jueves, 8 de octubre de 2009

Revueltas y el alcohol

Por Roberto Escudero
En un texto apasionado y entrañable, que lleva por título "Apuntes para una semblanza de Silvestre", escrito como introducción a un pequeño volumen: Cartas íntimas y escritos de Silvestre Revueltas (SEP, 1966), el escritor José Revueltas narra una visión intempestiva a su hermano Silvestre quien ensayaba en el foro de Bellas Artes. Mientras lo contemplaba de frente, sin que el gran músico se haya percatado de su presencia, José Revueltas hacia una serie de reflexiones muy emocionadas sobre su hermano. Termina el ensayo y al encontrarse ambos, José, quien entonces tenía forzosamente menos de 26 años, puesto que él nace en diciembre de 1914 y su hermano Silvestre muere en octubre de 1940, entrega al músico un breve artículo, éste lo lee y hace comentarios más o menos ambiguos al respecto. Lo acontecido después es narrado por el propio José:
“En aquella ocasión, después de esto, había guardado un largo silencio incómodo, en que parecía librar una lucha entre sus deseos de decirme algo más y la resistencia que encontraba para decírmelo. `Bueno –añadió por fin con esfuerzo-, espero que cuando menos no bebas’.
“Ponía de relieve la preocupación que más lo inquietaba: no beber, apartarse- y apartar a los demás- de esa maldición que tan cruelmente se le había impuesto. Trataba de indagar que respecto a mí, con una especie de angustia y una cierta vergüenza intranquila, la vergüenza filial del padre que aborda un asunto espinoso ante su hijo. ¿O es qué tú también bebes? (Subrayado de José Revueltas), terminó por preguntarme con mucho trabajo, aunque más bien en un tono afirmativo. En seguida hizo con las manos un vivo movimiento para indicar que no le contestara. No dije una palabra” (Páginas 16 y 17). El relieve que adquieren las palabras del músico, o mejor dicho, los tres relieves que son, a mi juicio, suposición y su interpretación ante y del alcoholismo, consisten en, por un lado, la dificultad de hablar sobre el tema, que se expresa con claridad en el primer párrafo transcrito; por otro lado, está el hecho ciertamente fatal de que el alcoholismo no es una elección producto o constitutiva de la libertad, sino más bien una condena, algo de lo que difícilmente la víctima puede escapar, y sin embargo ese sería el tercer relieve, quiere no beber, ese sería su mayor logro si es que se ofrecieran las condiciones para dejar de beber. Así se desprenden estos otros aspectos del segundo párrafo.
Por lo que otorga a la escena y a las palabras de Silvestre Revueltas –un alcohólico aún más consumado que José, si es que esto puede decirse-, toda su densidad dramática, derivada de su intensidad vital, es que está hablando ni más ni menos, “maldición”, no con un hijo de vecino, sino con su propio hermana, al que lo ligaba un amor verdaderamente entrañable.
Uno de mis recuerdos más nítidos de José Revueltas, es precisamente el hecho de que de ningún ser humano hablaba con tanta emoción, con tanta vehemencia-ni siquiera de sus padres-, como de su hermano Silvestre.
¿Pero cuál es la relación del propio José Revueltas con el alcohol?. La respuesta sigue estando, si nos atenemos a una información puramente libresca, en la semblanza a la que estamos haciendo alusión, porque las palabras de Silvestre son una por una, letra por letra, compartidas por su hermano, quien hasta ahora es, al mismo tiempo, el destinatario de las mismas.
Pero la concepción y la compresión del propio José Revueltas, va más allá de lo hasta ahora explicado, nuestro novelista se explaya en agudas observaciones a propósito del genio de Silvestre su hermano, al que también debe aceptar como una condena sin remisión posible, y se detiene en explicación de algunas de las características más destacadas de la música de su hermano, en las que desde luego no podemos detenernos aquí, pero subsiste el hecho atroz de que Silvestre pagará muy caro su genio, entre otras cosas con la cadena perpetua –no querida en verdad, como ya vimos- del alcoholismo, sin embargo José sabe que debido a esta decepción y este análisis les van a caer a palos a ambos:
“Ya me parece oír la voz de los fariseos señalando con su índice de fuego, de fuego artificial y fatuo: ‘Todo eso no es sino para justificar los vicios de Silvestre. ¿De qué le servía su genio si bebía, si era un borracho que frustraba su vida y su obra hundiéndose en el alcohol? ¡Mírenlo ahí en las tabernas, con el espíritu roto! ¡Mírenlo por las calles, grotesco y risible como un rey de…!’”
Pero la posición de José Revueltas ante el alcohol es mucho más contradictoria y profunda de lo que se ha dicho hasta aquí. Y reviste el enorme valor de ser la posición de un hombre alcohólico, de un hombre que muy seguido se “ilusionaba” (así platicó Revueltas que sus hermanas le comunicaban que Silvestre o el pintor Fermín andaban bebiendo: Silvestre (o Fermín, o ambos) ya anda “ilusionado”).
