Uno de los mejores escritores
de mi generación y uno de los
hombres más puros de México
Octavio Paz
En Bajo el volcán, de Malcolm Lowry,
una novela que José Revueltas leyó
con fervor, se puede leer: “¿Qué era
la vida sino un eterno combate y el paso
por el mundo de un extraño? También la
revolución ruge en la ‘tierra caliente’ del
alma de cada hombre, no hay paz que
deje de pagar pleno tributo al infierno”.
Comienzo citando al gran escritor inglés
porque sus palabras le vienen bien
a Revueltas. El eterno combate del escritor
comienza en noviembre de 1929 a los
quince años de edad –recordemos que Revueltas
nace el 20 de noviembre de 1914
en Durango- cuando lo toman prisionero
en un mitin en el zócalo por primera vez,
acusado de rebelión, sedición y motín, y
lo internan en la correccional, lo liberan
bajo fi anza después de seis meses.
De esta época debe provenir su primera
“acción como comunista, que narra
otro personaje esencial, Benita Galeana,
ella dice que un muchachito, “el
tal Revueltitas” la fue a ver para decirle
que quería ser comunista, Benita Galeana
le pregunta a boca de jarro si está
dispuesto a todo, Revueltas responde
que sí. “Pues nos vamos
a apedrear la Embajada
Americana”. Y el muchachito
y la militante se fueron
a cumplir su primera
acción revolucionaria con
éxito rotundo, no los agarraron.
Así que esto fue
anterior a su reclusión en
la correccional.
Su último encarcelamiento
fue a raíz de su
participación en 1968.
En “El Palacio Negro de
Lecumberri” se pone a
escribir pàginas entrañables:
el texto de su defensa
ante el juez Ferrer
Mc Gregor recientemente
publicada por Raúl Alvarez
Garín; sus textos estremecedores
a propósito
del asalto que sufren los
presos políticos a manos
de los presos comunes,
patrocinados éstos por
las autoridades del Penal,
también son víctimas de
esta acción canallesca los
familiares de los presos
políticos, que ya iban de
salida pero que son encerrados
en la más completa
de las incertidumbres; y
desde luego, coronando
no sólo sus escritos de prisión
sino toda su obra literaria,
escribe El Apando,
una pequeña obra maestra
en la que expone la
cárcel adentro de la cárcel
y sus personajes son sus
miserables que llegan al
apando “el lado moridor”
en uno de sus aspectos más turbios” a
la siniestra celda de castigo, tan tristemente
célebre para los que habitaron
Lecumberri. Así, de manera magistral,
Revueltas, achacoso y enfermo, se despide
de la literatura, pero no deja de tomar
parte en la vida política del país.
Hasta ahora he ofrecido a ustedes algunos
aspectos relevantes de la historia
del escritor al que hoy rendimos homenaje,
pero, ¿cómo intentar una síntesis
omniabarcante? En mi concepto, lo logra,
y de manera admirable, el gran periodista
y escritor José Alvarado (a quien
por cierto las oligarquías neolonesas y el
gobierno no le permiten sino ser un rector
de unos cuantos meses en la universidad
de Nuevo León). He aquí la siguiente
visión sintética del escritor Revueltas:
“La vida de José Revueltas es la más
accidentada de todos los escritores
mexicanos contemporáneos. Conoce la
miseria y, en horas fugaces la opulencia;
pasa adolescente, por las cárceles correccionales,
víctima de la persecución
política y, joven, por toda clase de prisiones,
debido a idénticos motivos, desde
la sucia celda en un poblacho hasta
las más siniestras clausuras de las penitenciarías.
Sufre dos veces confinamiento
en las Islas Marías acusado de subversión.
Habita en barrios miserables y es
huésped en arrabales de hampa y de
vicio. Milita varios años en el Partido
Comunista y es expulsado por sus puntos
de vista. Se le arroja hasta de instituciones
fundadas por él mismo. Viaja por
todo el país en vagones de segunda, a
pie o en ómnibus paupérrimo. En una
estación de ferrocarril le roban la maleta
con el original de su primer libro, El
Quebranto, perdido acaso para siempre,
es proscrito y vilipendiado, recibe ofensas
y humillaciones.
Recorre el mundo,
en parte como pasajero
clandestino, en parte
como escritor aventurero.
Penetra en el
mundo del cine, ofrece
lecciones, pronuncia
discursos, desempeña
humildes tareas burocráticas.
Escribe, escribe,
escribe”.
Revueltas es un
hombre que aún en las
peores circunstancias
siempre tiene a mano
su pluma y unas hojas
para escribir algunas de
las mejores páginas de
la literatura mexicana,
periodismo incluido,
sino el testimonio de
“el paso por el mundo
de un extraño”. ¿Por
qué un extraño? porque
quizá fue el escritor
más ninguneado de
México, el más “extraño
para sus propios colegas.
Esto me lleva de
la mano para explicar
un rasgo sobresaliente
de su personalidad, su
heterodoxia: tanto en
política como en literatura
su posición fue
en cierto sentido la reservada
a los solitarios
que abren caminos defendiéndola
hasta sus
últimas consecuencias.
