Segunda parte.
Por Roberto Escudero
*Publicado en la revista Este País, en junio de 2009.
El presente artículo, es la segunda parte, y sólo en cierto sentido la continuación del trabajo que presenté en el número de septiembre de 2008 en Este País.
Ahora quiero presentar más sostenes histórico-teóricos al concepto de liberalismo político, así como mostrar mi desacuerdo con un liberal muy reconocido en nuestro país y fuera de él, yo mismo soy un lector permanente de sus ensayos y libros. Pero sencillamente estoy en desacuerdo con su artículo sobre el 68. A la vez, aprovecho para agradecer la inesperada buena acogida que recibió mi primer ensayo, tanto de amigos de larga data, como de otros autores a quienes apenas conozco. Aprovecho para mostrar mi entera buena disposición para dialogar, y aún debatir, sobre los asuntos que trato.
Aquí me propongo examinar, aunque sea muy someramente, a los autores que mencioné en el trabajo de septiembre, y que son: Locke, Guillermo de Humboldt. Alexis de Tocqueville, Norberto Bobbio e Isaiah Berlin, en un arco muy pronunciado, que va del siglo XVII a prácticamente nuestros días, que naturalmente no incluye a muchos otros clásicos de de la tradición liberal. Además, mencioné a Giovanni Sartori que no estaba incluido en la lista inicial, pero porque me venía como anillo al dedo para mostrar el carácter más bien liberal de nuestro pliego petitorio, porque era íntegramente defensivo
frente al poder represivo del Estado, en la misma línea en la que Giovanni Sartori llama
al derecho negativo más bien un derecho “defensivo” o “ protector” , que a él le parecen más adecuados.
En fin, paso a los autores: Para Locke, condicionado por su tiempo (siglo XVII), la libertad eminente era la de la propiedad , palabra que es la clave de bóveda de todo el edificio lockeano, pero esa libertad de la que hablaba Locke no se limita a los bienes que se poseen como la casa, la industria o la tierra, sino como afirma nuestro contemporáneo Richard Pipes[1]: “Como dice en cierta ocasión: “Cuando utilizo la palabra propiedad, aquí y en otros momentos, se debe entender aquella propiedad que los hombres tienen sobre sus personas así como sobre sus bienes”, esto es, “vida, libertades y patrimonio”, la esfera que en latín se le llama suum y en español “propiedad”, en la que cada ser humano es soberano”, y como tal, es sujeto absoluto de estos derechos, frente a todos, pero sobre todo frente al más poderoso: el Estado; definición básica del liberalismo político muy sencilla, por cierto.
Bastaría citar el título del librito en el que Guillermo de Humboldt (hermano por cierto de sabio Alejandro de Humboldt, quien anduvo por estas tierras) trata esta materia, para saber que no puede ser más explícito: “Los limites de la acción del Estado” (Ed. Tecnos, Madrid, 1988), escrito en 1972, ahí nos dice: “El verdadero fin del hombre –no el que le señalan las inclinaciones variables, sino el que le prescribe la eternamente inmutable razón- es la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo. Y para esta formación la condición primordial e inexcusable es la libertad…Que el Estado se abstenga de velar por el bienestar positivo de los ciudadanos y se limite estrictamente a velar por su seguridad entre ellos mismos y frente a los enemigos del exterior, no restringiendo su libertad con vistas a ningún otro fin”.
Definición, como ya se habrá advertido, bastante parecida a la del “Estado gendarme” de Adam Smith, aunque el objetivo de este último parece limitarse al de la libertad económica de la que debe disfrutar el género humano y no a ”la más elevada y proporcionada formación posible de sus fuerzas como un todo.”.
Una razón más para afirmar el liberalismo (si bien un liberalismo a ultranza, como se ha podido observar) de Humboldt, consiste en que para este, cuestiones republicanas y democráticas, y ya en su tiempo tan estudiadas como la separación de poderes o la participación de los gobernados en el Estado, le parecen menos importantes que la cuestión, la principal para él de la teoría política “sea justamente la de hasta dónde le está permitido actuar al Estado” [2]. Me parece que Alexis de Tocqeville merece una mención especial, de nacionalidad francesa, escribe en el primer tercio del siglo XIX un gran clásico sobre los Estados Unidos: La democracia en América[3]; disto mucho de ser un conocedor en la materia, pero he leído de quienes conocen en serio el tema de los norteamericanos, que este libro permanece hasta ahora insuperable.
Este libro señero, desde el primer párrafo atrapa al lector: “Entre las cosas que mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención. Ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes, a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados”[4].