Además del hecho de que José Revueltas jamás hubiera tomado ante el alcohol una actitud puritana, como si el alcohol (o el alcohólico) fuera la presencia misma del diablo, existe una realidad, creo yo, absolutamente verificable, no todo en la vida del alcohólico es desgracia, sumisión o condena ante el licor, éste también es uno como dispositivo que tensa las potencias creadoras del hombre. Fernando Savater (Ética como amor propio, Conaculta, 1991, P.288) explica muy bien cómo las drogas, y entre ellas el alcohol, ocupan un lugar muy destacado, por su puesto, implican este aspecto, que generalmente evaden las buenas conciencias: “Es decir, que no se habla de lo realmente importante en la cuestión de las drogas: sus posibilidades como fuente de placer o derivativa del dolor, como estimuladoras de la introspección y del conocimiento, en una palabra, sus aspectos de auxiliares válidos para la vida humana, en cuyo concepto han sido consumidas durante milenios, son consumidas hoy y lo seguirán siendo” . (subrayado del autor)
El problema consiste en que muchos seres humanos, no sé por qué y no creo que nadie lo sepa, pagan un tributo demasiado caro por esa providencia creadora que el alcohol les proporciona, y en última instancia ese tributo es la propia vida, así de sencillo y de terrible se presenta el problema. Pero antes de la muerte, la víctima propiciatoria sufre una serie de padecimientos y transtornos morales, mentales y emocionales que ya nada tienen que ver con la creación, ni con el conocimiento, ni con la revelación religiosa, sino más bien con una suerte de malestar desnudo que inhibe a la víctima para otra cosa que no sea seguir ingiriendo alcohol, ese es su único objetivo y su único destino, es un recurso que anula cualquier otro, y creo que José Revueltas es un ejemplo vivo[1], de lo que estoy diciendo, por eso se abstenía de beber cuando escribía tan compulsivamente como cuando se daba al alcohol, porque cuando esto último ocurría, era como si su tortura también se convirtiera en una acusación viva a todos los indignados virtuosos. Así, lo que José Revueltas escribe de su hermano Silvestre, es al mismo tiempo lo que escribe de sí mismo y también su concepción de las relaciones entre el alcohol y el arte.
“Había escogido el camino de la autodevoración, de la autofagia torturante y sin embargo providente, sin embargo desgarradoramente fecunda. Hay algo de muy humilde y bárbaro, de indeciblemente humilde y acusador, en el alcohol de Verlaine, en el alcohol de Silvestre, en el de Mussorgspy, en el de Whitman, en el santo, criminal alcohol de todos los hombres solitarios, que es como si acabáramos de recibir una bofetada en pleno rostro”. (Ibid, p.37).
Por supuesto, no sólo los artistas encarnan su propia tragedia, sino cualquiera de esos seres humanos que han “escogido” ese camino; en el mundo literario de Revueltas abundan los seres colocados en situaciones límite, seres que parecen tener como único destino la desgarrada opción…” entre el dolor y la nada”, pero ahora quiero referirme a un personaje pequeño, mediocre, un oficinista del montón que lleva el nombre de Martínez, y que es el obsesivo protagonista del cuento El abismo (de Dios en la Tierra, ed Era, 1979, pp.121-127), al que sus compañeros y el resto de los y las oficinistas le juegan una broma, la de que ha asesinado a un hombre en perfecto estado de ebriedad. Revueltas describe a Martínez y a su triste condición humana, y al mismo tiempo, a la específica condición del alcohólico, con todo el lirismo y el dramatismo de que es capaz su maestría literaria:
“Mas el destino (subrayado de Revueltas) estaba allá abajo, implacable, llamándolo. Se cuenta de los criminales que a merced a una crudelísima ley de la naturaleza, vuelven al lugar del crimen. Así el hombre torna incesantemente sobre las regiones más odiadas y repulsivas de su propio espíritu. Este es el sufrimiento impuesto a Prometeo: el sufrimiento vivo, de carne despellejada e indudable. Volvía, regresaba, miraba su propio abismo y tormento. Era el doloroso, el humanísimamente humano placer de la autotortura y la autonegación: necesidad de ser humillado, de ser escupido y despreciado, por toda la bajeza y la ruindad que sordamente tenía acumulada en su alma. Era la única redención posible, la única manera de pagar todas sus culpas. Lo haría a través de un vehículo contradictorio, trste y decorazonador, el alcohol” (pág. 122 y 123).
Mussorgspy o Martínez, tanto el que sea un genio musical o un gris oficinista, hay un elemento común en la situación contradictoria de ambos, y es una contradicción que sólo puede resolverse vía la consumación definitiva del ser humano que la soporta. Así fue el alcoholismo de José Revueltas y así se resolvió: uno de los hombres más imprescindibles para la cultura mexicana de nuestro siglo, cerró su ciclo hace veinte años pagando con su vida, después de sus últimos tragos, una obra literaria y personal de primer orden, entre otras cosas, por lo que contiene de desgarrada y vital; o dicho en otras palabras, de lucidez sombría, de contradicción intensa y por eso mismo absolutamente estimulante.


[1] Que exede a la información escueta y libresca de que antes disponíamos.

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