Cuando el fuego graneado
arrecia, escribe:
“Estoy dispuesto a combatir,
desnudo y sin espada”. Eso explica
que en el año de 1950, cuando publica
Los días terrenales, otros heterodoxos
sean los únicos que defienden su novela,
me refiero a Salvador Novo y a Xavier
Villaurrutia, quienes ven en ella nada
menos que una novela moderna.
¿Quiénes la emprenden contra la novela
y por supuesto contra el autor? Los
ortodoxos, los que no ven sino al proletariado
victorioso guiado por el Partido
Comunista Mexicano y le reprochan
que exhiba las lacras de la sociedad, el
lumpen proletariado. Pero Revueltas se
refiere a los marginales en todas sus formas,
no sólo por ser, como recuerda José
Alvarado, viejos conocidos suyos, sino
porque su malicia literaria, y política, le
indican que en estos seres la sociedad se
mira sin reconocerse en sus formas más
extremas, desesperadas y hasta grotescas;
son seres cuyo desamparo los hace
vivir, como el propio Revueltas, en el filo
de la navaja, siempre dispuestos a morirse
en la raya. Son los hombres del alba de
otro compañero y amigo de Revueltas,
nacido también en 1914, el gran poeta
Efraín Huerta, los hombres del alba, nos
dice, son “los que gritan, aúllan como lobos
/ con las patas heladas.
Los hombres más abandonados, / más
locos, más valientes: / los más puros.
Así, su densidad dramática alcanza
profundidades que acaso no existan
en ningún otro estrato de la sociedad,
al menos no para Revueltas, quien en
este punto no distingue entre literatura
y política, tan es así que estos seres de
los arrabales tienen su némesis, y también
en cierto sentido su espejo, en los
dirigentes políticos comunistas que Revueltas
recrea, lo dijo expresamente, de
la propia realidad. Pero tanto los marginales,
el “lado moridor”, como los de la
dirigencia política resultan convincentes
y expresan momentos esenciales de
la vida de nuestro país.
Pero no nos engañemos, tanto Revueltas
como algunos de sus detractores
sufren con un valor a toda prueba la
represión de Calles y del Maximato. Se
les podrá acusar de las peores inconsistencias,
pero admiran su valor, y esta
admiración es recíproca, porque todos
saben que el enemigo es el esta
do mexicano, al que Revueltas
critica en libros, ensayos
y su propia obra novelística.
Para ejemplifi car el respeto que
a veces iba más allá que el del valor
personal, hallamos al propio Valentín
Campa, quien en Mi testimonio,
dedica un apartado a Revueltas, y
después de mostrar lo que a su juicio
son las luces y las sombras del
escritor, termina diciendo:
“Siempre, aún en las contradicciones
más fuertes, Revueltas
y yo nos mantuvimos en un plano
de admiración y de respeto.
Esto no lo entienden algunos
fariseos de la izquierda. En junio
de 1962, Revueltas me envió a la
prisión un ejemplar de su libro
recién editado, Ensayo sobre un
proletariado sin cabeza, con la siguiente
dedicatoria:
‘Al gran luchador Valentín Campa,
a quien, por encima de diferencias
políticas, consideraré siempre
como un héroe indiscutible de la
clase obrera de nuestro país’.
Es una opinión no merecida,
pero que yo tengo en gran estima,
la transcribo sólo para refutar
a los que nunca entendieron la
estimación y el respeto que hubo
siempre entre Revueltas y yo”.
Si José Revueltas hubiera sido
sólo un escritor, habría pasado
a la posteridad de todas maneras;
como periodista lo fue de los
grandes, ahí está, entre otros reportajes,
“Un sudario negro sobre
el paisaje” que es la visión del Paricutín
cuando hizo erupción, para
ilustrar su grandeza; si hubiera
sido sólo un preso comunista desde
muy jovencito, se le recordaría.
Pero es la unidad, superior a la simple
suma de sus atributos, la que
hace su grandeza y lo convierte en
uno de los personajes más entrañables
de la cultura mexicana.
En una de las cuerdas a las Islas
Marías, Revueltas y sus compañeros
se encuentran con que
un grupo de mujeres sinarquistas
caminan junto a ellos y sufrirán
el mismo destino. No podían
existir visiones más opuestas, ni
ideas más alejadas, sin embargo
se establece de inmediato la solidaridad
más intensa: la que nace
de personas que, por encima de
todo, son seres humanos compartiendo
injusticias.
José Revueltas muere el 14 de
abril de 1976 y su entierro fue digno
de él, tumultuario y con broncas,
pues resulta que el presidente
Echeverría no fue capaz de
pagar los gastos del Hospital de
Nutrición, donde nuestro escritor
fallece. Pero si fue capaz de enviar
emisarios al entierro a los que corrió
con un rostro de entre profeta
bíblico y guerrillero remontado,
Martín Dosal Jottar, compañero
de celda de Revueltas.
Si el escritor hubiera podido
contemplar la escena quizá hubiera
dicho: “Tenía razón el hermano
mayor Lowry: “¿Qué era la
vida sino un eterno combate y el
paso por el mundo de un extraño?
Y hubiera… ¿Qué hubiera hecho?
Se hubiera quedado hasta el final
para dar testimonio, y por escrito.
México, D. F., a 10
de noviembre de 2008.
Publicado en El correo del sur, La Jornada el 15 de febrero de 2009
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