Este párrafo, de suyo, alaba sin cortapisas a la igualdad que presentan los Estados Unidos, sin mostrar los efectos probablemente perniciosos que sobre la libertad puede tener. Cuando ya sabía que la libertad y la igualdad son de difícil e inestable conciliación, poco tiene que ver con el espíritu liberal que anima a Tocqeville, sin embargo, en el último párrafo del libro, y después de haber repasado “in situ” prácticamente todos los asuntos importantes de aquel país, vuelve sobre la cuestión de la igualdad, y aquí es más crítico, y con más poder de síntesis: “Las naciones de nuestros días, no podrían hacer que en su seno las condiciones no sean iguales; pero depende de ellas que la igualdad las conduzca a al servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria”[5]. Este problema subsiste hasta nuestros días.
El liberalismo de Alexis de Tocqueville (que había escrito otra gran obra sobre la caída del absolutismo monárquico en su propio país, se expresa a lo largo del libro de varias maneras que aluden al peligro que representa la democracia, cuando sus instituciones no son lo suficientemente sólidas, para contener el poder de la “tiranía de la mayoría” o del “despotismo de la mayoría”, como él mismo las llama. Hay otro párrafo en el que presenta abiertamente su convicción liberal: “Si a todos los poderes diversos que sujetan y retardan sin término el vuelo de la razón individual, sustituyesen los pueblos democráticos el poder absoluto de una mayoría, el mal no haría sino cambiar de carácter. Los hombres no habrán encontrado los medios de vivir independientes, solamente habrán descubierto, cosa difícil, una nueva fisonomía de la esclavitud…En cuanto a mí, cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo, porque me lo presenten un millón de brazos”[6].
Finalmente, y tal ves para dejar más en claro las cosas, Alexis de Tocqeville es un convencido de La democracia en América, pero como el gran liberal que es, uno de los más grandes de nuestra modernidad, señala los peligros del nuevo despotismo de las mayorías, si la propia democracia no crea las instituciones que limiten cualquier exceso ilegal, y la mirada omniabarcante de Tocqueville alude a varias de ellas
.
Norberto Bobbio e Isaiah Berlin son dos clásicos (para mí, un clásico es un autor siempre presente, de manera que en la mayoría de los autores habría que esperar el paso de tiempo para saber si son “clásicos”, pero creo que los mencionados no necesitan la prueba del tiempo, son y serán clásicos, sin duda) de nuestros días, y tal vez por esa razón más conocidos que el resto de los autores mencionados. Pero vale la pena hacer una breve presentación de cada uno de ellos en lo que de refiere al liberalismo.
A la cabeza del capítulo que Sartori dedica al tema de la democracia y el liberalismo (ver artículo de septiembre de 2008); hay un epígrafe de Norberto Bobbio escrito en plena guerra fría, cuando los comunistas, y no sólo los comunistas, Sartre, por ejemplo, rechazaban al liberalismo como un asunto que la burguesía sostenía para enmascarar sus verdaderos intereses.
En este contexto, es que Bobbio dice en el epígrafe: “Es muy fácil rechazar al liberalismo si se le identifica con una teoría o con una práctica de la libertad entendida como poder de la burguesía, pero es más difícil hacerlo cuando se le considera como la teoría y la práctica de limitar el poder del Estado…pues si la libertad entendida como el poder de hacer cualquier cosa interesa a aquellos lo bastante afortunados que la poseen, la libertad como ausencia de obstáculos interesa a todos los hombres”[7]. Es de hacer notar que esta “ausencia de obstáculos”, como ya observé en mi primer trabajo, es justamente la definida así por el gran Thomas Hobbes, uno de los autores favoritos de Bobbio. Sólo faltaría añadir, en el sentido total del epígrafe, que es precisamente el Estado el obstáculo mayor que enfrentan los individuos, esto nos coloca ante un problema más aparente que real, el liberalismo es la teoría y la práctica que defiende al individuo del poder del Estado. Pero entonces ¿Cómo puedo reivindicar al liberalismo como una teoría y una práctica que ejerció un movimiento de masas como el 68?
Nuestra fuerza residía en que no éramos una simple acumulación de individuos sino algo más consistente: una organización mínima, un “conjunto” lidereado por un organismo colectivo: el CNH. Sin embargo, eran los individuos concretos los que recibían los agravios del poder, y no la colectividad en cuanto tal.
