la creación, ni con el conocimiento, ni con la revelación religiosa, sino más bien con una suerte de malestar desnudo que inhibe a la víctima para otra cosa que no sea seguir ingiriendo alcohol, ese es su único objetivo y su único destino, es un recurso que anula cualquier otro, y creo que José Revueltas es un ejemplo vivo[1], de lo que estoy diciendo, por eso se abstenía de beber cuando escribía tan compulsivamente como cuando se daba al alcohol, porque cuando esto último ocurría, era como si su tortura también se convirtiera en una acusación viva a todos los indignados virtuosos. Así, lo que José Revueltas escribe de su hermano Silvestre, es al mismo tiempo lo que escribe de sí mismo y también su concepción de las relaciones entre el alcohol y el arte.
“Había escogido el camino de la autodevoración, de la autofagia torturante y sin embargo providente, sin embargo desgarradoramente fecunda. Hay algo de muy humilde y bárbaro, de indeciblemente humilde y acusador, en el alcohol de Verlaine, en el alcohol de Silvestre, en el de Mussorgspy, en el de Whitman, en el santo, criminal alcohol de todos los hombres solitarios, que es como si acabáramos de recibir una bofetada en pleno rostro”. (Ibid, p.37).
Por supuesto, no sólo los artistas encarnan su propia tragedia, sino cualquiera de esos seres humanos que han “escogido” ese camino; en el mundo literario de Revueltas abundan los seres colocados en situaciones límite, seres que parecen tener como único destino la desgarrada opción…” entre el dolor y la nada”, pero ahora quiero referirme a un personaje pequeño, mediocre, un oficinista del montón que lleva el nombre de Martínez, y que es el obsesivo protagonista del cuento El abismo (de Dios en la Tierra, ed Era, 1979, pp.121-127), al que sus compañeros y el resto de los y las oficinistas le juegan una broma, la de que ha asesinado a un hombre en perfecto estado de ebriedad. Revueltas describe a Martínez y a su triste condición humana, y al mismo tiempo, a la específica condición del alcohólico, con todo el lirismo y el dramatismo de que es capaz su maestría literaria:
“Mas el destino (subrayado de Revueltas) estaba allá abajo, implacable, llamándolo. Se cuenta de los criminales que a merced a una crudelísima ley de la naturaleza, vuelven al lugar del crimen. Así el hombre torna incesantemente sobre las regiones más odiadas y repulsivas de su propio espíritu. Este es el sufrimiento impuesto a Prometeo: el sufrimiento vivo, de carne despellejada e indudable. Volvía, regresaba, miraba su propio abismo y tormento. Era el doloroso, el humanísimamente humano placer de la autotortura y la autonegación: necesidad de ser humillado, de ser escupido y despreciado, por toda la bajeza y la ruindad que sordamente tenía acumulada en su alma. Era la única redención posible, la única manera de pagar todas sus culpas. Lo haría a través de un vehículo contradictorio, trste y decorazonador, el alcohol” (pág. 122 y 123).
Mussorgspy o Martínez, tanto el que sea un genio musical o un gris oficinista, hay un elemento común en la situación contradictoria de ambos, y es una contradicción que sólo puede resolverse vía la consumación definitiva del ser humano que la soporta. Así fue el alcoholismo de José Revueltas y así se resolvió: uno de los hombres más imprescindibles para la cultura mexicana de nuestro siglo, cerró su ciclo hace veinte años pagando con su vida, después de sus últimos tragos, una obra literaria y personal de primer orden, entre otras cosas, por lo que contiene de desgarrada y vital; o dicho en otras palabras, de lucidez sombría, de contradicción intensa y por eso mismo absolutamente estimulante.
[1] Que exede a la información escueta y libresca de que antes disponíamos.
En un texto apasionado y entrañable, que lleva por título "Apuntes para una semblanza de Silvestre", escrito como introducción a un pequeño volumen: Cartas íntimas y escritos de Silvestre Revueltas (SEP, 1966), el escritor José Revueltas narra una visión intempestiva a su hermano Silvestre quien ensayaba en el foro de Bellas Artes. Mientras lo contemplaba de frente, sin que el gran músico se haya percatado de su presencia, José Revueltas hacia una serie de reflexiones muy emocionadas sobre su hermano. Termina el ensayo y al encontrarse ambos, José, quien entonces tenía forzosamente menos de 26 años, puesto que él nace en diciembre de 1914 y su hermano Silvestre muere en octubre de 1940, entrega al músico un breve artículo, éste lo lee y hace comentarios más o menos ambiguos al respecto. Lo acontecido después es narrado por el propio José:
“En aquella ocasión, después de esto, había guardado un largo silencio incómodo, en que parecía librar una lucha entre sus deseos de decirme algo más y la resistencia que encontraba para decírmelo. `Bueno –añadió por fin con esfuerzo-, espero que cuando menos no bebas’.
“Ponía de relieve la preocupación que más lo inquietaba: no beber, apartarse- y apartar a los demás- de esa maldición que tan cruelmente se le había impuesto. Trataba de indagar que respecto a mí, con una especie de angustia y una cierta vergüenza intranquila, la vergüenza filial del padre que aborda un asunto espinoso ante su hijo. ¿O es qué tú también bebes? (Subrayado de José Revueltas), terminó por preguntarme con mucho trabajo, aunque más bien en un tono afirmativo. En seguida hizo con las manos un vivo movimiento para indicar que no le contestara. No dije una palabra” (Páginas 16 y 17). El relieve que adquieren las palabras del músico, o mejor dicho, los tres relieves que son, a mi juicio, suposición y su interpretación ante y del alcoholismo, consisten en, por un lado, la dificultad de hablar sobre el tema, que se expresa con claridad en el primer párrafo transcrito; por otro lado, está el hecho ciertamente fatal de que el alcoholismo no es una elección producto o constitutiva de la libertad, sino más bien una condena, algo de lo que difícilmente la víctima puede escapar, y sin embargo ese sería el tercer relieve, quiere no beber, ese sería su mayor logro si es que se ofrecieran las condiciones para dejar de beber. Así se desprenden estos otros aspectos del segundo párrafo.
Por lo que otorga a la escena y a las palabras de Silvestre Revueltas –un alcohólico aún más consumado que José, si es que esto puede decirse-, toda su densidad dramática, derivada de su intensidad vital, es que está hablando ni más ni menos, “maldición”, no con un hijo de vecino, sino con su propio hermana, al que lo ligaba un amor verdaderamente entrañable.
Uno de mis recuerdos más nítidos de José Revueltas, es precisamente el hecho de que de ningún ser humano hablaba con tanta emoción, con tanta vehemencia-ni siquiera de sus padres-, como de su hermano Silvestre.
¿Pero cuál es la relación del propio José Revueltas con el alcohol?. La respuesta sigue estando, si nos atenemos a una información puramente libresca, en la semblanza a la que estamos haciendo alusión, porque las palabras de Silvestre son una por una, letra por letra, compartidas por su hermano, quien hasta ahora es, al mismo tiempo, el destinatario de las mismas.
Pero la concepción y la compresión del propio José Revueltas, va más allá de lo hasta ahora explicado, nuestro novelista se explaya en agudas observaciones a propósito del genio de Silvestre su hermano, al que también debe aceptar como una condena sin remisión posible, y se detiene en explicación de algunas de las características más destacadas de la música de su hermano, en las que desde luego no podemos detenernos aquí, pero subsiste el hecho atroz de que Silvestre pagará muy caro su genio, entre otras cosas con la cadena perpetua –no querida en verdad, como ya vimos- del alcoholismo, sin embargo José sabe que debido a esta decepción y este análisis les van a caer a palos a ambos:
“Ya me parece oír la voz de los fariseos señalando con su índice de fuego, de fuego artificial y fatuo: ‘Todo eso no es sino para justificar los vicios de Silvestre. ¿De qué le servía su genio si bebía, si era un borracho que frustraba su vida y su obra hundiéndose en el alcohol? ¡Mírenlo ahí en las tabernas, con el espíritu roto! ¡Mírenlo por las calles, grotesco y risible como un rey de…!’”
Pero la posición de José Revueltas ante el alcohol es mucho más contradictoria y profunda de lo que se ha dicho hasta aquí. Y reviste el enorme valor de ser la posición de un hombre alcohólico, de un hombre que muy seguido se “ilusionaba” (así platicó Revueltas que sus hermanas le comunicaban que Silvestre o el pintor Fermín andaban bebiendo: Silvestre (o Fermín, o ambos) ya anda “ilusionado”).
Además del hecho de que José Revueltas jamás hubiera tomado ante el alcohol una actitud puritana, como si el alcohol (o el alcohólico) fuera la presencia misma del diablo, existe una realidad, creo yo, absolutamente verificable, no todo en la vida del alcohólico es desgracia, sumisión o condena ante el licor, éste también es uno como dispositivo que tensa las potencias creadoras del hombre. Fernando Savater (Ética como amor propio, Conaculta, 1991, P.288) explica muy bien cómo las drogas, y entre ellas el alcohol, ocupan un lugar muy destacado, por su puesto, implican este aspecto, que generalmente evaden las buenas conciencias: “Es decir, que no se habla de lo realmente importante en la cuestión de las drogas: sus posibilidades como fuente de placer o derivativa del dolor, como estimuladoras de la introspección y del conocimiento, en una palabra, sus aspectos de auxiliares válidos para la vida humana, en cuyo concepto han sido consumidas durante milenios, son consumidas hoy y lo seguirán siendo” . (subrayado del autor)
El problema consiste en que muchos seres humanos, no sé por qué y no creo que nadie lo sepa, pagan un tributo demasiado caro por esa providencia creadora que el alcohol les proporciona, y en última instancia ese tributo es la propia vida, así de sencillo y de terrible se presenta el problema. Pero antes de la muerte, la víctima propiciatoria sufre una serie de padecimientos y transtornos morales, mentales y emocionales que ya nada tienen que ver con la creación, ni con el conocimiento, ni con la revelación religiosa, sino más bien con una suerte de malestar desnudo que inhibe a la víctima para otra cosa que no sea seguir ingiriendo alcohol, ese es su único objetivo y su único destino, es un recurso que anula cualquier otro, y creo que José Revueltas es un ejemplo vivo[1], de lo que estoy diciendo, por eso se abstenía de beber cuando escribía tan compulsivamente como cuando se daba al alcohol, porque cuando esto último ocurría, era como si su tortura también se convirtiera en una acusación viva a todos los indignados virtuosos. Así, lo que José Revueltas escribe de su hermano Silvestre, es al mismo tiempo lo que escribe de sí mismo y también su concepción de las relaciones entre el alcohol y el arte.
“Había escogido el camino de la autodevoración, de la autofagia torturante y sin embargo providente, sin embargo desgarradoramente fecunda. Hay algo de muy humilde y bárbaro, de indeciblemente humilde y acusador, en el alcohol de Verlaine, en el alcohol de Silvestre, en el de Mussorgspy, en el de Whitman, en el santo, criminal alcohol de todos los hombres solitarios, que es como si acabáramos de recibir una bofetada en pleno rostro”. (Ibid, p.37).
Por supuesto, no sólo los artistas encarnan su propia tragedia, sino cualquiera de esos seres humanos que han “escogido” ese camino; en el mundo literario de Revueltas abundan los seres colocados en situaciones límite, seres que parecen tener como único destino la desgarrada opción…” entre el dolor y la nada”, pero ahora quiero referirme a un personaje pequeño, mediocre, un oficinista del montón que lleva el nombre de Martínez, y que es el obsesivo protagonista del cuento El abismo (de Dios en la Tierra, ed Era, 1979, pp.121-127), al que sus compañeros y el resto de los y las oficinistas le juegan una broma, la de que ha asesinado a un hombre en perfecto estado de ebriedad. Revueltas describe a Martínez y a su triste condición humana, y al mismo tiempo, a la específica condición del alcohólico, con todo el lirismo y el dramatismo de que es capaz su maestría literaria:
“Mas el destino (subrayado de Revueltas) estaba allá abajo, implacable, llamándolo. Se cuenta de los criminales que a merced a una crudelísima ley de la naturaleza, vuelven al lugar del crimen. Así el hombre torna incesantemente sobre las regiones más odiadas y repulsivas de su propio espíritu. Este es el sufrimiento impuesto a Prometeo: el sufrimiento vivo, de carne despellejada e indudable. Volvía, regresaba, miraba su propio abismo y tormento. Era el doloroso, el humanísimamente humano placer de la autotortura y la autonegación: necesidad de ser humillado, de ser escupido y despreciado, por toda la bajeza y la ruindad que sordamente tenía acumulada en su alma. Era la única redención posible, la única manera de pagar todas sus culpas. Lo haría a través de un vehículo contradictorio, trste y decorazonador, el alcohol” (pág. 122 y 123).
Mussorgspy o Martínez, tanto el que sea un genio musical o un gris oficinista, hay un elemento común en la situación contradictoria de ambos, y es una contradicción que sólo puede resolverse vía la consumación definitiva del ser humano que la soporta. Así fue el alcoholismo de José Revueltas y así se resolvió: uno de los hombres más imprescindibles para la cultura mexicana de nuestro siglo, cerró su ciclo hace veinte años pagando con su vida, después de sus últimos tragos, una obra literaria y personal de primer orden, entre otras cosas, por lo que contiene de desgarrada y vital; o dicho en otras palabras, de lucidez sombría, de contradicción intensa y por eso mismo absolutamente estimulante.
[1] Que exede a la información escueta y libresca de que antes disponíamos.
EL LIBERALISMO DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DE 1968
Segunda parte.
Por Roberto Escudero
*Publicado en la revista Este País, en junio de 2009.
El presente artículo, es la segunda parte, y sólo en cierto sentido la continuación del trabajo que presenté en el número de septiembre de 2008 en Este País.
Ahora quiero presentar más sostenes histórico-teóricos al concepto de liberalismo político, así como mostrar mi desacuerdo con un liberal muy reconocido en nuestro país y fuera de él, yo mismo soy un lector permanente de sus ensayos y libros. Pero sencillamente estoy en desacuerdo con su artículo sobre el 68. A la vez, aprovecho para agradecer la inesperada buena acogida que recibió mi primer ensayo, tanto de amigos de larga data, como de otros autores a quienes apenas conozco. Aprovecho para mostrar mi entera buena disposición para dialogar, y aún debatir, sobre los asuntos que trato.
Aquí me propongo examinar, aunque sea muy someramente, a los autores que mencioné en el trabajo de septiembre, y que son: Locke, Guillermo de Humboldt. Alexis de Tocqueville, Norberto Bobbio e Isaiah Berlin, en un arco muy pronunciado, que va del siglo XVII a prácticamente nuestros días, que naturalmente no incluye a muchos otros clásicos de de la tradición liberal. Además, mencioné a Giovanni Sartori que no estaba incluido en la lista inicial, pero porque me venía como anillo al dedo para mostrar el carácter más bien liberal de nuestro pliego petitorio, porque era íntegramente defensivo
frente al poder represivo del Estado, en la misma línea en la que Giovanni Sartori llama
al derecho negativo más bien un derecho “defensivo” o “ protector” , que a él le parecen más adecuados.
En fin, paso a los autores: Para Locke, condicionado por su tiempo (siglo XVII), la libertad eminente era la de la propiedad , palabra que es la clave de bóveda de todo el edificio lockeano, pero esa libertad de la que hablaba Locke no se limita a los bienes que se poseen como la casa, la industria o la tierra, sino como afirma nuestro contemporáneo Richard Pipes[1]: “Como dice en cierta ocasión: “Cuando utilizo la palabra propiedad, aquí y en otros momentos, se debe entender aquella propiedad que los hombres tienen sobre sus personas así como sobre sus bienes”, esto es, “vida, libertades y patrimonio”, la esfera que en latín se le llama suum y en español “propiedad”, en la que cada ser humano es soberano”, y como tal, es sujeto absoluto de estos derechos, frente a todos, pero sobre todo frente al más poderoso: el Estado; definición básica del liberalismo político muy sencilla, por cierto.
Bastaría citar el título del librito en el que Guillermo de Humboldt (hermano por cierto de sabio Alejandro de Humboldt, quien anduvo por estas tierras) trata esta materia, para saber que no puede ser más explícito: “Los limites de la acción del Estado” (Ed. Tecnos, Madrid, 1988), escrito en 1972, ahí nos dice: “El verdadero fin del hombre –no el que le señalan las inclinaciones variables, sino el que le prescribe la eternamente inmutable razón- es la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo. Y para esta formación la condición primordial e inexcusable es la libertad…Que el Estado se abstenga de velar por el bienestar positivo de los ciudadanos y se limite estrictamente a velar por su seguridad entre ellos mismos y frente a los enemigos del exterior, no restringiendo su libertad con vistas a ningún otro fin”.
Definición, como ya se habrá advertido, bastante parecida a la del “Estado gendarme” de Adam Smith, aunque el objetivo de este último parece limitarse al de la libertad económica de la que debe disfrutar el género humano y no a ”la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo.”.
Una razón más para afirmar el liberalismo (si bien un liberalismo a ultranza, como se ha podido observar) de Humboldt, consiste en que para este, cuestiones republicanas y democráticas, y ya en su tiempo tan estudiadas como la separación de poderes o la participación de los gobernados en el Estado, le parecen menos importantes que la cuestión, la principal para él de la teoría política “sea justamente la de hasta dónde le está permitido actuar al Estado” [2]. Me parece que Alexis de Tocqeville merece una mención especial, de nacionalidad francesa, escribe en el primer tercio del siglo XIX un gran clásico sobre los Estados Unidos: La democracia en América[3]; disto mucho de ser un conocedor en la materia, pero he leído de quienes conocen en serio el tema de los norteamericanos, que este libro permanece hasta ahora insuperable.
Este libro señero, desde el primer párrafo atrapa al lector: “Entre las cosas que mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención. Ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes, a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados”[4].
Este párrafo, de suyo, alaba sin cortapisas a la igualdad que presentan los Estados Unidos, sin mostrar los efectos probablemente perniciosos que sobre la libertad puede tener. Cuando ya sabía que la libertad y la igualdad son de difícil e inestable conciliación, poco tiene que ver con el espíritu liberal que anima a Tocqeville, sin embargo, en el último párrafo del libro, y después de haber repasado “in situ” prácticamente todos los asuntos importantes de aquel país, vuelve sobre la cuestión de la igualdad, y aquí es más crítico, y con más poder de síntesis: “Las naciones de nuestros días, no podrían hacer que en su seno las condiciones no sean iguales; pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a al servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria”[5]. Este problema subsiste hasta nuestros días.
El liberalismo de Alexis de Tocqueville (que había escrito otra gran obra sobre la caída del absolutismo monárquico en su propio país, se expresa a lo largo del libro de varias maneras que aluden al peligro que representa la democracia, cuando sus instituciones no son lo suficientemente sólidas, para contener el poder de la “tiranía de la mayoría” o del “despotismo de la mayoría”, como él mismo las llama. Hay otro párrafo en el que presenta abiertamente su convicción liberal: “Si a todos los poderes diversos que sujetan y retardan sin término el vuelo de la razón individual, sustituyesen los pueblos democráticos el poder absoluto de una mayoría, el mal no haría sino cambiar de carácter. Los hombres no habrán encontrado los medios de vivir independientes, solamente habrán descubierto, cosa difícil, una nueva fisonomía de la esclavitud…En cuanto a mí, cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo, porque me lo presenten un millón de brazos”[6].
Finalmente, y tal ves para dejar más en claro las cosas, Alexis de Tocqeville es un convencido de La democracia en América, pero como el gran liberal que es, uno de los más grandes de nuestra modernidad, señala los peligros del nuevo despotismo de las mayorías, si la propia democracia no crea las instituciones que limiten cualquier exceso ilegal, y la mirada omniabarcante de Tocqueville alude a varias de ellas
.
Norberto Bobbio e Isaiah Berlin son dos clásicos (para mí, un clásico es un autor siempre presente, de manera que en la mayoría de los autores habría que esperar el paso de tiempo para saber si son “clásicos”, pero creo que los mencionados no necesitan la prueba del tiempo, son y serán clásicos, sin duda) de nuestros días, y tal vez por esa razón más conocidos que el resto de los autores mencionados. Pero vale la pena hacer una breve presentación de cada uno de ellos en lo que de refiere al liberalismo.
A la cabeza del capítulo que Sartori dedica al tema de la democracia y el liberalismo (ver artículo de septiembre de 2008); hay un epígrafe de Norberto Bobbio escrito en plena guerra fría, cuando los comunistas, y no sólo los comunistas, Sartre, por ejemplo, rechazaban al liberalismo como un asunto que la burguesía sostenía para enmascarar sus verdaderos intereses.
En este contexto, es que Bobbio dice en el epígrafe: “Es muy fácil rechazar al liberalismo si se le identifica con una teoría o con una práctica de la libertad entendida como poder de la burguesía, pero es más difícil hacerlo cuando se le considera como la teoría y la práctica de limitar el poder del Estado…pues si la libertad entendida como el poder de hacer cualquier cosa interesa a aquellos lo bastante afortunados que la poseen, la libertad como ausencia de obstáculos interesa a todos los hombres”[7]. Es de hacer notar que esta “ausencia de obstáculos”, como ya observé en mi primer trabajo, es justamente la definida así por el gran Thomas Hobbes, uno de los autores favoritos de Bobbio. Sólo faltaría añadir, en el sentido total del epígrafe, que es precisamente el Estado el obstáculo mayor que enfrentan los individuos, esto nos coloca ante un problema más aparente que real, el liberalismo es la teoría y la práctica que defiende al individuo del poder del Estado. Pero entonces ¿Cómo puedo reivindicar al liberalismo como una teoría y una práctica que ejerció un movimiento de masas como el 68?
Nuestra fuerza residía en que no éramos una simple acumulación de individuos sino algo más consistente: una organización mínima, un “conjunto” lidereado por un organismo colectivo: el CNH. Sin embargo, eran los individuos concretos los que recibían los agravios del poder, y no la colectividad en cuanto tal.
