Por Roberto Escudero.
*Publicado en la revista Voices of Mexico, del CISAN-UNAM en septiembre de 2008
A primera vista, parece que no hay nada que asemeje a las Olimpiadas del 68 mexicano con las Olimpiadas de este año en China. Sin embargo, una mirada más cercana puede encontrar un cierto parecido: la realización de ambas pareció estar en peligro. Subrayo la palabra con un respiro de alivio, y éste es lo que se pudiera llamar el tema de estas notas. De no haberse realizado las Olimpiadas de 1968, varios de los dirigentes estudiantiles de 1968 tal vez no habrían vivido para contarla, aunque parece ser que a Díaz Ordaz nunca se le escapó de sus percepciones el acabar de tajo: “con la Constitución en la mano yo los fusilo”, fue la frase que comunicó a quien esto escribe y quizá a otros más un reputado intelectual, simpatizante permanente del movimiento y una de las mejores plumas de México. Pero digo que nunca se le escapó de sus percepciones, porque ordenó una atrocidad todavía peor, si así puede decirse, la matanza del 2 de octubre.
De no haberse realizado las Olimpiadas de este año en China, cuyo boicot pidieron expresamente, en decisiones poco meditadas, los sex simbols Sharon Stone y Richard Gere, amén del propio gobierno francés por boca de su ministro de Relaciones Exteriores, a raíz de la injustificada represión a los monjes tibetanos (para ser objetivos, también el gobierno chino transmitió varias imágenes de los monjes, inconfundibles en sus colores naranja, destruyendo establecimientos propiedad de habitantes chinos en el Tibet, su furia, armados con garrotes, era evidente, y no parecía ser un montaje), ¿alguien puede imaginar cómo le habría ido a la disidencia china, quien de suyo ya despliega su actividad en condiciones realmente difíciles? El enorme territorio chino se hubiese cerrado más que nunca, y no es difícil suponer que la disidencia interna hubiera pagado los platos rotos.
En México el movimiento comienza propiamente muy a finales de julio, así que en nuestra perspectiva las Olimpiadas estaban tan lejanas que ni siquiera fueron consideradas, ni estaban en ningún sentido en nuestros cálculos.
El que sí habló de que “una tendencia” del movimiento se proponía “impedir acaso” la celebración de los Juegos Olímpicos fue Gustavo Díaz Ordaz en su IV Informe de Gobierno, en el que dedica varios párrafos al asunto de las Olimpiadas.
Vale la pena transcribir dos párrafos: “Durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales, la de quienes deseaban presionar al gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos”.
Me parece necesaria una breve digresión: de las tres tendencias que en su breve análisis “sociológico” dibuja Díaz Ordaz, sólo la última, justamente la de pasar del “acaso” al hecho, la de impedir la celebración de las Olimpiadas, podría constituir delito, las otras dos no están tipificadas en ningún código penal.
Pero nosotros sí abordamos, no podíamos no hacerlo, dado que conforme pasaba el tiempo los Juegos Olímpicos se hacían más visibles en el horizonte, el asunto de esta justa deportiva.
Tal vez una anécdota sea más que ilustrativa al respecto. Con toda sinceridad, no recuerdo si ya había se había publicado el IV Informe de Díaz Ordaz. Pero el hecho es que en una reunión del Consejo Nacional de Huelga se nos encomendó a tres o cuatro delegados, la redacción de un documento cuyo tema central no eran las Olimpiadas, pero tan el tema estaba ya como fondo de muchas discusiones y muchos documentos, que nosotros escribimos un pequeño párrafo que decía, palabras más palabras menos; “Si las Olimpiadas no se realizan, culpa será del gobierno y no de los estudiantes”.
Cuando Raúl Alvarez, que todo mundo reconoce como el estrategos del Movimiento, escuchó esas palabras, su intervención fue contundente: decía que en esas pocas palabras se cifraba un gran peligro, el de que nosotros admitíamos la posibilidad de que las Olimpiadas no se realizaran, así que no teníamos que mencionar en documentos o declaraciones públicas no sólo esa posibilidad, sino nada que tuviera que ver con los juegos olímpicos. Y así se hizo en adelante.
Quisiera hacer notar que, al menos en la capital, el último movimiento reprimido fue el de los médicos, en 1965, así que hubo tres años de calma, si como recuerda la vida en la ciudad de México poco antes de los primeros acontecimientos de violencia, no hubo nada que alteran la paz y la tranquilidad diazordazescos, por eso el presidente se permite decir:
“Cuando hace años de solicitó y obtuvo la sede no hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses, cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía estorbar los juegos”.
Parece ser que aún en los regímenes fuertemente autoritarios, como lo fue el sexenio de Díaz Ordaz, se requiere de tiempos en los que callan el estruendo de la represión, el poder duro según la famosa clasificación de Joseph S. Nye, (sobre la que vuelvo más adelante) y se necesita de la calma chicha para desplegar el poder blando, mostrando la faz sonriente y autolegitimadora del gobierno, organizando Juegos Olímpicos, por ejemplo, aquí y en China.
El hecho es que nadie, que yo sepa, ni en el Consejo Nacional de Huelga ni fuera de él, abogó por el boicot a los Juegos Olímpicos, cosa que sí ocurrió en China, por eso creo que ahora se entiende más fácilmente por qué debemos felicitarnos de que se hayan desarrollado este año los juegos en un país tan paradójico que el Comité Central del Partido Comunista de China se permitiera hace más o menos un año, ofrecer su agradecimiento al empresariado chino por su contribución al crecimiento y al desarrollo del país, al mismo tiempo que existe el trabajo esclavo y otras formas extremas de superexplotación.