Algo así dice Bobbio cuando habla del gobierno de las leyes y no el de los hombres: “…Tenemos en mente un gobierno de las leyes a un nivel superior, en el que los mismos legisladores son sometidos a normas ineludibles. Un ordenamiento de este tipo solamente es posible si aquellos que ejercen los poderes en todos los niveles pueden ser
controlados en última instancia por los detentadores originarios el poder último, los individuos específicos” [8]
Así, por ejemplo, las comisiones de derechos humanos, cuyo sólo nombre refiere al hecho de que es una institución típica del liberalismo, que funciona mejor acompañada de instituciones democráticas, es siempre una institución que defiende individuos, sin importar realmente en número de ellos.. Es realmente magistral el modo como Bobbio defiende tres grandes corrientes, sin escapársele los problemas que se suscitan entre ellas: el liberalismo, la democracia y el socialismo.
Otro de nuestros grandes clásicos contemporáneos, Isaiah Berlin, ha escrito libros memorables sobre el liberalismo, pero su mirada omniabarcante también ha incursionado en la literatura y en grandes corriente culturales que han hecho época, como por ejemplo el romanticismo. En lo que se refiere al tema que trato ahora, sus Cuatro ensayos sobre la libertad[9] son un aporte preciso y brillante sobre el liberalismo y su valor fundamental: la libertad.
Como sabemos el liberalismo político funda toda su teoría y su práctica en la llamada libertad negativa: el Estado no debe interferir en los asuntos de los individuos sino en aquellos casos en los que está facultado por la ley.
Además, su concepto de libertad negativa (aquella que Sartori prefiere llamar protectora); hace uso explícito (como Bobbio) de la antigua definición de Thomas Hobbes: la libertad como “ausencia de obstáculos” y así lo dice en un apartado de los Ensayos que se llama justamente “La idea de libertad negativa”: “Normalmente se dice que yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfiere en mi actividad .En este sentido, la libertad política es, simplemente, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros”[10].
El liberalismo, también en cierto sentido, como lo vimos cuando tratábamos de explicar a Bobbio, supone al Estado, a su poder o autoridad, porque el ámbito en el que se mueve la libertad debe ser acotado por la ley. “Pero-dice Berlin- igualmente presuponían, especialmente libertarios como Locke y Mill en Inglaterra, y Constant y Tocqueville, en Francia, que debía existir un cierto ámbito mínimo de la libertad personal que no podía ser violado bajo ningún concepto, pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo mismo se encontraría en una situación demasiado restringida, incluso para ese mínimo desarrollo de sus facultades naturales, que es lo único que hace posible perseguir, e incluso concebir, los diversos fines que los hombres consideran buenos, justos o sagrados. De aquí se sigue que hay que trazar una frontera entre el ámbito de la vida privada y el de la autoridad pública”[11].
En resumen, y recordando simplemente que esta es la segunda parte de un artículo aparecido hace ya varios meses. Si el liberalismo nos habla de que para desarrollarnos es necesario poner límites al poder del Estado, de la “autoridad pública” acabamos de leer en Berlin; y la democracia nos dice cómo participar en la cosa pública, todo lo que llevo dicho no es una disquisición teórica solamente, sin implicaciones prácticas en el México de aquí y ahora.
Una muestra de estas implicaciones la constituye el artículo de Enrique Krauze, cuyo título es más que significativo: El legado incierto del 68[12]. Para comenzar con la introducción al dossier que algún redactor de la revista preparó para los diversos artículos que se escriben sobre el 68; el texto comienza afirmando: “En Paris, Praga y Berkeley se discute polémicamente el legado y la vigencia del espíritu del 68 en México, por el contrario, se marcha hacia la beatificación acrítica de Movimiento estudiantil”[13]
Yo diría que ni en París, ni en Praga, ni en Berkeley, se discutió el año pasado tanto y tan intensamente sobre el 68 como en México, ignoro por qué Letras Libres no captó el inusitado interés que despertó en buena parte de nuestra sociedad el Movimiento que se conmemoraba a cuarenta años de distancia. Lo que yo pude advertir es que la gente no quería ni “beatificaciones”, ni posiciones críticas o acríticas, sino algo más sencillo: quería información sobre un hecho que conmovió a la sociedad mexicana.