Algo así dice Bobbio cuando habla del gobierno de las leyes y no el de los hombres: “…Tenemos en mente un gobierno de las leyes a un nivel superior, en el que los mismos legisladores son sometidos a normas ineludibles. Un ordenamiento de este tipo solamente es posible si aquellos que ejercen los poderes en todos los niveles pueden ser
controlados en última instancia por los detentadores originarios el poder último, los individuos específicos” [8]
Así, por ejemplo, las comisiones de derechos humanos, cuyo sólo nombre refiere al hecho de que es una institución típica del liberalismo, que funciona mejor acompañada de instituciones democráticas, es siempre una institución que defiende individuos, sin importar realmente en número de ellos.. Es realmente magistral el modo como Bobbio defiende tres grandes corrientes, sin escapársele los problemas que se suscitan entre ellas: el liberalismo, la democracia y el socialismo.
Otro de nuestros grandes clásicos contemporáneos, Isaiah Berlin, ha escrito libros memorables sobre el liberalismo, pero su mirada omniabarcante también ha incursionado en la literatura y en grandes corriente culturales que han hecho época, como por ejemplo el romanticismo. En lo que se refiere al tema que trato ahora, sus Cuatro ensayos sobre la libertad[9] son un aporte preciso y brillante sobre el liberalismo y su valor fundamental: la libertad.
Como sabemos el liberalismo político funda toda su teoría y su práctica en la llamada libertad negativa: el Estado no debe interferir en los asuntos de los individuos sino en aquellos casos en los que está facultado por la ley.
Además, su concepto de libertad negativa (aquella que Sartori prefiere llamar protectora); hace uso explícito (como Bobbio) de la antigua definición de Thomas Hobbes: la libertad como “ausencia de obstáculos” y así lo dice en un apartado de los Ensayos que se llama justamente “La idea de libertad negativa”: “Normalmente se dice que yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfiere en mi actividad .En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros”[10].
El liberalismo, también en cierto sentido, como lo vimos cuando tratábamos de explicar a Bobbio, supone al Estado, a su poder o autoridad, porque el ámbito en el que se mueve la libertad debe ser acotado por la ley. “Pero-dice Berlin- igualmente presuponían, especialmente libertarios como Locke y Mill en Inglaterra, y Constant y Tocqueville, en Francia, que debía existir un cierto ámbito mínimo de la libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo mismo se encontraría en una situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir, los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados. De aquí se sigue que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública”[11].
En resumen, y recordando simplemente que esta es la segunda parte de un artículo aparecido hace ya varios meses. Si el liberalismo nos habla de que para desarrollarnos es necesario poner límites al poder del Estado, de la “autoridad pública” acabamos de leer en Berlin; y la democracia nos dice cómo participar en la cosa pública, todo lo que llevo dicho no es una disquisición teórica solamente, sin implicaciones prácticas en el México de aquí y ahora.
Una muestra de estas implicaciones la constituye el artículo de Enrique Krauze, cuyo título es más que significativo: El legado incierto del 68[12]. Para comenzar con la introducción al dossier que algún redactor de la revista preparó para los diversos artículos que se escriben sobre el 68; el texto comienza afirmando: “En Paris, Praga y Berkeley se discute polémicamente el legado y la vigencia del espíritu del 68 en México, por el contrario, se marcha hacia la beatificación acrítica de Movimiento estudiantil”[13]
Yo diría que ni en París, ni en Praga, ni en Berkeley, se discutió el año pasado tanto y tan intensamente sobre el 68 como en México, ignoro por qué Letras Libres no captó el inusitado interés que despertó en buena parte de nuestra sociedad el Movimiento que se conmemoraba a cuarenta años de distancia. Lo que yo pude advertir es que la gente no quería ni “beatificaciones”, ni posiciones críticas o acríticas, sino algo más sencillo: quería información sobre un hecho que conmovió a la sociedad mexicana.
No quería, como le preocupa al amigo Krauze (lo de amigo lo digo sin ironía, la única ves que hablamos me trató con particular afecto): saber de la probable “injerencia –en plena guerra fría- de agentes provocadores internacionales tanto del bloque soviético como de la CIA”, porque esta injerencia, caso de existir, a nadie ni entonces ni ahora le pareció relevante, como no eran relevantes las personas que soltaban estas especies
En lo referente al artículo de Enrique Krauze, no puedo sino comenzar suscribiendo lo escrito a propósito del 2 de octubre”…un acto de terrorismo de Estado contra un movimiento estudiantil que, al margen de sus manifestaciones radicales, nunca empleó métodos violentos”[14]
Pero no suscribo, sino que me declaro abiertamente en contra de varios asertos de Krauze en los que además pretende leernos la cartilla. Trataré de emplearme a fondo, porque mis temas son los de Krauze, aunque por lo visto no sólo entendemos los problemas de democracia y liberalismo (y sus relaciones) de distinta manera, sino que de plano advierto en él cierta vena autoritaria, de “lector de cartilla”, cuando nos dice a los participantes de izquierda que nuestro “legado” depende de una izquierda que es la de hoy, como si hubiera una sola izquierda que es la que él quiere: “Sigo creyendo que el movimiento fue un hecho que contribuyó a la democratización del país, pero creo también que la naturaleza de ese aporte y su dimensión deben analizarse y matizarse porque sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy. Había, en verdad, algo intrínsecamente democrático en aquel gran año de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”[15]
Un par de precisiones, ¿de veras cree Krauze que “la naturaleza del 68 y su dimensión” dependen, en cualquier sentido, de la izquierda mexicana de hoy? Y si el sentido es el de que “sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy”, las cosas se complican, pero para Enrique Krauze. El final de la cita transcrita es más preocupante para mí (si es que algo puede ser todavía más preocupante en el texto de marras), que, como Krauze, me asumo como liberal, había, en efecto “algo…democrático en aquel gran acto de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”, pero no era ni intrínseca ni estrictamente democrático, sino de raigambre más bien liberal , no tengo más remedio que repetirme: cuantas veces un individuo o una multitud de individuos diga no al gobierno, su actitud es más bien intrínsecamente liberal, fijar límites al poder es el concepto generalmente aceptado de liberalismo, aun por Isaiah Berlin, a quien Enrique Krauze conoció y entrevistó. Otra cosa es que en el mismo acto de masas se actuaba directamente la democracia sin pedir permiso y de manera legal, para ser justos, el amigo Krauze participaba del entusiasmo general
Un par de precisiones más, cuando Enrique Krauze afirma: “Pero es preciso distinguir: la rebelión por la libertad es una cosa, la construcción de la democracia es otra”[16]
Completamente de acuerdo, sólo que Krauze es a veces el que no las distingue bien, y repito que me preocupa, porque Krauze es un liberal de pura cepa, quizá el legado incierto lo escribió de manera apresurada, cosa que le puede ocurrir a cualquiera.
Pero hay más, el movimiento del 68 –nos dice Enrique Krauze con dedo admonitorio-: “No conocía los argumentos complejos, los claroscuros de la vida real. Todo lo contrario: rechazaba por completo el orden establecido. Quería el todo o nada. No tuvo noción de sus propios limites, no imaginó un proyecto constructivo de transición política para si mismo y para México, tenía aversión a la política, la tolerancia, la autocrítica, la negociación y la racionalidad” .[17]¿De veras? Creo que no, algo había de algunos de los calificativos que Krauze endilga al “movimiento”, aunque con respecto al Consejo Nacional de Huelga, de quien más me siento autorizado para hablar, no todos, ni con la constancia que pretende, en cuanto a la ignorancia de la política . ¿cómo le hicimos entonces para enfrentar con relativo éxito los embate gubernamentales ¿Recuerda Krauze que los hubo? Eso que acabamos de leer en nuestro escritor , no está a la altura intelectual que generalmente tienen sus trabajos.
Inmediatamente después, continúa la lectura de la cartilla, el Movimiento “Nunca se propuso, por ejemplo, la creación de un partido político, que sin duda pudo nacer entonces (hay que recordar que la izquierda mexicana no estaba representada en el Congreso, donde el PRI reinaba con mayoría casi absoluta, y que el Partido Comunista Mexicano estaba proscrito). Los estudiantes nunca pensamos en la democracia electoral como una salida.”[18]
Habla bien de Enrique Krauze que asuma la parte que le corresponde de responsabilidad al reconocerse como un compañero más del Movimiento, pero entonces, razón de más para que recordara: al revés de lo que afirma, las condiciones eran las menos propicias para fundar un partido político (otra cosa es que fuera buena idea, tengo para mí que hubiera significado, y con razón, el descrédito total del Movimiento: una partida de oportunistas como partido único de izquierda).
Todos los participantes recordamos las condiciones en que se desarrolló el Movimiento. A partir de septiembre y del ominoso informe presidencial, todos nos enfrentamos a: el poder total del Estado, con sus tres caras, los tres poderes, y arriba de todos el ejecutivo Díaz Ordaz, Echeverría y sus aparatos represores, CU tomada por 13 días, el 23 de septiembre tomado el casco de Santo Tomás, teníamos encima la amenaza de Fidel Velásquez, desataría contra nosotros a sus pistoleros en el momento que lo juzgara oportuno (o el señor presidente), teníamos a la mayoría de la prensa en contra, teníamos presos todos los días, también la alta jerarquía eclesiástica puso su bendecido granito de arena, y un largo etcétera, como lo recordará Krauze. Y en esas condiciones, se reprocha y nos reprocha que no fundáramos un partido político.
En serio, estimado Enrique Krauze: nos exiges demasiado si te refieres a los dirigentes, y también nos calumnias y lo haces también contra tu propia persona si te refieres a todos los participantes del Movimiento. Pero en los días que corren, en el artículo que critico, tus exigencias como intelectual casi no podían estar más reducidas.
Yo más bien creo que la herencia o el legado del 68 es por fortuna, polivalente: fue una victoria si atendemos a que nuestros argumentos políticos racionales (que Krauze nos niega) no fueron respondidos de la misma manera: en su lugar se desató la feroz represión que Krauze recordó bien; fue una derrota si atendemos a que pedíamos la libertad de los presos políticos y al final la lista se amplió con estudiantes maestros y vendedores que trabajaban fuera de las escuelas; fue una fiesta porque actuamos la democracia y por primera vez nos adueñamos gozosamente de nuestra ciudad, sin nadie que nos molestara para iniciar o reforzar nuestra cultura urbana; fue ante todo un movimiento de liberalismo político, aunque también, pero menos consistente, democrático; Tuvo una carga de liberación orgiástica, fuertemente erótica, que Octavio Paz fue el primero en advertir, y en cierto sentido ligada al romanticismo, tal como lo aprecia Isaiah Berlin. Movimiento tal vez contradictorio, que quizá dejó como legado o herencia (en esta materia uno no puede ser concluyente: siempre lo rebasa) algunos valores que no se concilian entre sí, y se puede optar o no uno de ellos. Pero a mi juicio, la herencia del 68 mexicano es sustancialmente política, hicimos ver, o mejor, vimos con ellos, con todos los que tenían voluntad de hacerlo, que el autoritarismo mexicano, tan deficitario ya entonces en lo que se refiere al liberalismo político y a la democracia, no las tenía todas consigo, ni política, ni ideológicamente .
Esto creo que es la herencia o el legado del 68 mexicano, que, por cierto, no tiene herederos “naturales” (como dice Krauze: “la izquierda mexicana es la heredera natural del 68”). Los que recogen esta herencia son personas convencidas, dentro o no de los partidos políticos, y no nada más de la izquierda que tiene en mente el mencionado.
Por supuesto que la herencia o el legado del 68 no puede ser cualquier ocurrencia, y mi lista puede ser incompleta o errónea, pero es mi conclusión después de habar discutido con amigos participantes sobre la esencia del 68 mexicano, que no puede estar condicionada a hechos que ocurrieron muchos años después
Por cierto, estimado Enrique, y quizá para “quitar hierro al asunto”, como dicen los españoles. Tu memoria y mi memoria no coinciden en un punto que admito puede ser irrelevante, ni tú ni yo ni el resto de los participantes decíamos las “tomas” de la calle, sino “ganar la calle”. Es cosa de checarlo.
[1] Propiedad y Libertad, Fondo de Cultura Económica , 1999, p.60
[2] cita del Estudio Preliminar de Miguel Abellán, Ibid, p. XVII.
[3] Fondo de Cultura económica, 1984, México
[4] de la Introducción, Ibid, p.31
[5] Ibid, pág. 645.
[6] Ibid, pág. 397.
[7] Teoría de la Democracia, Alianza Editorial Mexicana, 1989, pág. 444
[8] Bobbio Norberto. El futuro de la democracia, FCE; 1994, pág. 10
[9] Berlin, I. Alianza Editorial, Madrid, 1998
[10] Ibid, pág.220.
[11] Ibid, págs. 222 y 223
[12] Letras Libres, septiembre de 2008, año X, núm.117, págs. 34 a 36.
[13] Ibid, pág 34.
[14] Ibid, pág. 34.
[15] Ibid, pág.35.
[16] Ibid, pág. 35.
[17] Ibid, pág. 35
[18] Ibid, pág. 35.
Por Roberto Escudero
*Publicado en la revista Este País, en junio de 2009.
El presente artículo, es la segunda parte, y sólo en cierto sentido la continuación del trabajo que presenté en el número de septiembre de 2008 en Este País.
Ahora quiero presentar más sostenes histórico-teóricos al concepto de liberalismo político, así como mostrar mi desacuerdo con un liberal muy reconocido en nuestro país y fuera de él, yo mismo soy un lector permanente de sus ensayos y libros. Pero sencillamente estoy en desacuerdo con su artículo sobre el 68. A la vez, aprovecho para agradecer la inesperada buena acogida que recibió mi primer ensayo, tanto de amigos de larga data, como de otros autores a quienes apenas conozco. Aprovecho para mostrar mi entera buena disposición para dialogar, y aún debatir, sobre los asuntos que trato.
Aquí me propongo examinar, aunque sea muy someramente, a los autores que mencioné en el trabajo de septiembre, y que son: Locke, Guillermo de Humboldt. Alexis de Tocqueville, Norberto Bobbio e Isaiah Berlin, en un arco muy pronunciado, que va del siglo XVII a prácticamente nuestros días, que naturalmente no incluye a muchos otros clásicos de de la tradición liberal. Además, mencioné a Giovanni Sartori que no estaba incluido en la lista inicial, pero porque me venía como anillo al dedo para mostrar el carácter más bien liberal de nuestro pliego petitorio, porque era íntegramente defensivo
frente al poder represivo del Estado, en la misma línea en la que Giovanni Sartori llama
al derecho negativo más bien un derecho “defensivo” o “ protector” , que a él le parecen más adecuados.
En fin, paso a los autores: Para Locke, condicionado por su tiempo (siglo XVII), la libertad eminente era la de la propiedad , palabra que es la clave de bóveda de todo el edificio lockeano, pero esa libertad de la que hablaba Locke no se limita a los bienes que se poseen como la casa, la industria o la tierra, sino como afirma nuestro contemporáneo Richard Pipes[1]: “Como dice en cierta ocasión: “Cuando utilizo la palabra propiedad, aquí y en otros momentos, se debe entender aquella propiedad que los hombres tienen sobre sus personas así como sobre sus bienes”, esto es, “vida, libertades y patrimonio”, la esfera que en latín se le llama suum y en español “propiedad”, en la que cada ser humano es soberano”, y como tal, es sujeto absoluto de estos derechos, frente a todos, pero sobre todo frente al más poderoso: el Estado; definición básica del liberalismo político muy sencilla, por cierto.
Bastaría citar el título del librito en el que Guillermo de Humboldt (hermano por cierto de sabio Alejandro de Humboldt, quien anduvo por estas tierras) trata esta materia, para saber que no puede ser más explícito: “Los limites de la acción del Estado” (Ed. Tecnos, Madrid, 1988), escrito en 1972, ahí nos dice: “El verdadero fin del hombre –no el que le señalan las inclinaciones variables, sino el que le prescribe la eternamente inmutable razón- es la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo. Y para esta formación la condición primordial e inexcusable es la libertad…Que el Estado se abstenga de velar por el bienestar positivo de los ciudadanos y se limite estrictamente a velar por su seguridad entre ellos mismos y frente a los enemigos del exterior, no restringiendo su libertad con vistas a ningún otro fin”.
Definición, como ya se habrá advertido, bastante parecida a la del “Estado gendarme” de Adam Smith, aunque el objetivo de este último parece limitarse al de la libertad económica de la que debe disfrutar el género humano y no a ”la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo.”.
Una razón más para afirmar el liberalismo (si bien un liberalismo a ultranza, como se ha podido observar) de Humboldt, consiste en que para este, cuestiones republicanas y democráticas, y ya en su tiempo tan estudiadas como la separación de poderes o la participación de los gobernados en el Estado, le parecen menos importantes que la cuestión, la principal para él de la teoría política “sea justamente la de hasta dónde le está permitido actuar al Estado” [2]. Me parece que Alexis de Tocqeville merece una mención especial, de nacionalidad francesa, escribe en el primer tercio del siglo XIX un gran clásico sobre los Estados Unidos: La democracia en América[3]; disto mucho de ser un conocedor en la materia, pero he leído de quienes conocen en serio el tema de los norteamericanos, que este libro permanece hasta ahora insuperable.
Este libro señero, desde el primer párrafo atrapa al lector: “Entre las cosas que mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención. Ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes, a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados”[4].
Este párrafo, de suyo, alaba sin cortapisas a la igualdad que presentan los Estados Unidos, sin mostrar los efectos probablemente perniciosos que sobre la libertad puede tener. Cuando ya sabía que la libertad y la igualdad son de difícil e inestable conciliación, poco tiene que ver con el espíritu liberal que anima a Tocqeville, sin embargo, en el último párrafo del libro, y después de haber repasado “in situ” prácticamente todos los asuntos importantes de aquel país, vuelve sobre la cuestión de la igualdad, y aquí es más crítico, y con más poder de síntesis: “Las naciones de nuestros días, no podrían hacer que en su seno las condiciones no sean iguales; pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a al servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria”[5]. Este problema subsiste hasta nuestros días.
El liberalismo de Alexis de Tocqueville (que había escrito otra gran obra sobre la caída del absolutismo monárquico en su propio país, se expresa a lo largo del libro de varias maneras que aluden al peligro que representa la democracia, cuando sus instituciones no son lo suficientemente sólidas, para contener el poder de la “tiranía de la mayoría” o del “despotismo de la mayoría”, como él mismo las llama. Hay otro párrafo en el que presenta abiertamente su convicción liberal: “Si a todos los poderes diversos que sujetan y retardan sin término el vuelo de la razón individual, sustituyesen los pueblos democráticos el poder absoluto de una mayoría, el mal no haría sino cambiar de carácter. Los hombres no habrán encontrado los medios de vivir independientes, solamente habrán descubierto, cosa difícil, una nueva fisonomía de la esclavitud…En cuanto a mí, cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo, porque me lo presenten un millón de brazos”[6].
Finalmente, y tal ves para dejar más en claro las cosas, Alexis de Tocqeville es un convencido de La democracia en América, pero como el gran liberal que es, uno de los más grandes de nuestra modernidad, señala los peligros del nuevo despotismo de las mayorías, si la propia democracia no crea las instituciones que limiten cualquier exceso ilegal, y la mirada omniabarcante de Tocqueville alude a varias de ellas
.
Norberto Bobbio e Isaiah Berlin son dos clásicos (para mí, un clásico es un autor siempre presente, de manera que en la mayoría de los autores habría que esperar el paso de tiempo para saber si son “clásicos”, pero creo que los mencionados no necesitan la prueba del tiempo, son y serán clásicos, sin duda) de nuestros días, y tal vez por esa razón más conocidos que el resto de los autores mencionados. Pero vale la pena hacer una breve presentación de cada uno de ellos en lo que de refiere al liberalismo.
A la cabeza del capítulo que Sartori dedica al tema de la democracia y el liberalismo (ver artículo de septiembre de 2008); hay un epígrafe de Norberto Bobbio escrito en plena guerra fría, cuando los comunistas, y no sólo los comunistas, Sartre, por ejemplo, rechazaban al liberalismo como un asunto que la burguesía sostenía para enmascarar sus verdaderos intereses.
En este contexto, es que Bobbio dice en el epígrafe: “Es muy fácil rechazar al liberalismo si se le identifica con una teoría o con una práctica de la libertad entendida como poder de la burguesía, pero es más difícil hacerlo cuando se le considera como la teoría y la práctica de limitar el poder del Estado…pues si la libertad entendida como el poder de hacer cualquier cosa interesa a aquellos lo bastante afortunados que la poseen, la libertad como ausencia de obstáculos interesa a todos los hombres”[7]. Es de hacer notar que esta “ausencia de obstáculos”, como ya observé en mi primer trabajo, es justamente la definida así por el gran Thomas Hobbes, uno de los autores favoritos de Bobbio. Sólo faltaría añadir, en el sentido total del epígrafe, que es precisamente el Estado el obstáculo mayor que enfrentan los individuos, esto nos coloca ante un problema más aparente que real, el liberalismo es la teoría y la práctica que defiende al individuo del poder del Estado. Pero entonces ¿Cómo puedo reivindicar al liberalismo como una teoría y una práctica que ejerció un movimiento de masas como el 68?
Nuestra fuerza residía en que no éramos una simple acumulación de individuos sino algo más consistente: una organización mínima, un “conjunto” lidereado por un organismo colectivo: el CNH. Sin embargo, eran los individuos concretos los que recibían los agravios del poder, y no la colectividad en cuanto tal.
Algo así dice Bobbio cuando habla del gobierno de las leyes y no el de los hombres: “…Tenemos en mente un gobierno de las leyes a un nivel superior, en el que los mismos legisladores son sometidos a normas ineludibles. Un ordenamiento de este tipo solamente es posible si aquellos que ejercen los poderes en todos los niveles pueden ser
controlados en última instancia por los detentadores originarios el poder último, los individuos específicos” [8]
Así, por ejemplo, las comisiones de derechos humanos, cuyo sólo nombre refiere al hecho de que es una institución típica del liberalismo, que funciona mejor acompañada de instituciones democráticas, es siempre una institución que defiende individuos, sin importar realmente en número de ellos.. Es realmente magistral el modo como Bobbio defiende tres grandes corrientes, sin escapársele los problemas que se suscitan entre ellas: el liberalismo, la democracia y el socialismo.