Un país tan paradójico que realiza una inauguración, un desarrollo y una clausura brillantes de sus Juegos Olímpicos, y al mismo tiempo no puede evitar manifestaciones de descontento a las que por supuesto había derecho, una vez que el boicot fue olvidado, e impide la difusión de esas manifestaciones. El citado Joseph Nye explica en qué fallaron los gobernantes, que no es poco: “Pero el Gobierno chino no ha logrado todos sus objetivos olímpicos. No cumplió sus promesas de permitir manifestaciones pacíficas y acceso libre a Internet, con la consiguiente reducción de sus ganancias de poder blando” (El País, 10 de septiembre de 2008, págs. 23 y 24).
Según nuestro autor, los rusos desplegaron tan abusivamente su poder duro en Georgia, que hasta los propios chinos se negaron a dar su apoyo a la actitud rusa hacia Georgia, cuando han sido aliados naturales en muchas otras ocasiones. Por lo pronto, la valiente oposición china seguirá luchando por abrir mayores espacios de libertad y democracia, en condiciones menos insoportables que si el boicot se hubiera realizado.
Nunca hay que olvidar que en 1989, cuando el movimiento estudiantil en China, que tuvo como principal centro de atracción mundial la plaza de Tiananmen, el único dirigente chino que abogó por el diálogo con los estudiantes Zhao Ziajang, fue removido de todos sus cargos, desde entonces se encontraba bajo arresto de facto en su casa, muriendo en la misma hace muy poco. Murieron también un número indeterminado de estudiantes en los aledaños de la plaza de Tiananmen hacia la que se dirigían. Y ocho líderes del movimiento fueron sentenciados a muerte y se cumplió su sentencia ante los azorados ojos del mundo (“The Tiananmen Papers”, introduced by Andrew J. Nathan, Foreign Affaires, January-February 2002, págs. 1 a 48)
Por fortuna ni Tiananmen ni la Plaza de las Tres Culturas han caído en el olvido, permanecen como símbolos trágicos de lo que es capaz de hacer el poder incontrolado cuando se decide a sacrificar a sus propios ciudadanos y aún menores de edad. En el caso de México, a 40 años del Movimiento Estudiantil de 1968, advierto un renovado interés por aquellos acontecimientos que se siguen recordando en presente: “2 de octubre no se olvida”. Fallaron las capacidades de vidente de Gustavo Díaz Ordaz: en unas semanas o en unos meses, los acontecimientos tomarán, con la perspectiva del tiempo, su verdadera dimensión y no pasarán como episodios heroicos sino como absurda lucha de oscuros orígenes en calificables propósitos” (IV Informe Presidencial).
En el caso de China, tomemos algo tan aparentemente ajeno a la violencia del totalitarismo como la arquitectura, pues bien, ella también recuerda lo que hay que recordar, la cita es extensa, pero no tiene desperdicio:
“… la experimentación formal y las proezas tecnológicas en la arquitectura ha aparecido con total libertad: el Estadio Olímpico de Pekín de Herzog & de Meuron, el Aeropuerto de Pekín de Norman Foster, el Cubo de Agua de PTW, el Teatro Nacional de Paul Andreu, el World Financial Center de Shangai de KPF, etc. Todas estas son obras que no podrían existir en otro país con un sistema de producción distinto. Reflejan la grandilocuencia de su tiempo. Sin embargo, dentro de toda la vorágine se percibe algo de ceguera, algo de espejismo chino. Ian Buruma es preciso: Es difícil imaginar en los años setenta a un arquitecto europeo famoso proyectando una estación televisiva para el régimen de Pinochet sin perder toda su credibilidad. ¿Por qué entonces hacerlo hoy en China se ve bien? “Es verdad. ¿Tan cínicos nos hemos vuelto? ¿Alguien recuerda Tiananmen? ¿A alguien le importa? El nuevo Oriente se asemeja al viejo Oeste: todos han llegado a probar fortuna a una tierra sin ley; deben saber maniobrar entre la especulación y la corrupción, aprovechar las oportunidades, apostar con todo y tener muy presente que la casa siempre gana”. (Juan Carlos Cano, “La velocidad de la arquitectura china”, págs. 90 y 92, Letras Libres, agosto de 2008, año X, número 116).
Recapitulo: ambas Olimpiadas tienen un elemento en común, no se debe provocar a regímenes que de suyo son represivos, las consecuencias pueden ser terribles. Aunque hay que admitir que en el caso de México, sin ninguna provocación de la parte estudiantil, el gobierno decidió de todos modos el peor de los caminos, justo 12 días antes de la inauguración de las olimpiadas, desató un crimen colectivo en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, dejando en ella muchas muertes, entre hombres, mujeres ancianos y niños. Tal vez lo hizo para que los Juegos se hicieran en paz, cosa que consiguió a pesar del enorme descrédito internacional. No se sabe qué va a pasar con la oposición en China, pero por fortuna en el mundo globalizado de hoy, no todo arroja saldos desfavorables para los pueblos del mundo: hay una conciencia dada vez más generalizada a favor de los derechos humanos, el liberalismo y la democracia, así que China tal vez no pueda seguir invocando a futuro su excepcionalidad y su peculiar manera de entender estos asuntos. Como quiera que sea, las olimpiadas que desarrolló con éxito, la expusieron a los ojos del mundo, y todos sabemos que allí hay horrores que deben terminar cuanto antes.
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