No quería, como le preocupa al amigo Krauze (lo de amigo lo digo sin ironía, la única ves que hablamos me trató con particular afecto): saber de la probable “injerencia –en plena guerra fría- de agentes provocadores internacionales tanto del bloque soviético como de la CIA”, porque esta injerencia, caso de existir, a nadie ni entonces ni ahora le pareció relevante, como no eran relevantes las personas que soltaban estas especies
En lo referente al artículo de Enrique Krauze, no puedo sino comenzar suscribiendo lo escrito a propósito del 2 de octubre”…un acto de terrorismo de Estado contra un movimiento estudiantil que, al margen de sus manifestaciones radicales, nunca empleó métodos violentos”[14]
Pero no suscribo, sino que me declaro abiertamente en contra de varios asertos de Krauze en los que además pretende leernos la cartilla. Trataré de emplearme a fondo, porque mis temas son los de Krauze, aunque por lo visto no sólo entendemos los problemas de democracia y liberalismo (y sus relaciones) de distinta manera, sino que de plano advierto en él cierta vena autoritaria, de “lector de cartilla”, cuando nos dice a los participantes de izquierda que nuestro “legado” depende de una izquierda que es la de hoy, como si hubiera una sola izquierda que es la que él quiere: “Sigo creyendo que el movimiento fue un hecho que contribuyó a la democratización del país, pero creo también que la naturaleza de ese aporte y su dimensión deben analizarse y matizarse porque sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy. Había, en verdad, algo intrínsecamente democrático en aquel gran año de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”[15]
Un par de precisiones, ¿de veras cree Krauze que “la naturaleza del 68 y su dimensión” dependen, en cualquier sentido, de la izquierda mexicana de hoy? Y si el sentido es el de que “sus dilemas siguen siendo los de la izquierda mexicana de hoy”, las cosas se complican, pero para Enrique Krauze. El final de la cita transcrita es más preocupante para mí (si es que algo puede ser todavía más preocupante en el texto de marras), que, como Krauze, me asumo como liberal, había, en efecto “algo…democrático en aquel gran acto de negación, aquel gigantesco NO que coreaban las masas estudiantiles contra el gobierno autocrático”, pero no era ni intrínseca ni estrictamente democrático, sino de raigambre más bien liberal , no tengo más remedio que repetirme: cuantas veces un individuo o una multitud de individuos diga no al gobierno, su actitud es más bien intrínsecamente liberal, fijar límites al poder es el concepto generalmente aceptado de liberalismo, aun por Isaiah Berlin, a quien Enrique Krauze conoció y entrevistó. Otra cosa es que en el mismo acto de masas se actuaba directamente la democracia sin pedir permiso y de manera legal, para ser justos, el amigo Krauze participaba del entusiasmo general
Un par de precisiones más, cuando Enrique Krauze afirma: “Pero es preciso distinguir: la rebelión por la libertad es una cosa, la construcción de la democracia es otra”[16]
Completamente de acuerdo, sólo que Krauze es a veces el que no las distingue bien, y repito que me preocupa, porque Krauze es un liberal de pura cepa, quizá el legado incierto lo escribió de manera apresurada, cosa que le puede ocurrir a cualquiera.
Pero hay más, el movimiento del 68 –nos dice Enrique Krauze con dedo admonitorio-: “No conocía los argumentos complejos, los claroscuros de la vida real. Todo lo contrario: rechazaba por completo el orden establecido. Quería el todo o nada. No tuvo noción de sus propios limites, no imaginó un proyecto constructivo de transición política para si mismo y para México, tenía aversión a la política, la tolerancia, la autocrítica, la negociación y la racionalidad” .[17]¿De veras? Creo que no, algo había de algunos de los calificativos que Krauze endilga al “movimiento”, aunque con respecto al Consejo Nacional de Huelga, de quien más me siento autorizado para hablar, no todos, ni con la constancia que pretende, en cuanto a la ignorancia de la política . ¿cómo le hicimos entonces para enfrentar con relativo éxito los embate gubernamentales ¿Recuerda Krauze que los hubo? Eso que acabamos de leer en nuestro escritor , no está a la altura intelectual que generalmente tienen sus trabajos.
Inmediatamente después, continúa la lectura de la cartilla, el Movimiento “Nunca se propuso, por ejemplo, la creación de un partido político, que sin duda pudo nacer entonces (hay que recordar que la izquierda mexicana no estaba representada en el Congreso, donde el PRI reinaba con mayoría casi absoluta, y que el Partido Comunista Mexicano estaba proscrito). Los estudiantes nunca pensamos en la democracia electoral como una salida.”[18]
Habla bien de Enrique Krauze que asuma la parte que le corresponde de responsabilidad al reconocerse como un compañero más del Movimiento, pero entonces, razón de más para que recordara: al revés de lo que afirma, las condiciones eran las menos propicias para fundar un partido político (otra cosa es que fuera buena idea, tengo para mí que hubiera significado, y con razón, el descrédito total del Movimiento: una partida de oportunistas como partido único de izquierda).