Otro de nuestros grandes clásicos contemporáneos, Isaiah Berlin, ha escrito libros memorables sobre el liberalismo, pero su mirada omniabarcante también ha incursionado en la literatura y en grandes corriente culturales que han hecho época, como por ejemplo el romanticismo. En lo que se refiere al tema que trato ahora, sus Cuatro ensayos sobre la libertad[9] son un aporte preciso y brillante sobre el liberalismo y su valor fundamental: la libertad.
Como sabemos el liberalismo político funda toda su teoría y su práctica en la llamada libertad negativa: el Estado no debe interferir en los asuntos de los individuos sino en aquellos casos en los que está facultado por la ley.
Además, su concepto de libertad negativa (aquella que Sartori prefiere llamar protectora); hace uso explícito (como Bobbio) de la antigua definición de Thomas Hobbes: la libertad como “ausencia de obstáculos” y así lo dice en un apartado de los Ensayos que se llama justamente “La idea de libertad negativa”: “Normalmente se dice que yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfiere en mi actividad .En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros”[10].
El liberalismo, también en cierto sentido, como lo vimos cuando tratábamos de explicar a Bobbio, supone al Estado, a su poder o autoridad, porque el ámbito en el que se mueve la libertad debe ser acotado por la ley. “Pero-dice Berlin- igualmente presuponían, especialmente libertarios como Locke y Mill en Inglaterra, y Constant y Tocqueville, en Francia, que debía existir un cierto ámbito mínimo de la libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo mismo se encontraría en una situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir, los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados. De aquí se sigue que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública”[11].
En resumen, y recordando simplemente que esta es la segunda parte de un artículo aparecido hace ya varios meses. Si el liberalismo nos habla de que para desarrollarnos es necesario poner límites al poder del Estado, de la “autoridad pública” acabamos de leer en Berlin; y la democracia nos dice cómo participar en la cosa pública, todo lo que llevo dicho no es una disquisición teórica solamente, sin implicaciones prácticas en el México de aquí y ahora.
Una muestra de estas implicaciones la constituye el artículo de Enrique Krauze, cuyo título es más que significativo: El legado incierto del 68[12]. Para comenzar con la introducción al dossier que algún redactor de la revista preparó para los diversos artículos que se escriben sobre el 68; el texto comienza afirmando: “En Paris, Praga y Berkeley se discute polémicamente el legado y la vigencia del espíritu del 68 en México, por el contrario, se marcha hacia la beatificación acrítica de Movimiento estudiantil”[13]
Yo diría que ni en París, ni en Praga, ni en Berkeley, se discutió el año pasado tanto y tan intensamente sobre el 68 como en México, ignoro por qué Letras Libres no captó el inusitado interés que despertó en buena parte de nuestra sociedad el Movimiento que se conmemoraba a cuarenta años de distancia. Lo que yo pude advertir es que la gente no quería ni “beatificaciones”, ni posiciones críticas o acríticas, sino algo más sencillo: quería información sobre un hecho que conmovió a la sociedad mexicana.
No quería, como le preocupa al amigo Krauze (lo de amigo lo digo sin ironía, la única ves que hablamos me trató con particular afecto): saber de la probable “injerencia –en plena guerra fría- de agentes provocadores internacionales tanto del bloque soviético como de la CIA”, porque esta injerencia, caso de existir, a nadie ni entonces ni ahora le pareció relevante, como no eran relevantes las personas que soltaban estas especies
En lo referente al artículo de Enrique Krauze, no puedo sino comenzar suscribiendo lo escrito a propósito del 2 de octubre”…un acto de terrorismo de Estado contra un movimiento estudiantil que, al margen de sus manifestaciones radicales, nunca empleó métodos violentos”[14]
Pero no suscribo, sino que me declaro abiertamente en contra de varios asertos de Krauze en los que además pretende leernos la cartilla. Trataré de emplearme a fondo, porque mis temas son los de Krauze, aunque por lo visto no sólo entendemos los problemas de democracia y liberalismo (y sus relaciones) de distinta manera, sino que de plano advierto en él cierta vena autoritaria, de “lector de cartilla”, cuando nos dice a los participantes de izquierda que nuestro “legado” depende de una izquierda que es la de hoy, como si hubiera una sola izquierda que es la que él quiere: “Sigo creyendo que el movimiento fue un hecho que contribuyó a la democratización del país, pero creo también que la naturaleza de ese aporte y su dimensión deben analizarse y matizarse porque sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy. Había, en verdad, algo intrínsecamente democrático en aquel gran año de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”[15]
Un par de precisiones, ¿de veras cree Krauze que “la naturaleza del 68 y su dimensión” dependen, en cualquier sentido, de la izquierda mexicana de hoy? Y si el sentido es el de que “sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy”, las cosas se complican, pero para Enrique Krauze. El final de la cita transcrita es más preocupante para mí (si es que algo puede ser todavía más preocupante en el texto de marras), que, como Krauze, me asumo como liberal, había, en efecto “algo…democrático en aquel gran acto de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”, pero no era ni intrínseca ni estrictamente democrático, sino de raigambre más bien liberal , no tengo más remedio que repetirme: cuantas veces un individuo o una multitud de individuos diga no al gobierno, su actitud es más bien intrínsecamente liberal, fijar límites al poder es el concepto generalmente aceptado de liberalismo, aun por Isaiah Berlin, a quien Enrique Krauze conoció y entrevistó. Otra cosa es que en el mismo acto de masas se actuaba directamente la democracia sin pedir permiso y de manera legal, para ser justos, el amigo Krauze participaba del entusiasmo general
Un par de precisiones más, cuando Enrique Krauze afirma: “Pero es preciso distinguir: la rebelión por la libertad es una cosa, la construcción de la democracia es otra”[16]
Completamente de acuerdo, sólo que Krauze es a veces el que no las distingue bien, y repito que me preocupa, porque Krauze es un liberal de pura cepa, quizá el legado incierto lo escribió de manera apresurada, cosa que le puede ocurrir a cualquiera.
Pero hay más, el movimiento del 68 –nos dice Enrique Krauze con dedo admonitorio-: “No conocía los argumentos complejos, los claroscuros de la vida real. Todo lo contrario: rechazaba por completo el orden establecido. Quería el todo o nada. No tuvo noción de sus propios limites, no imaginó un proyecto constructivo de transición política para si mismo y para México, tenía aversión a la política, la tolerancia, la autocrítica, la negociación y la racionalidad” .[17]¿De veras? Creo que no, algo había de algunos de los calificativos que Krauze endilga al “movimiento”, aunque con respecto al Consejo Nacional de Huelga, de quien más me siento autorizado para hablar, no todos, ni con la constancia que pretende, en cuanto a la ignorancia de la política . ¿cómo le hicimos entonces para enfrentar con relativo éxito los embate gubernamentales ¿Recuerda Krauze que los hubo? Eso que acabamos de leer en nuestro escritor , no está a la altura intelectual que generalmente tienen sus trabajos.
Inmediatamente después, continúa la lectura de la cartilla, el Movimiento “Nunca se propuso, por ejemplo, la creación de un partido político, que sin duda pudo nacer entonces (hay que recordar que la izquierda mexicana no estaba representada en el Congreso, donde el PRI reinaba con mayoría casi absoluta, y que el Partido Comunista Mexicano estaba proscrito). Los estudiantes nunca pensamos en la democracia electoral como una salida.”[18]
Habla bien de Enrique Krauze que asuma la parte que le corresponde de responsabilidad al reconocerse como un compañero más del Movimiento, pero entonces, razón de más para que recordara: al revés de lo que afirma, las condiciones eran las menos propicias para fundar un partido político (otra cosa es que fuera buena idea, tengo para mí que hubiera significado, y con razón, el descrédito total del Movimiento: una partida de oportunistas como partido único de izquierda).
Todos los participantes recordamos las condiciones en que se desarrolló el Movimiento. A partir de septiembre y del ominoso informe presidencial, todos nos enfrentamos a: el poder total del Estado, con sus tres caras, los tres poderes, y arriba de todos el ejecutivo Díaz Ordaz, Echeverría y sus aparatos represores, CU tomada por 13 días, el 23 de septiembre tomado el casco de Santo Tomás, teníamos encima la amenaza de Fidel Velásquez, desataría contra nosotros a sus pistoleros en el momento que lo juzgara oportuno (o el señor presidente), teníamos a la mayoría de la prensa en contra, teníamos presos todos los días, también la alta jerarquía eclesiástica puso su bendecido granito de arena, y un largo etcétera, como lo recordará Krauze. Y en esas condiciones, se reprocha y nos reprocha que no fundáramos un partido político.
En serio, estimado Enrique Krauze: nos exiges demasiado si te refieres a los dirigentes, y también nos calumnias y lo haces también contra tu propia persona si te refieres a todos los participantes del Movimiento. Pero en los días que corren, en el artículo que critico, tus exigencias como intelectual casi no podían estar más reducidas.
Yo más bien creo que la herencia o el legado del 68 es por fortuna, polivalente: fue una victoria si atendemos a que nuestros argumentos políticos racionales (que Krauze nos niega) no fueron respondidos de la misma manera: en su lugar se desató la feroz represión que Krauze recordó bien; fue una derrota si atendemos a que pedíamos la libertad de los presos políticos y al final la lista se amplió con estudiantes maestros y vendedores que trabajaban fuera de las escuelas; fue una fiesta porque actuamos la democracia y por primera vez nos adueñamos gozosamente de nuestra ciudad, sin nadie que nos molestara para iniciar o reforzar nuestra cultura urbana; fue ante todo un movimiento de liberalismo político, aunque también, pero menos consistente, democrático; Tuvo una carga de liberación orgiástica, fuertemente erótica, que Octavio Paz fue el primero en advertir, y en cierto sentido ligada al romanticismo, tal como lo aprecia Isaiah Berlin. Movimiento tal vez contradictorio, que quizá dejó como legado o herencia (en esta materia uno no puede ser concluyente: siempre lo rebasa) algunos valores que no se concilian entre sí, y se puede optar o no uno de ellos. Pero a mi juicio, la herencia del 68 mexicano es sustancialmente política, hicimos ver, o mejor, vimos con ellos, con todos los que tenían voluntad de hacerlo, que el autoritarismo mexicano, tan deficitario ya entonces en lo que se refiere al liberalismo político y a la democracia, no las tenía todas consigo, ni política, ni ideológicamente .
Esto creo que es la herencia o el legado del 68 mexicano, que, por cierto, no tiene herederos “naturales” (como dice Krauze: “la izquierda mexicana es la heredera natural del 68”). Los que recogen esta herencia son personas convencidas, dentro o no de los partidos políticos, y no nada más de la izquierda que tiene en mente el mencionado.
Por supuesto que la herencia o el legado del 68 no puede ser cualquier ocurrencia, y mi lista puede ser incompleta o errónea, pero es mi conclusión después de habar discutido con amigos participantes sobre la esencia del 68 mexicano, que no puede estar condicionada a hechos que ocurrieron muchos años después
Por cierto, estimado Enrique, y quizá para “quitar hierro al asunto”, como dicen los españoles. Tu memoria y mi memoria no coinciden en un punto que admito puede ser irrelevante, ni tú ni yo ni el resto de los participantes decíamos las “tomas” de la calle, sino “ganar la calle”. Es cosa de checarlo.
[1] Propiedad y Libertad, Fondo de Cultura Económica , 1999, p.60
[2] cita del Estudio Preliminar de Miguel Abellán, Ibid, p. XVII.
[3] Fondo de Cultura económica, 1984, México
[4] de la Introducción, Ibid, p.31
[5] Ibid, pág. 645.
[6] Ibid, pág. 397.
[7] Teoría de la Democracia, Alianza Editorial Mexicana, 1989, pág. 444
[8] Bobbio Norberto. El futuro de la democracia, FCE; 1994, pág. 10
[9] Berlin, I. Alianza Editorial, Madrid, 1998
[10] Ibid, pág.220.
[11] Ibid, págs. 222 y 223
[12] Letras Libres, septiembre de 2008, año X, núm.117, págs. 34 a 36.
[13] Ibid, pág 34.
[14] Ibid, pág. 34.
[15] Ibid, pág.35.
[16] Ibid, pág. 35.
[17] Ibid, pág. 35
[18] Ibid, pág. 35.
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Liberalismo,
Movimiento estudiantil de 1968
OLIMPIADAS: MEXICO 68, PEKIN 2008
Por Roberto Escudero.
*Publicado en la revista Voices of Mexico, del CISAN-UNAM en septiembre de 2008
A primera vista, parece que no hay nada que asemeje a las Olimpiadas del 68 mexicano con las Olimpiadas de este año en China. Sin embargo, una mirada más cercana puede encontrar un cierto parecido: la realización de ambas pareció estar en peligro. Subrayo la palabra con un respiro de alivio, y éste es lo que se pudiera llamar el tema de estas notas. De no haberse realizado las Olimpiadas de 1968, varios de los dirigentes estudiantiles de 1968 tal vez no habrían vivido para contarla, aunque parece ser que a Díaz Ordaz nunca se le escapó de sus percepciones el acabar de tajo: “con la Constitución en la mano yo los fusilo”, fue la frase que comunicó a quien esto escribe y quizá a otros más un reputado intelectual, simpatizante permanente del movimiento y una de las mejores plumas de México. Pero digo que nunca se le escapó de sus percepciones, porque ordenó una atrocidad todavía peor, si así puede decirse, la matanza del 2 de octubre.
De no haberse realizado las Olimpiadas de este año en China, cuyo boicot pidieron expresamente, en decisiones poco meditadas, los sex simbols Sharon Stone y Richard Gere, amén del propio gobierno francés por boca de su ministro de Relaciones Exteriores, a raíz de la injustificada represión a los monjes tibetanos (para ser objetivos, también el gobierno chino transmitió varias imágenes de los monjes, inconfundibles en sus colores naranja, destruyendo establecimientos propiedad de habitantes chinos en el Tibet, su furia, armados con garrotes, era evidente, y no parecía ser un montaje), ¿alguien puede imaginar cómo le habría ido a la disidencia china, quien de suyo ya despliega su actividad en condiciones realmente difíciles? El enorme territorio chino se hubiese cerrado más que nunca, y no es difícil suponer que la disidencia interna hubiera pagado los platos rotos.
En México el movimiento comienza propiamente muy a finales de julio, así que en nuestra perspectiva las Olimpiadas estaban tan lejanas que ni siquiera fueron consideradas, ni estaban en ningún sentido en nuestros cálculos.
El que sí habló de que “una tendencia” del movimiento se proponía “impedir acaso” la celebración de los Juegos Olímpicos fue Gustavo Díaz Ordaz en su IV Informe de Gobierno, en el que dedica varios párrafos al asunto de las Olimpiadas.
Vale la pena transcribir dos párrafos: “Durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales, la de quienes deseaban presionar al gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos”.
Me parece necesaria una breve digresión: de las tres tendencias que en su breve análisis “sociológico” dibuja Díaz Ordaz, sólo la última, justamente la de pasar del “acaso” al hecho, la de impedir la celebración de las Olimpiadas, podría constituir delito, las otras dos no están tipificadas en ningún código penal.
Pero nosotros sí abordamos, no podíamos no hacerlo, dado que conforme pasaba el tiempo los Juegos Olímpicos se hacían más visibles en el horizonte, el asunto de esta justa deportiva.
Tal vez una anécdota sea más que ilustrativa al respecto. Con toda sinceridad, no recuerdo si ya había se había publicado el IV Informe de Díaz Ordaz. Pero el hecho es que en una reunión del Consejo Nacional de Huelga se nos encomendó a tres o cuatro delegados, la redacción de un documento cuyo tema central no eran las Olimpiadas, pero tan el tema estaba ya como fondo de muchas discusiones y muchos documentos, que nosotros escribimos un pequeño párrafo que decía, palabras más palabras menos; “Si las Olimpiadas no se realizan, culpa será del gobierno y no de los estudiantes”.
Cuando Raúl Alvarez, que todo mundo reconoce como el estrategos del Movimiento, escuchó esas palabras, su intervención fue contundente: decía que en esas pocas palabras se cifraba un gran peligro, el de que nosotros admitíamos la posibilidad de que las Olimpiadas no se realizaran, así que no teníamos que mencionar en documentos o declaraciones públicas no sólo esa posibilidad, sino nada que tuviera que ver con los juegos olímpicos. Y así se hizo en adelante.
Quisiera hacer notar que, al menos en la capital, el último movimiento reprimido fue el de los médicos, en 1965, así que hubo tres años de calma, si como recuerda la vida en la ciudad de México poco antes de los primeros acontecimientos de violencia, no hubo nada que alteran la paz y la tranquilidad diazordazescos, por eso el presidente se permite decir:
“Cuando hace años de solicitó y obtuvo la sede no hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses, cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía estorbar los juegos”.
Parece ser que aún en los regímenes fuertemente autoritarios, como lo fue el sexenio de Díaz Ordaz, se requiere de tiempos en los que callan el estruendo de la represión, el poder duro según la famosa clasificación de Joseph S. Nye, (sobre la que vuelvo más adelante) y se necesita de la calma chicha para desplegar el poder blando, mostrando la faz sonriente y autolegitimadora del gobierno, organizando Juegos Olímpicos, por ejemplo, aquí y en China.
El hecho es que nadie, que yo sepa, ni en el Consejo Nacional de Huelga ni fuera de él, abogó por el boicot a los Juegos Olímpicos, cosa que sí ocurrió en China, por eso creo que ahora se entiende más fácilmente por qué debemos felicitarnos de que se hayan desarrollado este año los juegos en un país tan paradójico que el Comité Central del Partido Comunista de China se permitiera hace más o menos un año, ofrecer su agradecimiento al empresariado chino por su contribución al crecimiento y al desarrollo del país, al mismo tiempo que existe el trabajo esclavo y otras formas extremas de superexplotación.
Un país tan paradójico que realiza una inauguración, un desarrollo y una clausura brillantes de sus Juegos Olímpicos, y al mismo tiempo no puede evitar manifestaciones de descontento a las que por supuesto había derecho, una vez que el boicot fue olvidado, e impide la difusión de esas manifestaciones. El citado Joseph Nye explica en qué fallaron los gobernantes, que no es poco: “Pero el Gobierno chino no ha logrado todos sus objetivos olímpicos. No cumplió sus promesas de permitir manifestaciones pacíficas y acceso libre a Internet, con la consiguiente reducción de sus ganancias de poder blando” (El País, 10 de septiembre de 2008, págs. 23 y 24).
Según nuestro autor, los rusos desplegaron tan abusivamente su poder duro en Georgia, que hasta los propios chinos se negaron a dar su apoyo a la actitud rusa hacia Georgia, cuando han sido aliados naturales en muchas otras ocasiones. Por lo pronto, la valiente oposición china seguirá luchando por abrir mayores espacios de libertad y democracia, en condiciones menos insoportables que si el boicot se hubiera realizado.
Nunca hay que olvidar que en 1989, cuando el movimiento estudiantil en China, que tuvo como principal centro de atracción mundial la plaza de Tiananmen, el único dirigente chino que abogó por el diálogo con los estudiantes Zhao Ziajang, fue removido de todos sus cargos, desde entonces se encontraba bajo arresto de facto en su casa, muriendo en la misma hace muy poco. Murieron también un número indeterminado de estudiantes en los aledaños de la plaza de Tiananmen hacia la que se dirigían. Y ocho líderes del movimiento fueron sentenciados a muerte y se cumplió su sentencia ante los azorados ojos del mundo (“The Tiananmen Papers”, introduced by Andrew J. Nathan, Foreign Affaires, January-February 2002, págs. 1 a 48)
Por fortuna ni Tiananmen ni la Plaza de las Tres Culturas han caído en el olvido, permanecen como símbolos trágicos de lo que es capaz de hacer el poder incontrolado cuando se decide a sacrificar a sus propios ciudadanos y aún menores de edad. En el caso de México, a 40 años del Movimiento Estudiantil de 1968, advierto un renovado interés por aquellos acontecimientos que se siguen recordando en presente: “2 de octubre no se olvida”. Fallaron las capacidades de vidente de Gustavo Díaz Ordaz: en unas semanas o en unos meses, los acontecimientos tomarán, con la perspectiva del tiempo, su verdadera dimensión y no pasarán como episodios heroicos sino como absurda lucha de oscuros orígenes en calificables propósitos” (IV Informe Presidencial).
En el caso de China, tomemos algo tan aparentemente ajeno a la violencia del totalitarismo como la arquitectura, pues bien, ella también recuerda lo que hay que recordar, la cita es extensa, pero no tiene desperdicio:
“… la experimentación formal y las proezas tecnológicas en la arquitectura ha aparecido con total libertad: el Estadio Olímpico de Pekín de Herzog & de Meuron, el Aeropuerto de Pekín de Norman Foster, el Cubo de Agua de PTW, el Teatro Nacional de Paul Andreu, el World Financial Center de Shangai de KPF, etc. Todas estas son obras que no podrían existir en otro país con un sistema de producción distinto. Reflejan la grandilocuencia de su tiempo. Sin embargo, dentro de toda la vorágine se percibe algo de ceguera, algo de espejismo chino. Ian Buruma es preciso: Es difícil imaginar en los años setenta a un arquitecto europeo famoso proyectando una estación televisiva para el régimen de Pinochet sin perder toda su credibilidad. ¿Por qué entonces hacerlo hoy en China se ve bien? “Es verdad. ¿Tan cínicos nos hemos vuelto? ¿Alguien recuerda Tiananmen? ¿A alguien le importa? El nuevo Oriente se asemeja al viejo Oeste: todos han llegado a probar fortuna a una tierra sin ley; deben saber maniobrar entre la especulación y la corrupción, aprovechar las oportunidades, apostar con todo y tener muy presente que la casa siempre gana”. (Juan Carlos Cano, “La velocidad de la arquitectura china”, págs. 90 y 92, Letras Libres, agosto de 2008, año X, número 116).
Recapitulo: ambas Olimpiadas tienen un elemento en común, no se debe provocar a regímenes que de suyo son represivos, las consecuencias pueden ser terribles. Aunque hay que admitir que en el caso de México, sin ninguna provocación de la parte estudiantil, el gobierno decidió de todos modos el peor de los caminos, justo 12 días antes de la inauguración de las olimpiadas, desató un crimen colectivo en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, dejando en ella muchas muertes, entre hombres, mujeres ancianos y niños. Tal vez lo hizo para que los Juegos se hicieran en paz, cosa que consiguió a pesar del enorme descrédito internacional. No se sabe qué va a pasar con la oposición en China, pero por fortuna en el mundo globalizado de hoy, no todo arroja saldos desfavorables para los pueblos del mundo: hay una conciencia dada vez más generalizada a favor de los derechos humanos, el liberalismo y la democracia, así que China tal vez no pueda seguir invocando a futuro su excepcionalidad y su peculiar manera de entender estos asuntos. Como quiera que sea, las olimpiadas que desarrolló con éxito, la expusieron a los ojos del mundo, y todos sabemos que allí hay horrores que deben terminar cuanto antes.
*Publicado en la revista Voices of Mexico, del CISAN-UNAM en septiembre de 2008
A primera vista, parece que no hay nada que asemeje a las Olimpiadas del 68 mexicano con las Olimpiadas de este año en China. Sin embargo, una mirada más cercana puede encontrar un cierto parecido: la realización de ambas pareció estar en peligro. Subrayo la palabra con un respiro de alivio, y éste es lo que se pudiera llamar el tema de estas notas. De no haberse realizado las Olimpiadas de 1968, varios de los dirigentes estudiantiles de 1968 tal vez no habrían vivido para contarla, aunque parece ser que a Díaz Ordaz nunca se le escapó de sus percepciones el acabar de tajo: “con la Constitución en la mano yo los fusilo”, fue la frase que comunicó a quien esto escribe y quizá a otros más un reputado intelectual, simpatizante permanente del movimiento y una de las mejores plumas de México. Pero digo que nunca se le escapó de sus percepciones, porque ordenó una atrocidad todavía peor, si así puede decirse, la matanza del 2 de octubre.
De no haberse realizado las Olimpiadas de este año en China, cuyo boicot pidieron expresamente, en decisiones poco meditadas, los sex simbols Sharon Stone y Richard Gere, amén del propio gobierno francés por boca de su ministro de Relaciones Exteriores, a raíz de la injustificada represión a los monjes tibetanos (para ser objetivos, también el gobierno chino transmitió varias imágenes de los monjes, inconfundibles en sus colores naranja, destruyendo establecimientos propiedad de habitantes chinos en el Tibet, su furia, armados con garrotes, era evidente, y no parecía ser un montaje), ¿alguien puede imaginar cómo le habría ido a la disidencia china, quien de suyo ya despliega su actividad en condiciones realmente difíciles? El enorme territorio chino se hubiese cerrado más que nunca, y no es difícil suponer que la disidencia interna hubiera pagado los platos rotos.
En México el movimiento comienza propiamente muy a finales de julio, así que en nuestra perspectiva las Olimpiadas estaban tan lejanas que ni siquiera fueron consideradas, ni estaban en ningún sentido en nuestros cálculos.
El que sí habló de que “una tendencia” del movimiento se proponía “impedir acaso” la celebración de los Juegos Olímpicos fue Gustavo Díaz Ordaz en su IV Informe de Gobierno, en el que dedica varios párrafos al asunto de las Olimpiadas.
Vale la pena transcribir dos párrafos: “Durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales, la de quienes deseaban presionar al gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos”.
Me parece necesaria una breve digresión: de las tres tendencias que en su breve análisis “sociológico” dibuja Díaz Ordaz, sólo la última, justamente la de pasar del “acaso” al hecho, la de impedir la celebración de las Olimpiadas, podría constituir delito, las otras dos no están tipificadas en ningún código penal.
Pero nosotros sí abordamos, no podíamos no hacerlo, dado que conforme pasaba el tiempo los Juegos Olímpicos se hacían más visibles en el horizonte, el asunto de esta justa deportiva.
Tal vez una anécdota sea más que ilustrativa al respecto. Con toda sinceridad, no recuerdo si ya había se había publicado el IV Informe de Díaz Ordaz. Pero el hecho es que en una reunión del Consejo Nacional de Huelga se nos encomendó a tres o cuatro delegados, la redacción de un documento cuyo tema central no eran las Olimpiadas, pero tan el tema estaba ya como fondo de muchas discusiones y muchos documentos, que nosotros escribimos un pequeño párrafo que decía, palabras más palabras menos; “Si las Olimpiadas no se realizan, culpa será del gobierno y no de los estudiantes”.
Cuando Raúl Alvarez, que todo mundo reconoce como el estrategos del Movimiento, escuchó esas palabras, su intervención fue contundente: decía que en esas pocas palabras se cifraba un gran peligro, el de que nosotros admitíamos la posibilidad de que las Olimpiadas no se realizaran, así que no teníamos que mencionar en documentos o declaraciones públicas no sólo esa posibilidad, sino nada que tuviera que ver con los juegos olímpicos. Y así se hizo en adelante.
Quisiera hacer notar que, al menos en la capital, el último movimiento reprimido fue el de los médicos, en 1965, así que hubo tres años de calma, si como recuerda la vida en la ciudad de México poco antes de los primeros acontecimientos de violencia, no hubo nada que alteran la paz y la tranquilidad diazordazescos, por eso el presidente se permite decir:
“Cuando hace años de solicitó y obtuvo la sede no hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses, cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía estorbar los juegos”.
Parece ser que aún en los regímenes fuertemente autoritarios, como lo fue el sexenio de Díaz Ordaz, se requiere de tiempos en los que callan el estruendo de la represión, el poder duro según la famosa clasificación de Joseph S. Nye, (sobre la que vuelvo más adelante) y se necesita de la calma chicha para desplegar el poder blando, mostrando la faz sonriente y autolegitimadora del gobierno, organizando Juegos Olímpicos, por ejemplo, aquí y en China.
El hecho es que nadie, que yo sepa, ni en el Consejo Nacional de Huelga ni fuera de él, abogó por el boicot a los Juegos Olímpicos, cosa que sí ocurrió en China, por eso creo que ahora se entiende más fácilmente por qué debemos felicitarnos de que se hayan desarrollado este año los juegos en un país tan paradójico que el Comité Central del Partido Comunista de China se permitiera hace más o menos un año, ofrecer su agradecimiento al empresariado chino por su contribución al crecimiento y al desarrollo del país, al mismo tiempo que existe el trabajo esclavo y otras formas extremas de superexplotación.
Un país tan paradójico que realiza una inauguración, un desarrollo y una clausura brillantes de sus Juegos Olímpicos, y al mismo tiempo no puede evitar manifestaciones de descontento a las que por supuesto había derecho, una vez que el boicot fue olvidado, e impide la difusión de esas manifestaciones. El citado Joseph Nye explica en qué fallaron los gobernantes, que no es poco: “Pero el Gobierno chino no ha logrado todos sus objetivos olímpicos. No cumplió sus promesas de permitir manifestaciones pacíficas y acceso libre a Internet, con la consiguiente reducción de sus ganancias de poder blando” (El País, 10 de septiembre de 2008, págs. 23 y 24).
Según nuestro autor, los rusos desplegaron tan abusivamente su poder duro en Georgia, que hasta los propios chinos se negaron a dar su apoyo a la actitud rusa hacia Georgia, cuando han sido aliados naturales en muchas otras ocasiones. Por lo pronto, la valiente oposición china seguirá luchando por abrir mayores espacios de libertad y democracia, en condiciones menos insoportables que si el boicot se hubiera realizado.
Nunca hay que olvidar que en 1989, cuando el movimiento estudiantil en China, que tuvo como principal centro de atracción mundial la plaza de Tiananmen, el único dirigente chino que abogó por el diálogo con los estudiantes Zhao Ziajang, fue removido de todos sus cargos, desde entonces se encontraba bajo arresto de facto en su casa, muriendo en la misma hace muy poco. Murieron también un número indeterminado de estudiantes en los aledaños de la plaza de Tiananmen hacia la que se dirigían. Y ocho líderes del movimiento fueron sentenciados a muerte y se cumplió su sentencia ante los azorados ojos del mundo (“The Tiananmen Papers”, introduced by Andrew J. Nathan, Foreign Affaires, January-February 2002, págs. 1 a 48)
Por fortuna ni Tiananmen ni la Plaza de las Tres Culturas han caído en el olvido, permanecen como símbolos trágicos de lo que es capaz de hacer el poder incontrolado cuando se decide a sacrificar a sus propios ciudadanos y aún menores de edad. En el caso de México, a 40 años del Movimiento Estudiantil de 1968, advierto un renovado interés por aquellos acontecimientos que se siguen recordando en presente: “2 de octubre no se olvida”. Fallaron las capacidades de vidente de Gustavo Díaz Ordaz: en unas semanas o en unos meses, los acontecimientos tomarán, con la perspectiva del tiempo, su verdadera dimensión y no pasarán como episodios heroicos sino como absurda lucha de oscuros orígenes en calificables propósitos” (IV Informe Presidencial).
En el caso de China, tomemos algo tan aparentemente ajeno a la violencia del totalitarismo como la arquitectura, pues bien, ella también recuerda lo que hay que recordar, la cita es extensa, pero no tiene desperdicio:
“… la experimentación formal y las proezas tecnológicas en la arquitectura ha aparecido con total libertad: el Estadio Olímpico de Pekín de Herzog & de Meuron, el Aeropuerto de Pekín de Norman Foster, el Cubo de Agua de PTW, el Teatro Nacional de Paul Andreu, el World Financial Center de Shangai de KPF, etc. Todas estas son obras que no podrían existir en otro país con un sistema de producción distinto. Reflejan la grandilocuencia de su tiempo. Sin embargo, dentro de toda la vorágine se percibe algo de ceguera, algo de espejismo chino. Ian Buruma es preciso: Es difícil imaginar en los años setenta a un arquitecto europeo famoso proyectando una estación televisiva para el régimen de Pinochet sin perder toda su credibilidad. ¿Por qué entonces hacerlo hoy en China se ve bien? “Es verdad. ¿Tan cínicos nos hemos vuelto? ¿Alguien recuerda Tiananmen? ¿A alguien le importa? El nuevo Oriente se asemeja al viejo Oeste: todos han llegado a probar fortuna a una tierra sin ley; deben saber maniobrar entre la especulación y la corrupción, aprovechar las oportunidades, apostar con todo y tener muy presente que la casa siempre gana”. (Juan Carlos Cano, “La velocidad de la arquitectura china”, págs. 90 y 92, Letras Libres, agosto de 2008, año X, número 116).
Recapitulo: ambas Olimpiadas tienen un elemento en común, no se debe provocar a regímenes que de suyo son represivos, las consecuencias pueden ser terribles. Aunque hay que admitir que en el caso de México, sin ninguna provocación de la parte estudiantil, el gobierno decidió de todos modos el peor de los caminos, justo 12 días antes de la inauguración de las olimpiadas, desató un crimen colectivo en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, dejando en ella muchas muertes, entre hombres, mujeres ancianos y niños. Tal vez lo hizo para que los Juegos se hicieran en paz, cosa que consiguió a pesar del enorme descrédito internacional. No se sabe qué va a pasar con la oposición en China, pero por fortuna en el mundo globalizado de hoy, no todo arroja saldos desfavorables para los pueblos del mundo: hay una conciencia dada vez más generalizada a favor de los derechos humanos, el liberalismo y la democracia, así que China tal vez no pueda seguir invocando a futuro su excepcionalidad y su peculiar manera de entender estos asuntos. Como quiera que sea, las olimpiadas que desarrolló con éxito, la expusieron a los ojos del mundo, y todos sabemos que allí hay horrores que deben terminar cuanto antes.
EL LIBERALISMO DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DE 1968.
Por Roberto Escudero
* Publicado en la revista Este País, en septiembre de 2008
Todo el mundo acepta que el Movimiento Estudiantil Mexicano fue un movimiento por la democracia. Que la democracia y sus valores (vigencia de la ley, igualdad ante ella, respeto a la ley suprema de la Constitución, por ejemplo), fueron nuestros grandes objetivos, perfilados desde un principio, cuando nos reuníamos y cuando marchábamos hace ya cuarenta años. Como la finalidad del presente trabajo no es el elogio reiterativo y acrítico de nuestro Movimiento, sino un modesto aporte que en mi concepto ya urgía y que es además mi manera personal de celebrar los cuarenta años.
Quiero decir que tenemos razón al calificarlo como un movimiento muy amplio, que incluyó a vastos sectores estudiantiles y populares, y que fue sin duda una lucha democrática. ¿Pero fue estrictamente democrático? ¿Y fue sólo democrático?
Mi respuesta es que no, no fue estricta ni solamente democrático. Recuerdo que nuestro emblema era un círculo en el que se leían dos letras jugando con los colores rojo y negro –los colores universales de cualquier huelga, como era el caso- una “l” y una “d”, y que eran las iniciales de “libertades democráticas”. Un binomio de conceptos que encerraba más problemas y aún contradicciones de los que podíamos sospechar en la época, pero que día de hoy y desde hace ya muchos años no es posible ignorar.
Llana y concretamente, el concepto de”libertad”, en sentido estricto, no es un asunto intrínseco de la democracia, sino del liberalismo, del liberalismo político, desde luego, no del liberalismo económico, distinción básica sobre la que vuelvo más adelante.
Un ejemplo me va a servir para definir al liberalismo político. Vale la pena recordar que el movimiento se gesta cuando a una reyerta callejera que tuvo lugar el 23 de julio de 1968, y que involucró primero a dos pandillas: los “ciudadelos” y los arácnidos, y después a dos vocacionales del Instituto Politécnico Nacional y a una preparatoria privada, la Isaac Ochotorena, en la Ciudadela y sus alrededores, el gobierno responde con una represión desmesurada que alcanzó a profesores y alumnos. ¿Cuál fue entonces el primer motivo de indignación no sólo para los estudiantes, sino para mucha gente que presenció la paliza de la Ciudadela? Fue el abuso del poder, dicho de la manera más sencilla.
Se define en pocas palabras al liberalismo político como la teoría y la práctica que pone límites al poder del Estado (así sea en su recubrimiento más exterior como el de la policía), y así ha sido definida, implícita o explícitamente, de Locke a Bobbio e Isaiah Berlin, pasando por Guillermo de Humboldt y Alexis de Tocqueville, para no citar más que a algunos de los clásicos, y bastante después del liberalismo político es que se teoriza sobre (y se practica) la democracia.
Nosotros (y al decir nosotros me refiero a los miles y miles de participantes en nuestro movimiento) no pedíamos derechos positivos como nuestra participación en el poder, sea a través de uno de los partidos existentes, o de uno eventualmente creado por nosotros, ni siquiera pedíamos que se respetara el voto de los ciudadanos, o la apertura de algún otro canal formalizado de participación en el poder. Repito, lo que pedíamos es que cesaran sus abusos…ni más ni menos. Y el poder en México jamás permitió que se cuestionara su esencia autoritaria, no democrática, el presidente Gustavo Díaz Ordaz no iba a ser la excepción. Es claro que nuestras grandes marchas, para las que no pedíamos ninguna autorización administrativa, porque nos basábamos en el principio constitucional de libertad de manifestación, así como nuestras asambleas, eran de suyo un principio elemental de participación en la cosa pública, en la vida democrática del país. Sí, nuestro movimiento también fue democrático. Pero el leit motiv de nuestra acción, esas “ganas de no dejarse” que definió Monsiváis, eran, por definición, un cuestionamiento de los abusos del poder que se conoce como “liberalismo político”. Desde luego, el concepto no lo conocíamos. Tanto da. Nuestro actuar era básicamente dentro de los cauces del liberalismo político, era una contundente libertad negativa que exigía al gobierno y al Estado: “no hagas uso de la represión si no estás expresa y legalmente facultado para ello”.
Es obvio que el abuso del poder –que siempre comienza con la actuación de una de sus formas más externas: la policía reprimiendo, pero que nunca se sabe donde acaba, cuando es el propio Estado con sus tres poderes y el ejército quien decide tomar a los estudiantes y a una parte del pueblo como su enemigo- no comienza con el 68 mexicano. Para no hablar sino de lo que tuve experiencia directa para todos los que vivíamos, pues tal era mi caso, en el centro de la ciudad de México, desde la segunda mitad de la década de los cincuenta, pudimos observar cómo eran apaleados todos los movimientos obreros y populares que jalonaron el lustro: electricistas, petroleros, telegrafistas, maestros, y que culminan en la gran huelga ferrocarrilera de 1958-1959, también por supuesto reprimida y sus principales dirigentes, Demetrio Vallejo y Valentín Campa encarcelados, junto con muchos otros, además de los presos que vendrían después.
Pero todos estos antecedentes son bastante indirectos –pero lo que los identifica con el 68 es el abuso ante gente invariablemente desarmada-, los movimientos obreros tienen unas características y un tempo muy diferentes a las de otras clases sociales. Hay sin embargo un movimiento típicamente universitario, al cual debo llamar, como al del 68, de “clases medias”, a falta de un repertorio de conocimientos sociológicos más preciso, que fue el Movimiento Médico de 1965 y que en esencia luchaba por la conquista de derechos de los pasantes internistas, es decir, un salario. Como se le otorga a cualquier otro grupo que trabaja, pero para conquistarlo tenían que despojarse de la tutela paternalista que les otorgaba “becas”, y que por lo tanto les impedía algunos derechos básicos, que sí tendrán como asalariados.
Este movimiento, de dimensiones relativamente pequeñas, fue sin embargo altamente simbólico: los jóvenes y las jóvenes estudiantes y pasantes, vestidos completamente de blanco, impedían con cuerdas que nadie se agregara a sus marchas y maculara su pureza ¿ingenuo?, puede ser que sí, pero de una integridad conmovedora que conquistaba a los que veíamos esta escena desde “afuera”.
El Movimiento Estudiantil del 68 superó con rapidez a este valioso antecedente, “Únete Pueblo” fue tal vez la primera consigna, rápidamente atendida por sectores cada vez más vastos de la población. Esta era, por supuesto una característica más bien democrática, pedíamos solidaridad porque sabíamos a nuestras demandas razonables y atendibles.
Es más, había una coherencia y una solidez en los 6 puntos del Pliego Petitorio que ilustran bien la vertiente liberal política del movimiento. Esta coherencia a veces pasaba inadvertida porque no insistimos lo suficiente en las razones que nos llevaron a redactar así nuestras peticiones (nos faltó algo así como una labor pedagógico política.). Cuarenta años después no parece inútil hacerlo con la mayor precisión posible. Tal vez encuentre el lector hallazgos históricos.
Como mi análisis del Pliego Petitorio no será en orden estricto, vale la pena transcribirlo íntegro
1. Libertad a los presos políticos
2. Destitución de los generales Luís Cueto Ramírez, así como también el teniente coronel Armando Frías.
3. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo de la represión y no creación de cuerpos semejantes.
4. Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de Disolución Social), instrumentos jurídicos de la agresión.
5. Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante.
6. Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y ejército
Libertad a los presos políticos. Esta demanda históricamente era la más sentida para la izquierda mexicana (El Consejo Nacional de Huelga, quien formuló el Pliego Petitorio, era en su casi totalidad parte de esa izquierda.)Todos los presos políticos habían sido encarcelados en el llamado Palacio Negro de Lecumberri, sin atenerse a las más elementales formas jurídicas. En un país con un cuerpo de abogados atento e imparcial, se habría provocado el sonrojo de todos ellos. Muy pocos lo hicieron.
Líneas arriba decía yo que el encarcelamiento de Demetrio Vallejo Y Valentín Campa habían determinado el primer punto del Pliego Petitorio, pero había mucho más presos políticos, el más conocido era el pintor David Alfaro Sequeiros, pero estaba también don Filomeno Mata, y decenas más, todos ellos acusados del delito de Disolución Social, de manera que ahora intentaré explicar (el segundo y el tercer puntos casi se explican por sí mismos, el segundo punto pedía: la destitución de los generales Luís Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, así como la del teniente coronel Armando Frías, quienes habían comandado la represión que el gobierno les ordenaba contra los movimientos arriba citados. El tercer punto pedía la extinción del cuerpo de granaderos, que comandaba precisamente Armando Frías. ¿Y quién no los recuerda ensañándose contra todas las personas que encontraban a su paso?) El punto cuarto de nuestro Pliego Petitorio: Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de disolución social) instrumentos jurídicos de la agresión.*
Este sí amerita una explicación histórica. El delito de disolución social fue aprobado por la Cámara de Diputados en octubre de 1941, cuando ya habían comenzado las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, pero tal como se indica en las consideraciones de la 2ª. Comisión de Justicia, que presenta tal delito, este tenía un destinatario bien específico: la posible quinta columna nazi fascista que era más que probable que existiera o fuera a existir en nuestro país, pues ya había sacado la cabeza simpatizantes de Alemania. Además, menos de un año después, México declara la guerra a las potencias del eje. En el ambiente estaba pues la amenaza nazi y no la de la izquierda.
Aclaración de cualquier modo innecesaria: la iniciativa de ley para el delito de disolución social provenía del presidente Manuel Ávila Camacho y no de los diputados. Que la razón era la de la Segunda Guerra Mundial y la consecuente amenaza nazi fascista en México, se dice claramente en las consideraciones que presentan la iniciativa: “Como razones en apoyo de la iniciativa, se cita, en primer lugar, el deseo del ejecutivo de la Unión para cumplir con su función constitucional de velar por la conservación de la paz interior y exterior del país en las presentes circunstancias que prevalecen en la humanidad, contando con un instrumento jurídico respetable de seguridad social, dentro de los principios democráticos de nuestra Constitución; y en segundo lugar, se señalan las enseñanzas obtenidas por la experiencia de lo acontecido a diversos países del hemisferio occidental en los que, mediante una serie de actividades de franca disolución social se ha preparado su invasión y se han visto privados de existencia en el concierto de los pueblos libres por golpes de mano apoyados por la fuerza, y preparados en plena paz, con ayuda a favor de los agresores, de individuos y organizaciones, que gozando de las garantías compatibles con la legislación existente obtuvieron, previamente a las acciones militares, informes, datos y secretos militares; y ejercieron propaganda para preparar moralmente a los pobladores, asegurando de antemano la pasividad, y aun la cooperación de los mismos”[1] Aquí, nuestra Segunda Comisión de Justicia, mata dos pájaros de un tiro: justifica expresamente el delito de disolución social, y en las líneas finales la reforma del delito de espionaje, que también era una iniciativa del general Ávila Camacho. Algunos diputados comentan favorablemente la iniciativa que me ocupa, y en el mismo sentido antinazi que ya conocemos.