Todos los participantes recordamos las condiciones en que se desarrolló el Movimiento. A partir de septiembre y del ominoso informe presidencial, todos nos enfrentamos a: el poder total del Estado, con sus tres caras, los tres poderes, y arriba de todos el ejecutivo Díaz Ordaz, Echeverría y sus aparatos represores, CU tomada por 13 días, el 23 de septiembre tomado el casco de Santo Tomás, teníamos encima la amenaza de Fidel Velásquez, desataría contra nosotros a sus pistoleros en el momento que lo juzgara oportuno (o el señor presidente), teníamos a la mayoría de la prensa en contra, teníamos presos todos los días, también la alta jerarquía eclesiástica puso su bendecido granito de arena, y un largo etcétera, como lo recordará Krauze. Y en esas condiciones, se reprocha y nos reprocha que no fundáramos un partido político.
En serio, estimado Enrique Krauze: nos exiges demasiado si te refieres a los dirigentes, y también nos calumnias y lo haces también contra tu propia persona si te refieres a todos los participantes del Movimiento. Pero en los días que corren, en el artículo que critico, tus exigencias como intelectual casi no podían estar más reducidas.
Yo más bien creo que la herencia o el legado del 68 es por fortuna, polivalente: fue una victoria si atendemos a que nuestros argumentos políticos racionales (que Krauze nos niega) no fueron respondidos de la misma manera: en su lugar se desató la feroz represión que Krauze recordó bien; fue una derrota si atendemos a que pedíamos la libertad de los presos políticos y al final la lista se amplió con estudiantes maestros y vendedores que trabajaban fuera de las escuelas; fue una fiesta porque actuamos la democracia y por primera vez nos adueñamos gozosamente de nuestra ciudad, sin nadie que nos molestara para iniciar o reforzar nuestra cultura urbana; fue ante todo un movimiento de liberalismo político, aunque también, pero menos consistente, democrático; Tuvo una carga de liberación orgiástica, fuertemente erótica, que Octavio Paz fue el primero en advertir, y en cierto sentido ligada al romanticismo, tal como lo aprecia Isaiah Berlin. Movimiento tal vez contradictorio, que quizá dejó como legado o herencia (en esta materia uno no puede ser concluyente: siempre lo rebasa) algunos valores que no se concilian entre sí, y se puede optar o no uno de ellos. Pero a mi juicio, la herencia del 68 mexicano es sustancialmente política, hicimos ver, o mejor, vimos con ellos, con todos los que tenían voluntad de hacerlo, que el autoritarismo mexicano, tan deficitario ya entonces en lo que se refiere al liberalismo político y a la democracia, no las tenía todas consigo, ni política, ni ideológicamente .
Esto creo que es la herencia o el legado del 68 mexicano, que, por cierto, no tiene herederos “naturales” (como dice Krauze: “la izquierda mexicana es la heredera natural del 68”). Los que recogen esta herencia son personas convencidas, dentro o no de los partidos políticos, y no nada más de la izquierda que tiene en mente el mencionado.
Por supuesto que la herencia o el legado del 68 no puede ser cualquier ocurrencia, y mi lista puede ser incompleta o errónea, pero es mi conclusión después de habar discutido con amigos participantes sobre la esencia del 68 mexicano, que no puede estar condicionada a hechos que ocurrieron muchos años después
Por cierto, estimado Enrique, y quizá para “quitar hierro al asunto”, como dicen los españoles. Tu memoria y mi memoria no coinciden en un punto que admito puede ser irrelevante, ni tú ni yo ni el resto de los participantes decíamos las “tomas” de la calle, sino “ganar la calle”. Es cosa de checarlo.
[1] Propiedad y Libertad, Fondo de Cultura Económica , 1999, p.60
[2] cita del Estudio Preliminar de Miguel Abellán, Ibid, p. XVII.
[3] Fondo de Cultura económica, 1984, México
[4] de la Introducción, Ibid, p.31
[5] Ibid, pág. 645.
[6] Ibid, pág. 397.
[7] Teoría de la Democracia, Alianza Editorial Mexicana, 1989, pág. 444
[8] Bobbio Norberto. El futuro de la democracia, FCE; 1994, pág. 10
[9] Berlin, I. Alianza Editorial, Madrid, 1998
[10] Ibid, pág.220.
[11] Ibid, págs. 222 y 223
[12] Letras Libres, septiembre de 2008, año X, núm.117, págs. 34 a 36.
[13] Ibid, pág 34.
[14] Ibid, pág. 34.
[15] Ibid, pág.35.
[16] Ibid, pág. 35.
[17] Ibid, pág. 35
[18] Ibid, pág. 35.
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