El Lic. Alberto Trueba Urbina exclama (era diputado, ¿no?): “Los nuevos postulados están a la vista con la tragedia que vive Europa; tragedia de dolor, de opresión a los pueblos, que debemos tomarla muy en cuenta para el presente y para el futuro. No nos debe pasar a nosotros, lo que les pasó a las naciones civilizadas, pero militarmente débiles, de la vieja Europa: sus propios connacionales, los extranjeros, los quintacolumnistas, prepararon la invasión y la opresión de sus pueblos”[2]
Y el diputado José Gómez Esparza: “La lucha armada en el viejo continente, en la que se gesta una nueva forma de vivir y de donde surgirá seguramente una nueva formula político-social, nos ha venido comprobando como países que se consideraban como países de primera línea, fueron sucumbiendo paso a paso precisamente por la imprevisión de acontecimientos que han venido a demostrar que fueron movidos por deseo de expansión totalitaria y por deseo de conquista económica”.[3]
Vale la pena subrayar que para los legisladores el delito de disolución social era un delito político. Pero más vale la pena recordar el hecho de que ninguna persona filonazi o de derecha fue acusado por el delito que hacía de ella un retrato hablado expreso, y peor aun, este delito se enderezo, como ya se ha dicho, contra los militantes de la izquierda, precisamente a los que no iba dirigido ni en las intenciones del Presidente ni en las de los legisladores, pero deben haber razonado, si el delito ya estaba allí, había que aplicarlo, y así fueron cayendo sucesivos personajes de la izquierda, victimas de un delito que debió haberse derogado en cuanto pasó la guerra, y con ella, la amenaza de la quintacolumna.
El hecho es que el delito de marras, junto con el de espionaje (que dicho sea de paso, parecía tener mayor sentido, estaba mejor tipificado, y en verdad no se debe espiar para el enemigo) se promulgó el 14 de noviembre de 1941, cuando ya nos encontrábamos a punto de entrar a la Segunda Guerra Mundial., cosa que ocurrió en mayo de 1942.
Además, en esa época se crea el Cuerpo de Granaderos, supuestamente con la misma intención, la de reprimir a los fascios mexicanos o extranjeros. Pero la historia se repite, es un cuerpo policial que cuando entró en acción, lo hizo para reprimir a los elementos de izquierda que simplemente hacían uso del derecho de manifestación. Así, no solamente cobran sentido, sino que son muy coherentes con todo el pliego petitorio el punto 3oExtinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión y no creación de cuerpos semejantes, y el punto 4º referente al delito de disolución que es el que acabo de pretender analizar con alguna extensión.
El punto 5º del pliego petitorio se explica por si mismo.- Indemnización a las familias de los muertos y los heridos que fueron victimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante. Y aunque el punto 6º y ultimo también se explica por si mismo: Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policías, granaderos y ejercito, creo que vale la pena mencionar que se conecta con el punto 2º, en el que se pide la destitución de los jefes policíacos, represores, pero nada más, ahora se pide en el último punto el deslinde de responsabilidades de las autoridades civiles que ordenaron la represión de los policías y del ejercito que también participó en tiempos de paz. Entonces se está pidiendo también, por primera vez en el pliego, castigo a los responsables de la represión.
Por eso, además de la consistencia interna del pliego petitorio, es muy importante mencionar que todos los puntos eran defensivos, contra el desafuero del poder que ya no era nada más éste o aquel gobierno, de determinado sexenio, sino del Estado mismo, es decir, era una defensa de derechos y libertades conculcados que en estricto sentido pertenecen, también por definición, al liberalismo, no a la democracia
Al no poder ni querer ser estas argumentaciones de carácter filosófico político (al estilo de las que ofrecía a mis alumnos cuando todavía era un profesor en activo). Simplemente quisiera recordar, muy sucintamente, que el valor por excelencia de la democracia es la igualdad, y que el del liberalismo político es la libertad, por eso el paradigma que subsiste como superior de la organización social es el de la democracia liberal, contando con todos los peligros y aún la difícil coexistencia que entrañan ambos conceptos.
Por ejemplo, aunque el “diálogo público” que pedíamos con las autoridades no formaba parte del pliego petitorio, si era el sustento democrático del mismo: Las dos partes en conflicto discutiendo en pie de igualdad el Pliego y algunos otros puntos que surgieran en la mesa de la discusión, Pero a 40 años del Movimiento, bien puedo repetir lo que ya he dicho en otras ocasiones, no obstante que la idea del “diálogo público” era en verdad un gran acierto, nuestra manera de encararlo fue a veces desastrosa, se llegó al punto en el que un representante del gobierno se comunicó por teléfono al Consejo Nacional de Huelga, se identificó y explicó que quería simplemente establecer un primer contacto para estudiar los requisitos y el modus operandi del diálogo mismo. Entonces el Consejo se embarcó en una de sus muchas discusiones tan desgastantes como estériles…¡Se discutió si un telefonazo podía ser considerado parte del diálogo público¡
Me parece que si en un cierto sentido el asambleísmo que tenía su máxima expresión en El Consejo Nacional de Huelga, fue una especie de asambleísmo salvaje en el que todos nos fogueamos, hasta los que teníamos más experiencia, en otro sentido fue una rémora para el movimiento
Bien se pudo lograr que decisiones vitales como la del diálogo publico, se tomaran, previa discusión, por un reducido comité, que contestara en poco tiempo asuntos como el de la llamada telefónica. Otros asuntos de carácter práctico como el de determinar el día de las marchas y sus características, de todas maneras era tomado por este reducido comité cuyos nombres están en boca de todos.
En materia democrática, en lo que concierne a las grandes decisiones, las que dibujan el rumbo estratégico de una lucha, nos encontrábamos un poco atrasados.
En materia de liberalismo político, me parece, nos fue mejor, dijimos claramente al gobierno que no pusiera obstáculos (esta es la definición más antigua que conozco de “libertad negativa”, la del gran Thomas Hobbes). A lo que era una actuación legal de derechos. Pero todo esto derivó en el monstruoso crimen de Estado del 2 de octubre, se me replicará. Mi respuesta es que nadie sabía que para allá íbamos y que no podía ser previsto, por nadie, ni siquiera por los elementos estatales no directamente involucrados.
Y así, previamente al 2 de octubre, actuamos bien el liberalismo político. Por razones obvias hablo de éste y no de liberalismo económico, pues aunque ambos tienen en común imponer límites a la actividad del Estado, no es lo mismo limitar al poder para actuar multifacéticamente, siempre que no limitemos los derechos de los demás (otra vez, la libertad negativa, como consta en el capítulo correspondiente de todas las Constituciones democrático liberales del mundo), y otra cosa es poner límites al Estado para que se desarrolle sin trabas la libertad económica. En el italiano, por ejemplo, no existe esta confusión, hay dos términos distintos para ambas esferas: liberismo para la económica, liberalismo para la política.
Líneas arriba quise explicar que todos los puntos del Pliego Petitorio eran defensivos, nos defendían del poder, por eso, sin saberlo, reivindicábamos la libertad negativa Me repito porque viene a cuento una cita de Sartori que es muy precisa::”Acostumbramos a denominarla “libertad negativa”; pero yo prefiero denominarla más exactamente libertad protectora o defensora, pues aquel predicado posee un sentido peyorativo y además contribuye a que se le considere como una libertad de inferior categoría”[4]Ironías de la historia, a los presos políticos del 68 ya no se les acusó del delito de disolución social que finalmente fue derogado el 29 de julio de 1970. Como se ve, tal fue el impacto positivo del punto cuatro del pliego petitorio.
Una tercera corriente flotaba (creo que es la palabra que más le conviene) en el ambiente del Movimiento del 68, el socialismo. Ya he dicho que varios de los miembros del CNH militábamos en organizaciones de izquierda, me faltaba añadir que tales organizaciones eran comunistas. Pero para muchos de nosotros, sin el socialismo de raigambre marxista y su perspectiva, la lucha democrática se perdía en pura formalidad (como si lo formal fuera falso, lo opuesto a lo verdadero) y en vacuidades. Yo creo que este era un profundo error, al menos de mi parte, y esto de ninguna manera se debe a la influencia que desempeñó José Revueltas en el Comité de Lucha de Filosofía Y Letras, él era quien tenía las cosas claras y no desdeñó durante el movimiento a la democracia. Yo sí..
El Movimiento del 68 abrió perspectivas para otros actores en nuestro país, aunque cada quien se hace responsable de sus actos. Nosotros, en 1968, nunca molestamos, nunca provocamos mayores dificultades a lo transeúntes durante los meses en los que se extendió la resistencia. Los que recientemente hicieron esto no se puede decir que son herederos del movimiento de hace 40 años; y lo más importante, nunca obedecimos sin chistar a un líder por carismático que fuera, o que así quisiéramos verlo, como lo hacen de algunos años a esta parte con Andrés Manuel López Obrador. Todavía está por estudiar por qué la conciencia activa de la ciudad a la que aludía más arriba, siguió a pie juntillas a este personaje (multiplicando los contingentes del 68, ciertamente), visiblemente con un repertorio tan exiguo de conceptos.
En resumen, el símbolo encerrado en un círculo, con las iniciales de las “libertades democráticas”, que por cierto fue el proyecto vencedor de un concurso al que convocó el Comité de Lucha de Arquitectura, es un símbolo que nos dice con exactitud que se quería, aunque no se conociera ni el concepto “liberalismo político”. Más exactamente, ni se sabía, ni se sabe, ni se quiere saber en ciertos círculos, aún ilustrados. Pero puede ser hora de iniciar una discusión al respecto. En México hay más liberales de lo que pudieran sugerir las discusiones políticas coyunturales. En cuanto al socialismo, éste no tiene por qué arriar banderas, pero sobre la base de la crítica de las monstruosidades que en su nombre engendró el siglo XX, y de las ridiculeces que está engendrando el “socialismo bolivariano” en el sur del continente americano. Me parece que la socialdemocracia todavía no ha dicho la última palabra.
Ahora y aquí, hay otros temas que están a la orden del día: acabar de construir el armazón democrático, las nuevas instituciones que reclaman nuevas realidades: el aparato político que correspondía al longevo autoritarismo príísta aún no se acaba, pero tampoco se acaban de perfilar instituciones que tomen en cuenta un hecho básico: nuestra democracia es muy incipiente y con añejos y nuevos problemas, algunos ya la cuestionan, para mí, habrá que fortalecerla, entre otras cosas, para que el país no se desordene a la vista de un hecho elemental: cualquiera de los tres grandes partidos puede ganar tanto las próximas elecciones intermedias como las siguientes elecciones presidenciales.
En lo social, hay hechos que no se pueden seguir postergando: la creación de instituciones eficientes y relativamente poco costosas que comiencen a suprimir en serio no sólo la pobreza, sino también el flagelo de las desigualdades que caracterizan al país, en el contexto crecientemente omnipresente de la globalización, en cuyos efectos, positivos y negativos, no se ha profundizado. Algunas de estas reivindicaciones ya estaban contenidas in nuce en el Movimiento Estudiantil de 1968, otras no. Pero los que participamos en aquellas jornadas podemos ofrecer nuestra modesta opinión. (Agradezco la eficiente labor de hemeroteca que realizo Carlos Estrada Haasmann, con quien también discutí conceptos clave de este trabajo).
México D.F., a 3 de junio de 2008
* Transcribo integros los artículos 145 y 145bis:
“Artículo 145.- Se aplicará prisión de dos a seis años, al extranjero o nacional mexicano, que en forma hablada o escrita, o por cualquier otro medio realice propaganda política entre extranjeros o entre nacionales mexicanos, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero, que perturbe el orden público o afecte la soberanía del Estado Mexicano.
Se perturba el orden público, cuando los actos determinados en el párrafo anterior, tiendan a producir rebelión, sedición, asonada o motín.
Se afecta la soberanía nacional cuando dichos actos ponen en peligro la integridad territorial de la Republica, obstaculicen el funcionamiento de sus instituciones legítimas o propaguen el desacato de parte de los nacionales mexicanos a sus deberes cívicos.
Se aplicará prisión de seis a diez años, al extranjero o nacional mexicano que, en cualquier forma, realice actos de cualquier naturaleza, que preparen material o moralmente la invasión del territorio nacional, o la sumisión del país a cualquier gobierno extranjero.
Cuando el sentenciado en el caso de los párrafos anteriores sea un extranjero, las penas a las que antes se ha hecho referencia, se aplicarán sin perjuicio de la facultad que concede al Presidente de la Republica el artículo 33 de la Constitución.
Artículo 145 bis.- Para todos los efectos legales se considerarán como de carácter político, los delitos consignados en este título, con excepción de los previstos en los artículos 136 y 140.”
[1] Legislatura XXXVIII- Año II- Periodo Ordinario, Numero de Diario 9, 10 de octubre de 1941. p.6
[2] Ibid p. 12
[3] Ibid, p.16
[4] Sartori Giovanni, Teoría de la democracia, segunda parte, los problemas clásicos, Alianza Editorial, Madrid, España, 1998, pàg. 371
* Publicado en la revista Este País, en septiembre de 2008
Todo el mundo acepta que el Movimiento Estudiantil Mexicano fue un movimiento por la democracia. Que la democracia y sus valores (vigencia de la ley, igualdad ante ella, respeto a la ley suprema de la Constitución, por ejemplo), fueron nuestros grandes objetivos, perfilados desde un principio, cuando nos reuníamos y cuando marchábamos hace ya cuarenta años. Como la finalidad del presente trabajo no es el elogio reiterativo y acrítico de nuestro Movimiento, sino un modesto aporte que en mi concepto ya urgía y que es además mi manera personal de celebrar los cuarenta años.
Quiero decir que tenemos razón al calificarlo como un movimiento muy amplio, que incluyó a vastos sectores estudiantiles y populares, y que fue sin duda una lucha democrática. ¿Pero fue estrictamente democrático? ¿Y fue sólo democrático?
Mi respuesta es que no, no fue estricta ni solamente democrático. Recuerdo que nuestro emblema era un círculo en el que se leían dos letras jugando con los colores rojo y negro –los colores universales de cualquier huelga, como era el caso- una “l” y una “d”, y que eran las iniciales de “libertades democráticas”. Un binomio de conceptos que encerraba más problemas y aún contradicciones de los que podíamos sospechar en la época, pero que día de hoy y desde hace ya muchos años no es posible ignorar.
Llana y concretamente, el concepto de”libertad”, en sentido estricto, no es un asunto intrínseco de la democracia, sino del liberalismo, del liberalismo político, desde luego, no del liberalismo económico, distinción básica sobre la que vuelvo más adelante.
Un ejemplo me va a servir para definir al liberalismo político. Vale la pena recordar que el movimiento se gesta cuando a una reyerta callejera que tuvo lugar el 23 de julio de 1968, y que involucró primero a dos pandillas: los “ciudadelos” y los arácnidos, y después a dos vocacionales del Instituto Politécnico Nacional y a una preparatoria privada, la Isaac Ochotorena, en la Ciudadela y sus alrededores, el gobierno responde con una represión desmesurada que alcanzó a profesores y alumnos. ¿Cuál fue entonces el primer motivo de indignación no sólo para los estudiantes, sino para mucha gente que presenció la paliza de la Ciudadela? Fue el abuso del poder, dicho de la manera más sencilla.
Se define en pocas palabras al liberalismo político como la teoría y la práctica que pone límites al poder del Estado (así sea en su recubrimiento más exterior como el de la policía), y así ha sido definida, implícita o explícitamente, de Locke a Bobbio e Isaiah Berlin, pasando por Guillermo de Humboldt y Alexis de Tocqueville, para no citar más que a algunos de los clásicos, y bastante después del liberalismo político es que se teoriza sobre (y se practica) la democracia.
Nosotros (y al decir nosotros me refiero a los miles y miles de participantes en nuestro movimiento) no pedíamos derechos positivos como nuestra participación en el poder, sea a través de uno de los partidos existentes, o de uno eventualmente creado por nosotros, ni siquiera pedíamos que se respetara el voto de los ciudadanos, o la apertura de algún otro canal formalizado de participación en el poder. Repito, lo que pedíamos es que cesaran sus abusos…ni más ni menos. Y el poder en México jamás permitió que se cuestionara su esencia autoritaria, no democrática, el presidente Gustavo Díaz Ordaz no iba a ser la excepción. Es claro que nuestras grandes marchas, para las que no pedíamos ninguna autorización administrativa, porque nos basábamos en el principio constitucional de libertad de manifestación, así como nuestras asambleas, eran de suyo un principio elemental de participación en la cosa pública, en la vida democrática del país. Sí, nuestro movimiento también fue democrático. Pero el leit motiv de nuestra acción, esas “ganas de no dejarse” que definió Monsiváis, eran, por definición, un cuestionamiento de los abusos del poder que se conoce como “liberalismo político”. Desde luego, el concepto no lo conocíamos. Tanto da. Nuestro actuar era básicamente dentro de los cauces del liberalismo político, era una contundente libertad negativa que exigía al gobierno y al Estado: “no hagas uso de la represión si no estás expresa y legalmente facultado para ello”.
Es obvio que el abuso del poder –que siempre comienza con la actuación de una de sus formas más externas: la policía reprimiendo, pero que nunca se sabe donde acaba, cuando es el propio Estado con sus tres poderes y el ejército quien decide tomar a los estudiantes y a una parte del pueblo como su enemigo- no comienza con el 68 mexicano. Para no hablar sino de lo que tuve experiencia directa para todos los que vivíamos, pues tal era mi caso, en el centro de la ciudad de México, desde la segunda mitad de la década de los cincuenta, pudimos observar cómo eran apaleados todos los movimientos obreros y populares que jalonaron el lustro: electricistas, petroleros, telegrafistas, maestros, y que culminan en la gran huelga ferrocarrilera de 1958-1959, también por supuesto reprimida y sus principales dirigentes, Demetrio Vallejo y Valentín Campa encarcelados, junto con muchos otros, además de los presos que vendrían después.
Pero todos estos antecedentes son bastante indirectos –pero lo que los identifica con el 68 es el abuso ante gente invariablemente desarmada-, los movimientos obreros tienen unas características y un tempo muy diferentes a las de otras clases sociales. Hay sin embargo un movimiento típicamente universitario, al cual debo llamar, como al del 68, de “clases medias”, a falta de un repertorio de conocimientos sociológicos más preciso, que fue el Movimiento Médico de 1965 y que en esencia luchaba por la conquista de derechos de los pasantes internistas, es decir, un salario. Como se le otorga a cualquier otro grupo que trabaja, pero para conquistarlo tenían que despojarse de la tutela paternalista que les otorgaba “becas”, y que por lo tanto les impedía algunos derechos básicos, que sí tendrán como asalariados.
Este movimiento, de dimensiones relativamente pequeñas, fue sin embargo altamente simbólico: los jóvenes y las jóvenes estudiantes y pasantes, vestidos completamente de blanco, impedían con cuerdas que nadie se agregara a sus marchas y maculara su pureza ¿ingenuo?, puede ser que sí, pero de una integridad conmovedora que conquistaba a los que veíamos esta escena desde “afuera”.
El Movimiento Estudiantil del 68 superó con rapidez a este valioso antecedente, “Únete Pueblo” fue tal vez la primera consigna, rápidamente atendida por sectores cada vez más vastos de la población. Esta era, por supuesto una característica más bien democrática, pedíamos solidaridad porque sabíamos a nuestras demandas razonables y atendibles.
Es más, había una coherencia y una solidez en los 6 puntos del Pliego Petitorio que ilustran bien la vertiente liberal política del movimiento. Esta coherencia a veces pasaba inadvertida porque no insistimos lo suficiente en las razones que nos llevaron a redactar así nuestras peticiones (nos faltó algo así como una labor pedagógico política.). Cuarenta años después no parece inútil hacerlo con la mayor precisión posible. Tal vez encuentre el lector hallazgos históricos.
Como mi análisis del Pliego Petitorio no será en orden estricto, vale la pena transcribirlo íntegro
1. Libertad a los presos políticos
2. Destitución de los generales Luís Cueto Ramírez, así como también el teniente coronel Armando Frías.
3. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo de la represión y no creación de cuerpos semejantes.
4. Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de Disolución Social), instrumentos jurídicos de la agresión.
5. Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante.
6. Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y ejército
Libertad a los presos políticos. Esta demanda históricamente era la más sentida para la izquierda mexicana (El Consejo Nacional de Huelga, quien formuló el Pliego Petitorio, era en su casi totalidad parte de esa izquierda.)Todos los presos políticos habían sido encarcelados en el llamado Palacio Negro de Lecumberri, sin atenerse a las más elementales formas jurídicas. En un país con un cuerpo de abogados atento e imparcial, se habría provocado el sonrojo de todos ellos. Muy pocos lo hicieron.
Líneas arriba decía yo que el encarcelamiento de Demetrio Vallejo Y Valentín Campa habían determinado el primer punto del Pliego Petitorio, pero había mucho más presos políticos, el más conocido era el pintor David Alfaro Sequeiros, pero estaba también don Filomeno Mata, y decenas más, todos ellos acusados del delito de Disolución Social, de manera que ahora intentaré explicar (el segundo y el tercer puntos casi se explican por sí mismos, el segundo punto pedía: la destitución de los generales Luís Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, así como la del teniente coronel Armando Frías, quienes habían comandado la represión que el gobierno les ordenaba contra los movimientos arriba citados. El tercer punto pedía la extinción del cuerpo de granaderos, que comandaba precisamente Armando Frías. ¿Y quién no los recuerda ensañándose contra todas las personas que encontraban a su paso?) El punto cuarto de nuestro Pliego Petitorio: Derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de disolución social) instrumentos jurídicos de la agresión.*
Este sí amerita una explicación histórica. El delito de disolución social fue aprobado por la Cámara de Diputados en octubre de 1941, cuando ya habían comenzado las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, pero tal como se indica en las consideraciones de la 2ª. Comisión de Justicia, que presenta tal delito, este tenía un destinatario bien específico: la posible quinta columna nazi fascista que era más que probable que existiera o fuera a existir en nuestro país, pues ya había sacado la cabeza simpatizantes de Alemania. Además, menos de un año después, México declara la guerra a las potencias del eje. En el ambiente estaba pues la amenaza nazi y no la de la izquierda.
Aclaración de cualquier modo innecesaria: la iniciativa de ley para el delito de disolución social provenía del presidente Manuel Ávila Camacho y no de los diputados. Que la razón era la de la Segunda Guerra Mundial y la consecuente amenaza nazi fascista en México, se dice claramente en las consideraciones que presentan la iniciativa: “Como razones en apoyo de la iniciativa, se cita, en primer lugar, el deseo del ejecutivo de la Unión para cumplir con su función constitucional de velar por la conservación de la paz interior y exterior del país en las presentes circunstancias que prevalecen en la humanidad, contando con un instrumento jurídico respetable de seguridad social, dentro de los principios democráticos de nuestra Constitución; y en segundo lugar, se señalan las enseñanzas obtenidas por la experiencia de lo acontecido a diversos países del hemisferio occidental en los que, mediante una serie de actividades de franca disolución social se ha preparado su invasión y se han visto privados de existencia en el concierto de los pueblos libres por golpes de mano apoyados por la fuerza, y preparados en plena paz, con ayuda a favor de los agresores, de individuos y organizaciones, que gozando de las garantías compatibles con la legislación existente obtuvieron, previamente a las acciones militares, informes, datos y secretos militares; y ejercieron propaganda para preparar moralmente a los pobladores, asegurando de antemano la pasividad, y aun la cooperación de los mismos”[1] Aquí, nuestra Segunda Comisión de Justicia, mata dos pájaros de un tiro: justifica expresamente el delito de disolución social, y en las líneas finales la reforma del delito de espionaje, que también era una iniciativa del general Ávila Camacho. Algunos diputados comentan favorablemente la iniciativa que me ocupa, y en el mismo sentido antinazi que ya conocemos.
El Lic. Alberto Trueba Urbina exclama (era diputado, ¿no?): “Los nuevos postulados están a la vista con la tragedia que vive Europa; tragedia de dolor, de opresión a los pueblos, que debemos tomarla muy en cuenta para el presente y para el futuro. No nos debe pasar a nosotros, lo que les pasó a las naciones civilizadas, pero militarmente débiles, de la vieja Europa: sus propios connacionales, los extranjeros, los quintacolumnistas, prepararon la invasión y la opresión de sus pueblos”[2]
Y el diputado José Gómez Esparza: “La lucha armada en el viejo continente, en la que se gesta una nueva forma de vivir y de donde surgirá seguramente una nueva formula político-social, nos ha venido comprobando como países que se consideraban como países de primera línea, fueron sucumbiendo paso a paso precisamente por la imprevisión de acontecimientos que han venido a demostrar que fueron movidos por deseo de expansión totalitaria y por deseo de conquista económica”.[3]
Vale la pena subrayar que para los legisladores el delito de disolución social era un delito político. Pero más vale la pena recordar el hecho de que ninguna persona filonazi o de derecha fue acusado por el delito que hacía de ella un retrato hablado expreso, y peor aun, este delito se enderezo, como ya se ha dicho, contra los militantes de la izquierda, precisamente a los que no iba dirigido ni en las intenciones del Presidente ni en las de los legisladores, pero deben haber razonado, si el delito ya estaba allí, había que aplicarlo, y así fueron cayendo sucesivos personajes de la izquierda, victimas de un delito que debió haberse derogado en cuanto pasó la guerra, y con ella, la amenaza de la quintacolumna.
El hecho es que el delito de marras, junto con el de espionaje (que dicho sea de paso, parecía tener mayor sentido, estaba mejor tipificado, y en verdad no se debe espiar para el enemigo) se promulgó el 14 de noviembre de 1941, cuando ya nos encontrábamos a punto de entrar a la Segunda Guerra Mundial., cosa que ocurrió en mayo de 1942.
Además, en esa época se crea el Cuerpo de Granaderos, supuestamente con la misma intención, la de reprimir a los fascios mexicanos o extranjeros. Pero la historia se repite, es un cuerpo policial que cuando entró en acción, lo hizo para reprimir a los elementos de izquierda que simplemente hacían uso del derecho de manifestación. Así, no solamente cobran sentido, sino que son muy coherentes con todo el pliego petitorio el punto 3oExtinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión y no creación de cuerpos semejantes, y el punto 4º referente al delito de disolución que es el que acabo de pretender analizar con alguna extensión.
El punto 5º del pliego petitorio se explica por si mismo.- Indemnización a las familias de los muertos y los heridos que fueron victimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante. Y aunque el punto 6º y ultimo también se explica por si mismo: Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policías, granaderos y ejercito, creo que vale la pena mencionar que se conecta con el punto 2º, en el que se pide la destitución de los jefes policíacos, represores, pero nada más, ahora se pide en el último punto el deslinde de responsabilidades de las autoridades civiles que ordenaron la represión de los policías y del ejercito que también participó en tiempos de paz. Entonces se está pidiendo también, por primera vez en el pliego, castigo a los responsables de la represión.
Por eso, además de la consistencia interna del pliego petitorio, es muy importante mencionar que todos los puntos eran defensivos, contra el desafuero del poder que ya no era nada más éste o aquel gobierno, de determinado sexenio, sino del Estado mismo, es decir, era una defensa de derechos y libertades conculcados que en estricto sentido pertenecen, también por definición, al liberalismo, no a la democracia
Al no poder ni querer ser estas argumentaciones de carácter filosófico político (al estilo de las que ofrecía a mis alumnos cuando todavía era un profesor en activo). Simplemente quisiera recordar, muy sucintamente, que el valor por excelencia de la democracia es la igualdad, y que el del liberalismo político es la libertad, por eso el paradigma que subsiste como superior de la organización social es el de la democracia liberal, contando con todos los peligros y aún la difícil coexistencia que entrañan ambos conceptos.
Por ejemplo, aunque el “diálogo público” que pedíamos con las autoridades no formaba parte del pliego petitorio, si era el sustento democrático del mismo: Las dos partes en conflicto discutiendo en pie de igualdad el Pliego y algunos otros puntos que surgieran en la mesa de la discusión, Pero a 40 años del Movimiento, bien puedo repetir lo que ya he dicho en otras ocasiones, no obstante que la idea del “diálogo público” era en verdad un gran acierto, nuestra manera de encararlo fue a veces desastrosa, se llegó al punto en el que un representante del gobierno se comunicó por teléfono al Consejo Nacional de Huelga, se identificó y explicó que quería simplemente establecer un primer contacto para estudiar los requisitos y el modus operandi del diálogo mismo. Entonces el Consejo se embarcó en una de sus muchas discusiones tan desgastantes como estériles…¡Se discutió si un telefonazo podía ser considerado parte del diálogo público¡
Me parece que si en un cierto sentido el asambleísmo que tenía su máxima expresión en El Consejo Nacional de Huelga, fue una especie de asambleísmo salvaje en el que todos nos fogueamos, hasta los que teníamos más experiencia, en otro sentido fue una rémora para el movimiento
Bien se pudo lograr que decisiones vitales como la del diálogo publico, se tomaran, previa discusión, por un reducido comité, que contestara en poco tiempo asuntos como el de la llamada telefónica. Otros asuntos de carácter práctico como el de determinar el día de las marchas y sus características, de todas maneras era tomado por este reducido comité cuyos nombres están en boca de todos.
En materia democrática, en lo que concierne a las grandes decisiones, las que dibujan el rumbo estratégico de una lucha, nos encontrábamos un poco atrasados.
En materia de liberalismo político, me parece, nos fue mejor, dijimos claramente al gobierno que no pusiera obstáculos (esta es la definición más antigua que conozco de “libertad negativa”, la del gran Thomas Hobbes). A lo que era una actuación legal de derechos. Pero todo esto derivó en el monstruoso crimen de Estado del 2 de octubre, se me replicará. Mi respuesta es que nadie sabía que para allá íbamos y que no podía ser previsto, por nadie, ni siquiera por los elementos estatales no directamente involucrados.
Y así, previamente al 2 de octubre, actuamos bien el liberalismo político. Por razones obvias hablo de éste y no de liberalismo económico, pues aunque ambos tienen en común imponer límites a la actividad del Estado, no es lo mismo limitar al poder para actuar multifacéticamente, siempre que no limitemos los derechos de los demás (otra vez, la libertad negativa, como consta en el capítulo correspondiente de todas las Constituciones democrático liberales del mundo), y otra cosa es poner límites al Estado para que se desarrolle sin trabas la libertad económica. En el italiano, por ejemplo, no existe esta confusión, hay dos términos distintos para ambas esferas: liberismo para la económica, liberalismo para la política.
Líneas arriba quise explicar que todos los puntos del Pliego Petitorio eran defensivos, nos defendían del poder, por eso, sin saberlo, reivindicábamos la libertad negativa Me repito porque viene a cuento una cita de Sartori que es muy precisa::”Acostumbramos a denominarla “libertad negativa”; pero yo prefiero denominarla más exactamente libertad protectora o defensora, pues aquel predicado posee un sentido peyorativo y además contribuye a que se le considere como una libertad de inferior categoría”[4]Ironías de la historia, a los presos políticos del 68 ya no se les acusó del delito de disolución social que finalmente fue derogado el 29 de julio de 1970. Como se ve, tal fue el impacto positivo del punto cuatro del pliego petitorio.
Una tercera corriente flotaba (creo que es la palabra que más le conviene) en el ambiente del Movimiento del 68, el socialismo. Ya he dicho que varios de los miembros del CNH militábamos en organizaciones de izquierda, me faltaba añadir que tales organizaciones eran comunistas. Pero para muchos de nosotros, sin el socialismo de raigambre marxista y su perspectiva, la lucha democrática se perdía en pura formalidad (como si lo formal fuera falso, lo opuesto a lo verdadero) y en vacuidades. Yo creo que este era un profundo error, al menos de mi parte, y esto de ninguna manera se debe a la influencia que desempeñó José Revueltas en el Comité de Lucha de Filosofía Y Letras, él era quien tenía las cosas claras y no desdeñó durante el movimiento a la democracia. Yo sí..
El Movimiento del 68 abrió perspectivas para otros actores en nuestro país, aunque cada quien se hace responsable de sus actos. Nosotros, en 1968, nunca molestamos, nunca provocamos mayores dificultades a lo transeúntes durante los meses en los que se extendió la resistencia. Los que recientemente hicieron esto no se puede decir que son herederos del movimiento de hace 40 años; y lo más importante, nunca obedecimos sin chistar a un líder por carismático que fuera, o que así quisiéramos verlo, como lo hacen de algunos años a esta parte con Andrés Manuel López Obrador. Todavía está por estudiar por qué la conciencia activa de la ciudad a la que aludía más arriba, siguió a pie juntillas a este personaje (multiplicando los contingentes del 68, ciertamente), visiblemente con un repertorio tan exiguo de conceptos.
En resumen, el símbolo encerrado en un círculo, con las iniciales de las “libertades democráticas”, que por cierto fue el proyecto vencedor de un concurso al que convocó el Comité de Lucha de Arquitectura, es un símbolo que nos dice con exactitud que se quería, aunque no se conociera ni el concepto “liberalismo político”. Más exactamente, ni se sabía, ni se sabe, ni se quiere saber en ciertos círculos, aún ilustrados. Pero puede ser hora de iniciar una discusión al respecto. En México hay más liberales de lo que pudieran sugerir las discusiones políticas coyunturales. En cuanto al socialismo, éste no tiene por qué arriar banderas, pero sobre la base de la crítica de las monstruosidades que en su nombre engendró el siglo XX, y de las ridiculeces que está engendrando el “socialismo bolivariano” en el sur del continente americano. Me parece que la socialdemocracia todavía no ha dicho la última palabra.
Ahora y aquí, hay otros temas que están a la orden del día: acabar de construir el armazón democrático, las nuevas instituciones que reclaman nuevas realidades: el aparato político que correspondía al longevo autoritarismo príísta aún no se acaba, pero tampoco se acaban de perfilar instituciones que tomen en cuenta un hecho básico: nuestra democracia es muy incipiente y con añejos y nuevos problemas, algunos ya la cuestionan, para mí, habrá que fortalecerla, entre otras cosas, para que el país no se desordene a la vista de un hecho elemental: cualquiera de los tres grandes partidos puede ganar tanto las próximas elecciones intermedias como las siguientes elecciones presidenciales.
En lo social, hay hechos que no se pueden seguir postergando: la creación de instituciones eficientes y relativamente poco costosas que comiencen a suprimir en serio no sólo la pobreza, sino también el flagelo de las desigualdades que caracterizan al país, en el contexto crecientemente omnipresente de la globalización, en cuyos efectos, positivos y negativos, no se ha profundizado. Algunas de estas reivindicaciones ya estaban contenidas in nuce en el Movimiento Estudiantil de 1968, otras no. Pero los que participamos en aquellas jornadas podemos ofrecer nuestra modesta opinión. (Agradezco la eficiente labor de hemeroteca que realizo Carlos Estrada Haasmann, con quien también discutí conceptos clave de este trabajo).
México D.F., a 3 de junio de 2008
* Transcribo integros los artículos 145 y 145bis:
“Artículo 145.- Se aplicará prisión de dos a seis años, al extranjero o nacional mexicano, que en forma hablada o escrita, o por cualquier otro medio realice propaganda política entre extranjeros o entre nacionales mexicanos, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero, que perturbe el orden público o afecte la soberanía del Estado Mexicano.
Se perturba el orden público, cuando los actos determinados en el párrafo anterior, tiendan a producir rebelión, sedición, asonada o motín.
Se afecta la soberanía nacional cuando dichos actos ponen en peligro la integridad territorial de la Republica, obstaculicen el funcionamiento de sus instituciones legítimas o propaguen el desacato de parte de los nacionales mexicanos a sus deberes cívicos.
Se aplicará prisión de seis a diez años, al extranjero o nacional mexicano que, en cualquier forma, realice actos de cualquier naturaleza, que preparen material o moralmente la invasión del territorio nacional, o la sumisión del país a cualquier gobierno extranjero.
Cuando el sentenciado en el caso de los párrafos anteriores sea un extranjero, las penas a las que antes se ha hecho referencia, se aplicarán sin perjuicio de la facultad que concede al Presidente de la Republica el artículo 33 de la Constitución.
Artículo 145 bis.- Para todos los efectos legales se considerarán como de carácter político, los delitos consignados en este título, con excepción de los previstos en los artículos 136 y 140.”
[1] Legislatura XXXVIII- Año II- Periodo Ordinario, Numero de Diario 9, 10 de octubre de 1941. p.6
[2] Ibid p. 12
[3] Ibid, p.16
[4] Sartori Giovanni, Teoría de la democracia, segunda parte, los problemas clásicos, Alianza Editorial, Madrid, España, 1998, pàg. 371
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Movimiento estudiantil de 1968
EL MOVIMIENTO DEL 68 EN FILOSOFIA Y LETRAS
Nuestra Facultad jugó un destacado papel en la huelga de 1968, este aserto lo pueden constatar los maestros que participaron en la Coalición, que sirvió de apoyo y que fueron un gran incentivo moral, en la Coalición los maestros tomaban sus propias decisiones y las llevaban a cabo: en desplegados, por ejemplo. ¿Quién iba a querer grillar a un Sánchez Vázquez, a un Villoro, a un de Gortari, a un Fray Alberto Escurdia (Fray Alberto le decía toda la Facultad, con mucho cariño) a un Elí de Gortari, a un Sergio Fernández?
También venían a esta Facultad, a la Asamblea de Artistas e Intelectuales, algunos nombres ilustres: Juan Rulfo, Leonora Carrington, Francisco Icaza, Manuel Felguérez, Carlos Monsiváis y varios otros de los que al pasar 40 años, no me acuerdo.
Recuerdo sí a José Revueltas, que desde el primer día llegó para quedarse entre nosotros. Como lo expulsaban hasta de las organizaciones fundadas por él mismo, también lo expulsaron de la Asamblea de Artísticas e Intelectuales, sus propios discípulos, entonces nosotros le dijimos que se quedara como miembro activo, nada simbólico del Comité de Lucha de Filosofía y Letras.
Nombramiento que aceptó con entusiasmo. ¿Y qué hacía?, escribía infatigablemente y nos proveía de documentos para su discusión. Se sentía en esta Facultad como pez en el agua.
Al Consejo Nacional de Huelga asistieron –rotándonos- 5 delegados por nuestra facultad. Rufino Perdomo, Luis González de Alba, un matrimonio al que simplemente les decían los Mesta, porque él era Jorge Mesta (de filosofía) y Eugenia Espinosa (de historia), y el que suscribe, ésta última me ganó la única asamblea que perdí, a propósito de la Preparatoria Popular, era muy inteligente y muy convincente.
Aunque, como es natural, no todos los maestros estaban con la huelga, los que nos apoyaban lo hacían hasta con colectas, mismas que recogíamos en la casa de Luis Lara Tapia, pero que también nos servían para analizar conjuntamente la situación, y en un ambiente distendido y muy amable de ambas partes. Adentro de la facultad aunque no tan bien organizados como en Ciencias, nuestra organización era buena, tanto en guardias permanentes como en el comedor y la cocina. Aunque estas tareas parecen fáciles, no lo son, dada la gran cantidad de estudiantes que venían cotidianamente a la facultad.
Para terminar, un poco de historia.-
El anterior Comité Ejecutivo de la Sociedad de Alumnos –pues tal es su nombre completo y correcto- estaba en manos de la derecha. Pero terminando la huelga contra Ignacio Chávez en la que decidimos varias escuelas participar para hacer contrapeso a los estudiantes de Derecho. Ganamos las elecciones por un margen amplio a la derecha, encabezada en ese entonces por el presidente del Comité Ejecutivo, Germán Dehesa, cercana a él estaba Cristina Barros. Debo decir que era una derecha muy educada y muy preparada, con la que no tuvimos mas que quizá ciertas dificultades menores.
A la vuelta de pocos años, Cristina y Germán ya habían evolucionado hacia posiciones muy distintas. Menos de 2 años después, comienza el Movimiento Estudiantil de 1968.
También venían a esta Facultad, a la Asamblea de Artistas e Intelectuales, algunos nombres ilustres: Juan Rulfo, Leonora Carrington, Francisco Icaza, Manuel Felguérez, Carlos Monsiváis y varios otros de los que al pasar 40 años, no me acuerdo.
Recuerdo sí a José Revueltas, que desde el primer día llegó para quedarse entre nosotros. Como lo expulsaban hasta de las organizaciones fundadas por él mismo, también lo expulsaron de la Asamblea de Artísticas e Intelectuales, sus propios discípulos, entonces nosotros le dijimos que se quedara como miembro activo, nada simbólico del Comité de Lucha de Filosofía y Letras.
Nombramiento que aceptó con entusiasmo. ¿Y qué hacía?, escribía infatigablemente y nos proveía de documentos para su discusión. Se sentía en esta Facultad como pez en el agua.
Al Consejo Nacional de Huelga asistieron –rotándonos- 5 delegados por nuestra facultad. Rufino Perdomo, Luis González de Alba, un matrimonio al que simplemente les decían los Mesta, porque él era Jorge Mesta (de filosofía) y Eugenia Espinosa (de historia), y el que suscribe, ésta última me ganó la única asamblea que perdí, a propósito de la Preparatoria Popular, era muy inteligente y muy convincente.
Aunque, como es natural, no todos los maestros estaban con la huelga, los que nos apoyaban lo hacían hasta con colectas, mismas que recogíamos en la casa de Luis Lara Tapia, pero que también nos servían para analizar conjuntamente la situación, y en un ambiente distendido y muy amable de ambas partes. Adentro de la facultad aunque no tan bien organizados como en Ciencias, nuestra organización era buena, tanto en guardias permanentes como en el comedor y la cocina. Aunque estas tareas parecen fáciles, no lo son, dada la gran cantidad de estudiantes que venían cotidianamente a la facultad.
Para terminar, un poco de historia.-
El anterior Comité Ejecutivo de la Sociedad de Alumnos –pues tal es su nombre completo y correcto- estaba en manos de la derecha. Pero terminando la huelga contra Ignacio Chávez en la que decidimos varias escuelas participar para hacer contrapeso a los estudiantes de Derecho. Ganamos las elecciones por un margen amplio a la derecha, encabezada en ese entonces por el presidente del Comité Ejecutivo, Germán Dehesa, cercana a él estaba Cristina Barros. Debo decir que era una derecha muy educada y muy preparada, con la que no tuvimos mas que quizá ciertas dificultades menores.
A la vuelta de pocos años, Cristina y Germán ya habían evolucionado hacia posiciones muy distintas. Menos de 2 años después, comienza el Movimiento Estudiantil de 1968.
Recuerdos de la elección de Salvador Allende
Memorial de Chile: dos candidatos y un poeta
Por Roberto Escudero*
El propósito deliberado de mi viaje a Chile es muy sencillo: había sido testigo del triunfo electoral De Salvador Allende en 1970, y ahora lo quiero ser del triunfo de Michelle Bachelet, y escribir un testimonio muy personal de dos hechos de la vida de este país separados por nada menos que treinta y cinco años.
Pero yo quería y creía que la campaña de la Bachelet (como le dice todo mundo aquí a las mujeres, echando por delante el artículo), sería, en el año de 2005, una reactualización de lo vivido en 1970, que el propio estilo de hacer política no había sufrido cambios. De hecho quería recuperar a un Chile, y más exactamente a un Santiago de Chile, que se me había quedado prendido a la memoria: el de las grandes concentraciones: Una para esperar a la designación del candidato de la Unidad Popular, para el que competían varios precandidatos: Rafael Tarud por el Partido Radical, Jacques Chonchol por el Movimiento de Acción Popular Unitaria, Salvador Allende por el Partido Socialista de Chile y el mundialmente afamado poeta Pablo Neruda por el Partido Comunista; las otras concentraciones de verdad multitudinarias como parte de la campaña, una de ellas muy emotiva y absolutamente novedosa, al menos para mí, convocada exclusivamente para las mujeres – ¿habrá algún antecedente en el mundo?-. Algunas otras en el espacio cerrado del teatro Caupolicán, que se encontraba en un sector muy popular del antiguo Santiago.
Mi afán era por supuesto inútil, nacido de una fantasía pueril, que la vida de la capital de Chile se había detenido y ahora, en diciembre de 2005, se trataba simplemente de retomarla ¡Pero cuánto vivió este querido país desde entonces! Tres años tan solo del gobierno de Unidad Popular no exento para nada de contradicciones, en el que algunos impacientes, al querer llegar al socialismo por segunda ocasión en América Latina, colaboraron a que se tensara la cuerda hasta que se rompió, dejando a la izquierda aislada y cada vez más débil frente a una de las más extrañas, rancias y prepotentes oligarquías del continente; los resultados son de todos conocidos: el contundente golpe militar de Augusto Pinochet, que auxiliado por la Fuerza Aérea con un par de aviones, incendió el 11 de septiembre a la Moneda, el mundo contempló azorado, indignado e impotente, cómo un generalote acababa con un gobierno que había suscitado tantas esperanzas en el mundo pero que no había alcanzado a “tomar” el poder. Es decir, a alterar la estructura político-económica de Chile para instaurar un socialismo democrático que podía ser un ejemplo, si no a imitar, sí a seguir en líneas generales por otros países de América Latina.
En fin, exactamente en este momento recuerdo algo que había olvidado, el nombre del hotel en el que la policía chilena me dejó el 2 de octubre de 1969, era el hotel Albión, situado en la calle de Ahumada casi esquina con Moneda, la primera, eso sí, la más concurrida de Santiago entonces como ahora. Primera sorpresa: en el aeropuerto de Pudahuel, la policía chilena, que ya esperaba a un asilado político mexicano, fue muy atenta en su recibimiento, dos o tres policías me tomaron los datos de rigor –o que yo creía de rigor-, me dijeron que me llevarían a Santiago y me preguntaron adónde quería que me dejaran, dos o tres horas después debía presentarme en la central policíaca para iniciar los trámites también de rigor para que se me entregara mi cédula de identidad chilena y pudiera vivir en mi país de adopción. Roja mi cédula, azul la de los chilenos ¿O al revés? No, no lo creo.
Respondí a los policías que el Hotel Albión (¿cómo iba yo a conocer el nombre de un hotel en Santiago de Chile?)porque es el que me habían sugerido el embajador de Chile en México, Carlos Valenzuela Montenegro ( el segundo apellido no es obra de mi memoria, sino una información adicional que me ofrece el escritor Jorge Edwards, junto con algunos datos de la biografía política del embajador), y el senador radical Hugo Miranda, quien se encontraba en la residencia del embajador en la ciudad de México, casa a la que fui para que el embajador Valenzuela (un dato interesante es que la esposa de Hugo Miranda se llamaba Cecilia Jeria, tía por parte de madre de Michelle Bachelet hija de la antropóloga Angela Jeria) me despachara con dos elementos muy jóvenes de la embajada, quienes se encargaron de llevarme al aeropuerto para partir hacia Santiago de Chile, lugar en donde ahora me encuentro recordando lo que ya no es igual, lo que ha cambiado. Escribo estas líneas el lunes 9 de enero de 2006, a seis días de las elecciones presidenciales de la segunda vuelta, las definitivas, todo indica que ganará Michelle Bachellet, aunque por poca diferencia, como ocurre muy a menudo en Chile, al candidato de la derecha, remozado como modernizador y hombre de empuje, pero según yo, un típico representante de la derecha rancia y petulante a la que me refería.
Pero 35 años atrás, las campañas fueron muy diferentes, grandes multitudes en La Alameda, la calle más prolongada y emblemática de Santiago, detrás de sus respectivos candidatos: Jorge Alessandri, expresidente, representando a la derecha, del Partido Nacional; Radomiro Tomic, candidato centrista del Partido de la Democracia Cristiana, el partido en el poder; Y Salvador Allende Gossens, del Partido Socialista de Chile, a quien, tras algunas negociaciones, creo que no muy complicadas, finalmente mencionó el Secretario General del Partido Comunista, Luis (Lucho) Corvalán, una tarde soleada, como el candidato definitivo a la presidencia de la Unidad Popular. Ocurrió al fondo de la calle Bulnes, que comienza detrás de la Moneda. Allí se encontraban Neruda y Tarud. Me parece que Salvador Allende llegó un poco después, como culminación del momento climático que anunció Lucho Corvalán, con un símil papal: “Ya hay humo blanco, el candidato de la Unidad Popular se llama Salvador Allende”.
En ese momento estallaron el entusiasmo y la algarabía, y los gritos inolvidables de la multitud: “Allende, el pueblo te defiende”, “Neruda, el pueblo te saluda”. Para corresponder como corresponde a un poeta, Neruda, con una boina vasca que raramente se quitaba en los actos de campaña, se sacaba de una de las bolsas de su saco un pañuelo blanco y lo agitaba frente al pueblo.
El proceso electoral también se convirtió en un torneo de oratoria entre Tomic Y Allende. Jorge Alessandri no se rebajó a participar en él, no era muy amigo de andar entre multitudes, pero en la televisión se le veía, ascético y aristocrático –aunque sin fortuna personal- advertir con mano aquejada por el mal de Parkinson, “no me temblará la mano para gobernar”, en una actitud que después de todo no era patética.
El mejor orador era sin duda Tomic, pero con un partido mucho más debilitado de lo que se creía en ese momento, cambiaba la voz, la modulaba, fascinando a sus adherentes.
Pero Salvador Allende era otra cosa, por ejemplo en el acto al que fueron convocadas nada más las mujeres de la Unidad Popular, quizá el acto más conmovedor que recuerdo, mirándolo desde la acera, como muchos otros hombres, inició su discurso así: “Mujeres de Chile, hermanas en el dolor y la esperanza”, de una manera más bien convencional, pero lo increíble es que sonaba bien y era convincente.
El acto fue en el gran espacio detrás de la Moneda, frente a la mencionada Calle Bulnes, y hasta allí iban llegando los contingentes, pasaban y pasaban hasta que se llenó el espació, ordenadas, disciplinadas, combativas, con rostros de satisfacción y orgullo, esa era su marcha, iban a su mitin. Recientemente, Soledad Alvear, que dejó el Ministerio de Relaciones Exteriores para postular a la presidencia como precandidata de la Concertación por la Democracia, declinó hace unos meses ante Michelle Bachelet, (como Allende, militante del Partido Socialista de Chile),mujer inteligente democristiana, siempre sonriente, siempre agradable afirmó a un diario chileno, por razones obvias: “la onda es mujer”, algo que finalmente se hizo más efectivo el 15 de enero, día que ganó Michelle Bachelet las elecciones.
Pero 35 años” antes, ese día de la marcha de las mujeres, la Onda (palabra que circulaba en México y supongo que aquí también) fue mujer, el día fue mujer, y todas llegaron al encuentro conscientes y altivas. Recuerdo o invento que las únicas en llegar como tromba al lugar del encuentro, fueron las mujeres del famoso barrio obrero de San Miguel. Así llegaban a todas las marchas con los maridos, encabezados por los hermanos Palestra, socialistas, pero ese día llegaron solas.
Antes de cada marcha, los obreros solían concentrarse en jardines y en bosquecillos de Santiago, inconfundibles y dignos, con sus mejores sacos y muchos de ellos con gorritas a la europea, extendían sus mantas, muchas de ellas aludiendo la Confederación Unida de Trabajadores de Chile (la CUTCH), otras con consignas, y al rato las canciones, algunas estrofas aludiendo a los mineros, los del carbón de Lota y Coronel, los de cobre del Teniente, el trabajo de los mineros, el más desgastante del mundo:
Los señores de la mina,
Se han comprado una romana,
Para pesar el dinero
que todita la semana
le roban al pobre obrero
y algunas otras más expresivas:
Cuando querrá el Dios del cielo,
Que la tortilla se vuelva,
Que los pobre coman pan
Y los ricos mierda mierda.
Al fin llegó el día de las elecciones, 4 de septiembre de 1970, Santiago y todo Chile estaban en vilo, la campaña había sido ardua y crispada, y ese mismo día (sí, ese mismo día) se conocería al nuevo presidente de Chile. Jorge Alessandri ya lo había sido, él había entregado la presidencia a Eduardo Frei Montalva (cuyo gobierno demócratacristiano, por cierto, es el que me otorgo el asilo), que desde luego habría querido entregársela al imponente -por su voz y elocuencia- Radomiro Tomic; y Salvador Allende, mucho antes que Lula y Mitterand, era la cuarta ocasión que postulaba. Y de hecho, la segunda ocasión, en 1958, pudo haber ganado, pero a la derecha se le ocurrió, no inopinadamente, sino con una intención de obvio sabotaje, enviar a las elecciones a un oscuro personaje que en adelante dejaría de serlo, aunque de triste memoria, hasta el día de hoy conocido como el cura se Catapilco, un lugar remoto en el que oficiaba en las tinieblas, y cuyo nombre, Antonio Zamorano Herrera, me fue proporcionado por Ricardo Yocelevsky, allá en México. Este cura, usando un lenguaje radical y exaltado, con una evidente intención provocadora, quitó a Allende la cantidad suficiente de votos para que no llegara a la presidencia.
Pero ese día, con Santiago y el país a la expectativa, se asistía la culminación de una campaña en la que todos se habían involucrado. Por la televisión pronto se supo, mientras se iban ofreciendo los datos preliminares, que la pelea final era entre Alessandi y Allende, las figuras más extremas del proceso electoral. Los atribulados representantes de la Democracia Cristiana, dijeron en la televisión, con voces apagadas, que sus receptores de datos se habían descompuesto.
Finalmente, y por un mínimo de diferencia, se supo que Salvador Allende Gossens había sido elegido por los ciudadanos de Chile, en la cuarta ocasión que se postulaba.
Presidente de Chile. Así lo reconocieron esa noche sus dos contendientes.
La noche santiaguina se empezó a poblar nuevamente de personas y voces, y al rato eran multitudes y voces que se dirigían ¿adónde si no? A la Alameda, al local de la Federación Estudiantil de Chile, en cuyo balcón aparecería Allende. Además de varios de los líderes de los partidos que constituían la Unidad Popular.
Yo me encontraba viviendo en una buhardilla que me habían prestado los estudiantes de economía en una casa el la que vivían, enfrente de su propia escuela; con ellos estuve viendo el desarrollo del conteo, cuando se dio, sin sombra de duda, a Salvador Allende como ganador de la contienda ¡yo no lo podía creer, ese mismo día tanto Alessandri como Tomic reconocieron el triunfo de Allende¡ Ventajas de un país civilizado al que aprendí a respetar y a querer. Salimos del local que se encontraba en la avenida República, arbolada y hermosa, y enfilamos rumbo a la Alameda unas cuantas cuadras, allí doblamos hacia la derecha para alcanzar el local de la FECH; pero antes fui testigo de un hecho que recordaré para siempre, un buen número de jóvenes democristianos, delante de nosotros obstruía la Alameda, pregunté y se me dijo que ahí estaba el edificio de la Juventud de la Democracia Cristiana, los grandes perdedores de esa jornada, pero seguimos nomás, como se dice en Chile.
En previsión de la bronca que yo me esperaba, me anudé con fuerza las agujetas de mis zapatos. Pero cual no sería mi sorpresa cuando observé que al llegar nuestro contingente a unos metros de los jóvenes democristianos que obstruían el paso, dejaron franca la vía de la Alameda y desde la banqueta de su recinto gritaron fuerte: “¡Tomic presente, Allende presidente!” No es que no lo creyera, es que ese acto de verdadera nobleza no encajaba de ningún modo en mi conciencia, que se encontraba todavía conformada por las arbitrariedades y la violencia, por la intolerancia de la desproporcionada rudeza del gobierno en el 68 mexicano, y también, por la noticias y a veces los periódicos que me llegaban de México, comparaba lo que vivía en Chile con las insulsas elecciones mexicanas, que ese año de 1970 coincidieron por cierto: las de Luis Echeverría Alvarez con las de tres candidatos de a deveras, y todavía me faltaba lo peor en México: al regreso mío y de los más importantes presos políticos mexicanos que llegaron a Chile prácticamente desterrados por Echeverría, muy a principios de junio, encontrarme en San Cosme con otros muchachos extraña e intencionalmente ostentándose jóvenes. Era el 10 de junio de 1971 y ellos eran Los Halcones. Y luego vénganme a decir que la “democracia puramente formal” que viví en Chile, no sirve para nada.
Cuando llegamos al local de la FECH la multitud ya era enorme, y llegaban cada vez más militantes y simpatizantes de la Unidad Popular que esa noche habían derrotado a “los momios” (palabra muy ilustrativa y hasta plástica que se endilga a la derecha chilena), y desde luego, ese acto medio adolescente y medio naif que todos, exultantes, actuábamos: “¡El que no salte es momio”! En el balcón de la FECH recuerdo a José Tohá y su figura alta, delgada, quijotesca, junto con varios otros dirigentes de la Unidad Popular. Tohá tres años más tarde, moriría en isla Dawson, como casi todos los que ese día, desde el balcón, se presentaban victoriosos, ellos morirán en la siniestra isla o en alguna otra de las mazmorras de Augusto Pinochet y secuaces.
Viví la experiencia de la democracia, la única que hay, y estoy dispuesto a aceptar incluso la mala leche de los que le dicen “la democracia realmente existente”, aunque con matices en Chile que ya entonces la hacían una de las más vigorosas del planeta. Esa democracia sobre la que tanto el izquierdista Bobbio (el mayor de todos, creo yo) como el conservador Giovanni Sartori han escrito páginas sin desperdicio; fue para mí, y cosa más importante, para los chilenos, una vivencia, un estado de ánimo, un clima espiritual civil, en suma, una actitud que hacía a los chilenos declarar su filiación política prácticamente antes de que les preguntaras: “De todas maneras, yo, Alessandri”, “Lógico, Allende”, Tomic pu ¿y quién más? Aquí nada del embozado y falaz, “el voto es secreto”, sino discusiones por fortuna interminables, la gente de una calle señalando, más en broma que en serio: “Ahí viven comunistas”, “esa es una casa de momios”. Todos con su bandera, su color, su elección, finalmente libre y soberana.
Una que otra ocasión, llegaron a las manos, y documentadamente una vez: se vio en los diarios al propio Salvador Allende agarrándose a golpes con algún adversario que se había acercado demasiado agresivamente. Y se celebró o reprobó, según el caso. Por fortuna, nada es perfecto. Y por fortuna también, la democracia, formal y todo (y así es correcto, escribe Carlos Pereyra), se incluye en la vida cotidiana y se presenta como una vida digna de vivirse, si así puedo decir, como lo estoy diciendo.
Llegué A Santiago de Chile el 2 de octubre de 1969 (un año exacto después de nuestra fecha trágica), protegido por los canales diplomáticos que se usaban en muchas partes del mundo, pero por primera vez por un mexicano: mi salvoconducto, entregado por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, a petición de su par chilena, era el número 1. El caso es que ya en Santiago de Chile, y desde algún teléfono público cercano al hotel Albión, me comuniqué con el escritor refugiado español don Francisco Giner de los Ríos, cuyo teléfono me lo había dado el inolvidable Bernardo, hijo mayor del escritor y amigo mío, desgraciadamente ya fallecido.
Don Francisco, que en esos momentos trabajaba para la CEPAL, a las órdenes directas de Raúl Prebitch, fue mi mecenas durante mucho tiempo después de que se agotara el dinero que me entregó el ilustre y querido Javier Barros Sierra, en su propia oficina, en el piso sexto de la rectoría. El caso es que don Paco ideó una pequeña estratagema para que no resistiera mal, previendo que se acabarían mis recursos antes de que pudiera trabajar en algo, me pidió que le diera a guardar el dinero y que él me lo iría soltando conforme lo fuera necesitando. Pero yo calculo que me dio varias veces el dinero que llevaba, pero no como mecenas sino por pura generosidad, porque yo no entregué a cambio obra artística alguna. Además él y su esposa, María Luisa Diez Canedo, también refugiada y de familia de intelectuales, como la de don Paco, me abrieron su casa para comer o cenar ahí prácticamente todos los días y durante varios meses. Con ellos vivía su hijo menor Francisco, a quien apodaban familiarmente “El Chaparro”, no sé por qué, puesto que ya en aquel entonces era un jovencito muy alto.
Una de las primeras gestiones que don Paco hizo por mí fue la de hablar con el propio Salvador Allende, amigo suyo, para que yo pudiera sostener una entrevista con el ya entonces legendario militante socialista, y precandidato ala presidencia de la República. Calculo que fue a fines de 1969 o principios de 1970. Allende me citó en sus propias oficinas del Senado de la República, me presenté terriblemente cohibido, pero me recibió afectuosamente, apenas charlábamos las frases iniciales cuando me invitó a comer a su aún no tan famosa casa de la calle de Guardia Vieja, salimos del edificio del Senado y abordamos su auto, un Mercedes Benz que no era del año (me recordó al Jaguar, tampoco del año, de Manuel Marcué Pardiñas cuando trabajaba con él en la revista Política, en las calles de Bucareli, pero eso es otra historia), pero en Santiago yo iba de sorpresa en sorpresa, él mismo manejó el auto hasta su casa, y no había ya no digamos guaruras, sino ni edecanes, infaltables en México para cuidar a cualquier funcionario de medio pelo de nuestra más bien gruesa y laberíntica burocracia.
Mientras charlábamos animadamente, es decir, cuando abandoné mi cuasimutismo inicial, el Mercedes de Salvador Allende se deslizaba a la orilla del río Mapocho, y al abordar el inevitable tema de las comparaciones entre su país y el mío, me dijo unas palabras que no he olvidado, la esencia es esta: “Políticamente, la única gran diferencia entre su país y el mío –siempre me trató de usted-, consiste en que en México no hay democracia, y en Chile sí”. Me lo dijo directamente, sin las complicadas disquisiciones que acompañan al discurso de los cientistas sociales. Y según me he esforzado en relatar, era cierto, la democracia en Chile era y es, recuperada tras la larga noche de Pinochet, un ejemplo digno de encomio en cualquier parte del mundo.
Al llegar a su casa en Guardia Vieja, otra sorpresa, la casa en sí no se diferenciaba en tamaño de ninguna otra casa mexicana de clase media, pero no media alta, era una casa más bien modesta en la que habitaba uno de los políticos más importantes de América Latina, eso sí, el interior era de muy buen gusto, con muchos objetos del campo chileno, pero muy alejada del folclor que por entonces devastaba varias estancias de nuestro continente, todo era cómodo y confortable, debido seguramente también a la , mano de su esposa Tencha, tal como se le conocía en todo Chile, doña Hortensia Bussi.
Y UN POETA
Quizá valga la pena que relate un hecho que no tiene que ver con un gran político chileno, sino con un poeta mayor, Pablo Neruda. Redacté en el transcurso de 1971, un texto en el que se pedía la libertad de los presos políticos mexicanos, busqué a varios intelectuales, todos firmaron, entre ellos el economista Paul Sweezy y Julio Cortázar. Tal vez el último que lo firmó fue el poeta del Canto General.
Yo me encontraba en Viña del Mar, adonde había sido invitado por mi amigo Rodrigo Alvayay, también desgraciadamente fallecido, iba también otro gran amigo, el en aquel entonces todavía estudiante de economía Ricardo Infante. Casualmente, nos enteramos de que uno de esos días, Neruda iba a ofrecer un recital con su poesía en la Universidad de Santa María, en Valparaíso, el hermoso puerto chileno casi conurbado con el balneario de Viña. El caso es que el hermano de Rodrigo Alvayay, que era al que menos conocía y del que desgraciadamente he olvidado el nombre, fue el que me acompañó al recital de la Santa María.
El recinto era grande y se encontraba semivacío, siendo que Neruda llenaba con creces cualquier auditorio de cualquier parte del mundo. Pero la escasa asistencia poco le importó al poeta, que se presentó en el escenario vestido con un terno (una combinación, decimos aquí) de saco azul marino y pantalón azul claro, y sin mayor preámbulo empezó a decir su poesía con esa voz cansina y como arrastrada, algo nasal, que todos conocemos en sus grabaciones. Muchas de las poesías yo me las sabía de memoria, particularmente recuerdo como si fuera el día de hoy, el poeta dijo un verso que afortunadamente acude a mí memoria tal como lo escuché de su autor “¿en donde estará la Guillermina”. En esa poesía (ignoro su nombre), narra un amor de niñez, probablemente en Temuco. Yo iba interesado, pero sobre todo quería pedirle la firma, si he de ser sincero; pero cuando dijo ese verso, yo ya había llegado a la convicción –no desmentida hasta el día de hoy- de que me encontraba ante el ser más impresionante y entrañable que en mi vida había conocido. Su propia voz, que para nada lo favorece en las grabaciones, adquiría una profundidad y unas tonalidades que la hacían única y magnífica.
Al terminar el recital subí en compañía de Alvayay a acercarme al poeta, que por fortuna no estaba muy solicitado. Cerca de él, muy discreta, su esposa Matilde Urrutia.
Le expliqué el motivo de mi presencia, extendiéndole el texto que firmó sin leerlo. Y me dijo: “Duro para sus compañeros, pero sé que Echeverría los va a dejar en libertad”. Y tal como lo expuso el informado poeta, así ocurrió unos meses después, cuando tras varias vicisitudes y escalas desafortunadas, llegaron doce presos políticos al buen puerto de Chile. Pero eso es otra historia.
* Profesor-Investigador en el Departamento de Producción Econòmica de la Universidad Autònoma Metropolitana, Unidad Xochmilco, ha escrito varios artìculos sobre Chile.
Por Roberto Escudero*
El propósito deliberado de mi viaje a Chile es muy sencillo: había sido testigo del triunfo electoral De Salvador Allende en 1970, y ahora lo quiero ser del triunfo de Michelle Bachelet, y escribir un testimonio muy personal de dos hechos de la vida de este país separados por nada menos que treinta y cinco años.
Pero yo quería y creía que la campaña de la Bachelet (como le dice todo mundo aquí a las mujeres, echando por delante el artículo), sería, en el año de 2005, una reactualización de lo vivido en 1970, que el propio estilo de hacer política no había sufrido cambios. De hecho quería recuperar a un Chile, y más exactamente a un Santiago de Chile, que se me había quedado prendido a la memoria: el de las grandes concentraciones: Una para esperar a la designación del candidato de la Unidad Popular, para el que competían varios precandidatos: Rafael Tarud por el Partido Radical, Jacques Chonchol por el Movimiento de Acción Popular Unitaria, Salvador Allende por el Partido Socialista de Chile y el mundialmente afamado poeta Pablo Neruda por el Partido Comunista; las otras concentraciones de verdad multitudinarias como parte de la campaña, una de ellas muy emotiva y absolutamente novedosa, al menos para mí, convocada exclusivamente para las mujeres – ¿habrá algún antecedente en el mundo?-. Algunas otras en el espacio cerrado del teatro Caupolicán, que se encontraba en un sector muy popular del antiguo Santiago.
Mi afán era por supuesto inútil, nacido de una fantasía pueril, que la vida de la capital de Chile se había detenido y ahora, en diciembre de 2005, se trataba simplemente de retomarla ¡Pero cuánto vivió este querido país desde entonces! Tres años tan solo del gobierno de Unidad Popular no exento para nada de contradicciones, en el que algunos impacientes, al querer llegar al socialismo por segunda ocasión en América Latina, colaboraron a que se tensara la cuerda hasta que se rompió, dejando a la izquierda aislada y cada vez más débil frente a una de las más extrañas, rancias y prepotentes oligarquías del continente; los resultados son de todos conocidos: el contundente golpe militar de Augusto Pinochet, que auxiliado por la Fuerza Aérea con un par de aviones, incendió el 11 de septiembre a la Moneda, el mundo contempló azorado, indignado e impotente, cómo un generalote acababa con un gobierno que había suscitado tantas esperanzas en el mundo pero que no había alcanzado a “tomar” el poder. Es decir, a alterar la estructura político-económica de Chile para instaurar un socialismo democrático que podía ser un ejemplo, si no a imitar, sí a seguir en líneas generales por otros países de América Latina.
En fin, exactamente en este momento recuerdo algo que había olvidado, el nombre del hotel en el que la policía chilena me dejó el 2 de octubre de 1969, era el hotel Albión, situado en la calle de Ahumada casi esquina con Moneda, la primera, eso sí, la más concurrida de Santiago entonces como ahora. Primera sorpresa: en el aeropuerto de Pudahuel, la policía chilena, que ya esperaba a un asilado político mexicano, fue muy atenta en su recibimiento, dos o tres policías me tomaron los datos de rigor –o que yo creía de rigor-, me dijeron que me llevarían a Santiago y me preguntaron adónde quería que me dejaran, dos o tres horas después debía presentarme en la central policíaca para iniciar los trámites también de rigor para que se me entregara mi cédula de identidad chilena y pudiera vivir en mi país de adopción. Roja mi cédula, azul la de los chilenos ¿O al revés? No, no lo creo.
Respondí a los policías que el Hotel Albión (¿cómo iba yo a conocer el nombre de un hotel en Santiago de Chile?)porque es el que me habían sugerido el embajador de Chile en México, Carlos Valenzuela Montenegro ( el segundo apellido no es obra de mi memoria, sino una información adicional que me ofrece el escritor Jorge Edwards, junto con algunos datos de la biografía política del embajador), y el senador radical Hugo Miranda, quien se encontraba en la residencia del embajador en la ciudad de México, casa a la que fui para que el embajador Valenzuela (un dato interesante es que la esposa de Hugo Miranda se llamaba Cecilia Jeria, tía por parte de madre de Michelle Bachelet hija de la antropóloga Angela Jeria) me despachara con dos elementos muy jóvenes de la embajada, quienes se encargaron de llevarme al aeropuerto para partir hacia Santiago de Chile, lugar en donde ahora me encuentro recordando lo que ya no es igual, lo que ha cambiado. Escribo estas líneas el lunes 9 de enero de 2006, a seis días de las elecciones presidenciales de la segunda vuelta, las definitivas, todo indica que ganará Michelle Bachellet, aunque por poca diferencia, como ocurre muy a menudo en Chile, al candidato de la derecha, remozado como modernizador y hombre de empuje, pero según yo, un típico representante de la derecha rancia y petulante a la que me refería.
Pero 35 años atrás, las campañas fueron muy diferentes, grandes multitudes en La Alameda, la calle más prolongada y emblemática de Santiago, detrás de sus respectivos candidatos: Jorge Alessandri, expresidente, representando a la derecha, del Partido Nacional; Radomiro Tomic, candidato centrista del Partido de la Democracia Cristiana, el partido en el poder; Y Salvador Allende Gossens, del Partido Socialista de Chile, a quien, tras algunas negociaciones, creo que no muy complicadas, finalmente mencionó el Secretario General del Partido Comunista, Luis (Lucho) Corvalán, una tarde soleada, como el candidato definitivo a la presidencia de la Unidad Popular. Ocurrió al fondo de la calle Bulnes, que comienza detrás de la Moneda. Allí se encontraban Neruda y Tarud. Me parece que Salvador Allende llegó un poco después, como culminación del momento climático que anunció Lucho Corvalán, con un símil papal: “Ya hay humo blanco, el candidato de la Unidad Popular se llama Salvador Allende”.
En ese momento estallaron el entusiasmo y la algarabía, y los gritos inolvidables de la multitud: “Allende, el pueblo te defiende”, “Neruda, el pueblo te saluda”. Para corresponder como corresponde a un poeta, Neruda, con una boina vasca que raramente se quitaba en los actos de campaña, se sacaba de una de las bolsas de su saco un pañuelo blanco y lo agitaba frente al pueblo.
El proceso electoral también se convirtió en un torneo de oratoria entre Tomic Y Allende. Jorge Alessandri no se rebajó a participar en él, no era muy amigo de andar entre multitudes, pero en la televisión se le veía, ascético y aristocrático –aunque sin fortuna personal- advertir con mano aquejada por el mal de Parkinson, “no me temblará la mano para gobernar”, en una actitud que después de todo no era patética.
El mejor orador era sin duda Tomic, pero con un partido mucho más debilitado de lo que se creía en ese momento, cambiaba la voz, la modulaba, fascinando a sus adherentes.
Pero Salvador Allende era otra cosa, por ejemplo en el acto al que fueron convocadas nada más las mujeres de la Unidad Popular, quizá el acto más conmovedor que recuerdo, mirándolo desde la acera, como muchos otros hombres, inició su discurso así: “Mujeres de Chile, hermanas en el dolor y la esperanza”, de una manera más bien convencional, pero lo increíble es que sonaba bien y era convincente.
El acto fue en el gran espacio detrás de la Moneda, frente a la mencionada Calle Bulnes, y hasta allí iban llegando los contingentes, pasaban y pasaban hasta que se llenó el espació, ordenadas, disciplinadas, combativas, con rostros de satisfacción y orgullo, esa era su marcha, iban a su mitin. Recientemente, Soledad Alvear, que dejó el Ministerio de Relaciones Exteriores para postular a la presidencia como precandidata de la Concertación por la Democracia, declinó hace unos meses ante Michelle Bachelet, (como Allende, militante del Partido Socialista de Chile),mujer inteligente democristiana, siempre sonriente, siempre agradable afirmó a un diario chileno, por razones obvias: “la onda es mujer”, algo que finalmente se hizo más efectivo el 15 de enero, día que ganó Michelle Bachelet las elecciones.
Pero 35 años” antes, ese día de la marcha de las mujeres, la Onda (palabra que circulaba en México y supongo que aquí también) fue mujer, el día fue mujer, y todas llegaron al encuentro conscientes y altivas. Recuerdo o invento que las únicas en llegar como tromba al lugar del encuentro, fueron las mujeres del famoso barrio obrero de San Miguel. Así llegaban a todas las marchas con los maridos, encabezados por los hermanos Palestra, socialistas, pero ese día llegaron solas.
Antes de cada marcha, los obreros solían concentrarse en jardines y en bosquecillos de Santiago, inconfundibles y dignos, con sus mejores sacos y muchos de ellos con gorritas a la europea, extendían sus mantas, muchas de ellas aludiendo la Confederación Unida de Trabajadores de Chile (la CUTCH), otras con consignas, y al rato las canciones, algunas estrofas aludiendo a los mineros, los del carbón de Lota y Coronel, los de cobre del Teniente, el trabajo de los mineros, el más desgastante del mundo:
Los señores de la mina,
Se han comprado una romana,
Para pesar el dinero
que todita la semana
le roban al pobre obrero
y algunas otras más expresivas:
Cuando querrá el Dios del cielo,
Que la tortilla se vuelva,
Que los pobre coman pan
Y los ricos mierda mierda.
Al fin llegó el día de las elecciones, 4 de septiembre de 1970, Santiago y todo Chile estaban en vilo, la campaña había sido ardua y crispada, y ese mismo día (sí, ese mismo día) se conocería al nuevo presidente de Chile. Jorge Alessandri ya lo había sido, él había entregado la presidencia a Eduardo Frei Montalva (cuyo gobierno demócratacristiano, por cierto, es el que me otorgo el asilo), que desde luego habría querido entregársela al imponente -por su voz y elocuencia- Radomiro Tomic; y Salvador Allende, mucho antes que Lula y Mitterand, era la cuarta ocasión que postulaba. Y de hecho, la segunda ocasión, en 1958, pudo haber ganado, pero a la derecha se le ocurrió, no inopinadamente, sino con una intención de obvio sabotaje, enviar a las elecciones a un oscuro personaje que en adelante dejaría de serlo, aunque de triste memoria, hasta el día de hoy conocido como el cura se Catapilco, un lugar remoto en el que oficiaba en las tinieblas, y cuyo nombre, Antonio Zamorano Herrera, me fue proporcionado por Ricardo Yocelevsky, allá en México. Este cura, usando un lenguaje radical y exaltado, con una evidente intención provocadora, quitó a Allende la cantidad suficiente de votos para que no llegara a la presidencia.
Pero ese día, con Santiago y el país a la expectativa, se asistía la culminación de una campaña en la que todos se habían involucrado. Por la televisión pronto se supo, mientras se iban ofreciendo los datos preliminares, que la pelea final era entre Alessandi y Allende, las figuras más extremas del proceso electoral. Los atribulados representantes de la Democracia Cristiana, dijeron en la televisión, con voces apagadas, que sus receptores de datos se habían descompuesto.
Finalmente, y por un mínimo de diferencia, se supo que Salvador Allende Gossens había sido elegido por los ciudadanos de Chile, en la cuarta ocasión que se postulaba.
Presidente de Chile. Así lo reconocieron esa noche sus dos contendientes.
La noche santiaguina se empezó a poblar nuevamente de personas y voces, y al rato eran multitudes y voces que se dirigían ¿adónde si no? A la Alameda, al local de la Federación Estudiantil de Chile, en cuyo balcón aparecería Allende. Además de varios de los líderes de los partidos que constituían la Unidad Popular.
Yo me encontraba viviendo en una buhardilla que me habían prestado los estudiantes de economía en una casa el la que vivían, enfrente de su propia escuela; con ellos estuve viendo el desarrollo del conteo, cuando se dio, sin sombra de duda, a Salvador Allende como ganador de la contienda ¡yo no lo podía creer, ese mismo día tanto Alessandri como Tomic reconocieron el triunfo de Allende¡ Ventajas de un país civilizado al que aprendí a respetar y a querer. Salimos del local que se encontraba en la avenida República, arbolada y hermosa, y enfilamos rumbo a la Alameda unas cuantas cuadras, allí doblamos hacia la derecha para alcanzar el local de la FECH; pero antes fui testigo de un hecho que recordaré para siempre, un buen número de jóvenes democristianos, delante de nosotros obstruía la Alameda, pregunté y se me dijo que ahí estaba el edificio de la Juventud de la Democracia Cristiana, los grandes perdedores de esa jornada, pero seguimos nomás, como se dice en Chile.
En previsión de la bronca que yo me esperaba, me anudé con fuerza las agujetas de mis zapatos. Pero cual no sería mi sorpresa cuando observé que al llegar nuestro contingente a unos metros de los jóvenes democristianos que obstruían el paso, dejaron franca la vía de la Alameda y desde la banqueta de su recinto gritaron fuerte: “¡Tomic presente, Allende presidente!” No es que no lo creyera, es que ese acto de verdadera nobleza no encajaba de ningún modo en mi conciencia, que se encontraba todavía conformada por las arbitrariedades y la violencia, por la intolerancia de la desproporcionada rudeza del gobierno en el 68 mexicano, y también, por la noticias y a veces los periódicos que me llegaban de México, comparaba lo que vivía en Chile con las insulsas elecciones mexicanas, que ese año de 1970 coincidieron por cierto: las de Luis Echeverría Alvarez con las de tres candidatos de a deveras, y todavía me faltaba lo peor en México: al regreso mío y de los más importantes presos políticos mexicanos que llegaron a Chile prácticamente desterrados por Echeverría, muy a principios de junio, encontrarme en San Cosme con otros muchachos extraña e intencionalmente ostentándose jóvenes. Era el 10 de junio de 1971 y ellos eran Los Halcones. Y luego vénganme a decir que la “democracia puramente formal” que viví en Chile, no sirve para nada.
Cuando llegamos al local de la FECH la multitud ya era enorme, y llegaban cada vez más militantes y simpatizantes de la Unidad Popular que esa noche habían derrotado a “los momios” (palabra muy ilustrativa y hasta plástica que se endilga a la derecha chilena), y desde luego, ese acto medio adolescente y medio naif que todos, exultantes, actuábamos: “¡El que no salte es momio”! En el balcón de la FECH recuerdo a José Tohá y su figura alta, delgada, quijotesca, junto con varios otros dirigentes de la Unidad Popular. Tohá tres años más tarde, moriría en isla Dawson, como casi todos los que ese día, desde el balcón, se presentaban victoriosos, ellos morirán en la siniestra isla o en alguna otra de las mazmorras de Augusto Pinochet y secuaces.
Viví la experiencia de la democracia, la única que hay, y estoy dispuesto a aceptar incluso la mala leche de los que le dicen “la democracia realmente existente”, aunque con matices en Chile que ya entonces la hacían una de las más vigorosas del planeta. Esa democracia sobre la que tanto el izquierdista Bobbio (el mayor de todos, creo yo) como el conservador Giovanni Sartori han escrito páginas sin desperdicio; fue para mí, y cosa más importante, para los chilenos, una vivencia, un estado de ánimo, un clima espiritual civil, en suma, una actitud que hacía a los chilenos declarar su filiación política prácticamente antes de que les preguntaras: “De todas maneras, yo, Alessandri”, “Lógico, Allende”, Tomic pu ¿y quién más? Aquí nada del embozado y falaz, “el voto es secreto”, sino discusiones por fortuna interminables, la gente de una calle señalando, más en broma que en serio: “Ahí viven comunistas”, “esa es una casa de momios”. Todos con su bandera, su color, su elección, finalmente libre y soberana.
Una que otra ocasión, llegaron a las manos, y documentadamente una vez: se vio en los diarios al propio Salvador Allende agarrándose a golpes con algún adversario que se había acercado demasiado agresivamente. Y se celebró o reprobó, según el caso. Por fortuna, nada es perfecto. Y por fortuna también, la democracia, formal y todo (y así es correcto, escribe Carlos Pereyra), se incluye en la vida cotidiana y se presenta como una vida digna de vivirse, si así puedo decir, como lo estoy diciendo.
Llegué A Santiago de Chile el 2 de octubre de 1969 (un año exacto después de nuestra fecha trágica), protegido por los canales diplomáticos que se usaban en muchas partes del mundo, pero por primera vez por un mexicano: mi salvoconducto, entregado por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, a petición de su par chilena, era el número 1. El caso es que ya en Santiago de Chile, y desde algún teléfono público cercano al hotel Albión, me comuniqué con el escritor refugiado español don Francisco Giner de los Ríos, cuyo teléfono me lo había dado el inolvidable Bernardo, hijo mayor del escritor y amigo mío, desgraciadamente ya fallecido.
Don Francisco, que en esos momentos trabajaba para la CEPAL, a las órdenes directas de Raúl Prebitch, fue mi mecenas durante mucho tiempo después de que se agotara el dinero que me entregó el ilustre y querido Javier Barros Sierra, en su propia oficina, en el piso sexto de la rectoría. El caso es que don Paco ideó una pequeña estratagema para que no resistiera mal, previendo que se acabarían mis recursos antes de que pudiera trabajar en algo, me pidió que le diera a guardar el dinero y que él me lo iría soltando conforme lo fuera necesitando. Pero yo calculo que me dio varias veces el dinero que llevaba, pero no como mecenas sino por pura generosidad, porque yo no entregué a cambio obra artística alguna. Además él y su esposa, María Luisa Diez Canedo, también refugiada y de familia de intelectuales, como la de don Paco, me abrieron su casa para comer o cenar ahí prácticamente todos los días y durante varios meses. Con ellos vivía su hijo menor Francisco, a quien apodaban familiarmente “El Chaparro”, no sé por qué, puesto que ya en aquel entonces era un jovencito muy alto.
Una de las primeras gestiones que don Paco hizo por mí fue la de hablar con el propio Salvador Allende, amigo suyo, para que yo pudiera sostener una entrevista con el ya entonces legendario militante socialista, y precandidato ala presidencia de la República. Calculo que fue a fines de 1969 o principios de 1970. Allende me citó en sus propias oficinas del Senado de la República, me presenté terriblemente cohibido, pero me recibió afectuosamente, apenas charlábamos las frases iniciales cuando me invitó a comer a su aún no tan famosa casa de la calle de Guardia Vieja, salimos del edificio del Senado y abordamos su auto, un Mercedes Benz que no era del año (me recordó al Jaguar, tampoco del año, de Manuel Marcué Pardiñas cuando trabajaba con él en la revista Política, en las calles de Bucareli, pero eso es otra historia), pero en Santiago yo iba de sorpresa en sorpresa, él mismo manejó el auto hasta su casa, y no había ya no digamos guaruras, sino ni edecanes, infaltables en México para cuidar a cualquier funcionario de medio pelo de nuestra más bien gruesa y laberíntica burocracia.
Mientras charlábamos animadamente, es decir, cuando abandoné mi cuasimutismo inicial, el Mercedes de Salvador Allende se deslizaba a la orilla del río Mapocho, y al abordar el inevitable tema de las comparaciones entre su país y el mío, me dijo unas palabras que no he olvidado, la esencia es esta: “Políticamente, la única gran diferencia entre su país y el mío –siempre me trató de usted-, consiste en que en México no hay democracia, y en Chile sí”. Me lo dijo directamente, sin las complicadas disquisiciones que acompañan al discurso de los cientistas sociales. Y según me he esforzado en relatar, era cierto, la democracia en Chile era y es, recuperada tras la larga noche de Pinochet, un ejemplo digno de encomio en cualquier parte del mundo.
Al llegar a su casa en Guardia Vieja, otra sorpresa, la casa en sí no se diferenciaba en tamaño de ninguna otra casa mexicana de clase media, pero no media alta, era una casa más bien modesta en la que habitaba uno de los políticos más importantes de América Latina, eso sí, el interior era de muy buen gusto, con muchos objetos del campo chileno, pero muy alejada del folclor que por entonces devastaba varias estancias de nuestro continente, todo era cómodo y confortable, debido seguramente también a la , mano de su esposa Tencha, tal como se le conocía en todo Chile, doña Hortensia Bussi.
Y UN POETA
Quizá valga la pena que relate un hecho que no tiene que ver con un gran político chileno, sino con un poeta mayor, Pablo Neruda. Redacté en el transcurso de 1971, un texto en el que se pedía la libertad de los presos políticos mexicanos, busqué a varios intelectuales, todos firmaron, entre ellos el economista Paul Sweezy y Julio Cortázar. Tal vez el último que lo firmó fue el poeta del Canto General.
Yo me encontraba en Viña del Mar, adonde había sido invitado por mi amigo Rodrigo Alvayay, también desgraciadamente fallecido, iba también otro gran amigo, el en aquel entonces todavía estudiante de economía Ricardo Infante. Casualmente, nos enteramos de que uno de esos días, Neruda iba a ofrecer un recital con su poesía en la Universidad de Santa María, en Valparaíso, el hermoso puerto chileno casi conurbado con el balneario de Viña. El caso es que el hermano de Rodrigo Alvayay, que era al que menos conocía y del que desgraciadamente he olvidado el nombre, fue el que me acompañó al recital de la Santa María.
El recinto era grande y se encontraba semivacío, siendo que Neruda llenaba con creces cualquier auditorio de cualquier parte del mundo. Pero la escasa asistencia poco le importó al poeta, que se presentó en el escenario vestido con un terno (una combinación, decimos aquí) de saco azul marino y pantalón azul claro, y sin mayor preámbulo empezó a decir su poesía con esa voz cansina y como arrastrada, algo nasal, que todos conocemos en sus grabaciones. Muchas de las poesías yo me las sabía de memoria, particularmente recuerdo como si fuera el día de hoy, el poeta dijo un verso que afortunadamente acude a mí memoria tal como lo escuché de su autor “¿en donde estará la Guillermina”. En esa poesía (ignoro su nombre), narra un amor de niñez, probablemente en Temuco. Yo iba interesado, pero sobre todo quería pedirle la firma, si he de ser sincero; pero cuando dijo ese verso, yo ya había llegado a la convicción –no desmentida hasta el día de hoy- de que me encontraba ante el ser más impresionante y entrañable que en mi vida había conocido. Su propia voz, que para nada lo favorece en las grabaciones, adquiría una profundidad y unas tonalidades que la hacían única y magnífica.
Al terminar el recital subí en compañía de Alvayay a acercarme al poeta, que por fortuna no estaba muy solicitado. Cerca de él, muy discreta, su esposa Matilde Urrutia.
Le expliqué el motivo de mi presencia, extendiéndole el texto que firmó sin leerlo. Y me dijo: “Duro para sus compañeros, pero sé que Echeverría los va a dejar en libertad”. Y tal como lo expuso el informado poeta, así ocurrió unos meses después, cuando tras varias vicisitudes y escalas desafortunadas, llegaron doce presos políticos al buen puerto de Chile. Pero eso es otra historia.
* Profesor-Investigador en el Departamento de Producción Econòmica de la Universidad Autònoma Metropolitana, Unidad Xochmilco, ha escrito varios artìculos sobre Chile.
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